Ayer, uno de enero de 2010, durante la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y de paso Jornada Mundial por la Paz, en una Diócesis española cualquiera, en el transcurso de la homilía predicada por el Obispo de esa Iglesia local. Y uno de mis hijos:
-Papá, sólo habla de medio ambiente, y de ninguna otra cosa.
El habitual mazazo de los niños. Y gran contraste con lo predicado ese mismo día en Roma por el Santo Padre. Porque centrar el motivo de la celebración EN EL CAMBIO CLIMÁTICO fue como para salir corriendo del templo en que nos encontrábamos congregados. De nuevo los mismos complejos postconciliares, de nuevo los mismos temores, de nuevo la Iglesia timorata que pide perdón al mundo por existir y necesita entrar en la onda de ese mundo como para sentirse parte de él.
Pero cuando se cree exactamente lo contrario, lo normal es que uno sienta deseos de salir del templo a la carrera. Porque, al parecer, estamos en el mundo pero no somos del mundo. Porque, al parecer, todo el discurso ecologista y mediombiental contemporáneo no es sino una muestra más de esa gigantesca y planetaria operación de ingeniería social mediante la cual se pretenden subvertir los valores propios e identitarios de Occidente.
Porque, al parecer, la Iglesia no puede tener motivo alguno para acomplejarse ni en éste ni en ningún otro tema, teniendo en patrimonio como tiene al mayor icono del amor a la Creación habido en toda la Historia occidental, San Francisco de Asis, ni tiene porqué recibir lecciones de ninguna Cumbre de Copenhague ni de ninguna legión de funcionarios globales.
Y sobre todo, porque al parecer ayer se celebraba en toda la Iglesia Universal la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, sobre cuya posición en la historia de la salvación no se oyó ni una sola palabra en esa celebración local a la cual asistí, como tampoco hubo referencia alguna al misterio de la Natividad, cuya octava se cerraba ese mismo día.
Si la Iglesia recae de nuevo en la tentación postconciliar, la de competir con el mundo por ver quién va más allá en los usos y modas convencionales del momento, sean éstas la justicia, la ecología, el pacifismo o cualquiera de las palancas ideológicas al uso en nuestro tiempo, lo único que conseguirá es ver como sus templos se vacían nuevamente, tras el arduo esfuerzo que en España ha supuesto el hecho de reconducir de nuevo la predicación y la doctrina hacia el evangelio desde las posiciones "revolucionarias" y estériles de la transición que dejaron casi todos los seminarios españoles convertidos en un desierto.
La voz de un niño, de nuevo, vuelve a señalar de forma escandalosa claramente hacia la verdad. Dejemos que los niños se acerquen a nosotros, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.