Jueves Santo. El papa Francisco ha celebrado, en compañía de unos pocos –como Jesús– la misa In coena Domini. Jesús nos ha amado hasta el extremo. Comienza la Pasión. Nuestras iglesias no acogerán esta noche la “hora santa”, pero nuestros corazones velarán hasta la madrugada acompañando a Jesús en el huerto de los olivos.

Puede ayudarnos, en nuestra contemplación de Cristo en agonía, un pasaje del libro Jesús. Una impresión deslumbrante, del sacerdote chileno José Miguel Ibáñez Langlois, al que ya hemos dedicado otras entradas (1).

Del libro "Jesús. Una impresión deslumbrante"

"Al salir a la noche y llegar al huerto de los olivos, en las afueras de Jerusalén, aquel esplendor que irradiaba Jesús se ensombrece, su rostro empieza a desencajarse, y sus ojos parecen perderse en el infinito, porque ha comenzado a sentir tedio y pavor.

Sus discípulos jamás han visto en Él cosa semejante, y por eso le preguntan qué le ocurre. Su respuesta no les tranquiliza para nada: Mi alma está triste y angustiada hasta la muerte. Quedaos aquí mientras yo voy a orar.

A cierta distancia de ellos, una vez postrado en oración ante su Padre del cielo, cae rostro en tierra, y llega a transpirar sangre por todos los poros de su cuerpo (un fenómeno escasísimo, que solo se produce en el colmo de la angustia).

¿Qué le ocurre a ese hombre sereno y fuerte, sufrido y recio? ¿Le pone así la previsión de todo lo que viene, y que Él ya conoce tan bien: el prendimiento, la farsa de juicio, la lluvia de golpes, la tremenda flagelación, la cruz a cuestas, la crucifixión, su agonía y muerte?

Sin duda ese mar de dolores lo afecta intensamente, pero tras su abatimiento hay algo más, muchísimo más: está el misterio último de su Pasión".

Un corazón anegado por nuestras iniquidades

"Ese gran misterio consiste en que comienzan a volcarse sobre el corazón de Cristo todos los pecados del mundo, como si fueran suyos propios: todas las bajezas, las infamias, las prostituciones, los desamores, las violencias, los odios, en suma, las iniquidades de todos los seres humanos desde Adán hasta el fin de los tiempos: ¡como suyas propias!

Jesús no puede tener falta ni pecado alguno, pero su amor redentor le lleva a echarse encima toda nuestra miseria, no sobre los hombros, como la cruz, lo que ya sería mucho, sino dentro de su propio corazón, como una tenebrosa mancha en el interior de su conciencia, que lo hace desfallecer".

Yo estaba presente en la agonía de Cristo

"Solo en el Cielo podrá uno comprender (¡y ver!) cómo estaba uno presente en la agonía del huerto, cómo eran las miserias personales de uno mismo, sí, las de uno, las que pesaban en forma agobiante sobre el alma de Cristo, y de qué manera (impensable en la tierra) las convertía Él en nuestro camino al Cielo.

Jesús se había ofrecido enteramente al Padre por nuestra redención, pero, aún así, ese peso es tan inmenso que, tendido sobre el polvo del huerto, llegó a pedir a su Padre: Si quieres, haz que pase de mí este cáliz. Él sabe que ha venido al mundo a beber ese cáliz horrible por nuestra salvación, pero en esa plegaria ha dejado hablar a su naturaleza humana, que, como la nuestra, no quiere sufrir: ¡es de veras como uno de nosotros!"

La oración perfecta

"Tras una pausa, sin embargo, agrega: Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. De sus labios oímos la oración perfecta, la que tanto nos cuesta a nosotros hacer a la hora del sufrimiento, por más que esa cláusula debiera estar al menos implícita en todas nuestras peticiones al Cielo: si es Tu voluntad, si así lo quieres Tú.

Todo ocurre como si Jesús levantara la vista desde el polvo mojado por su propia sangre y nos mirara con ternura extrema, con una mirada que dice: Por ti he derramado yo estas gotas de sangre, por ti solo derramaré las muchas que todavía vienen, porque no pienso sino en tu salvación, así me cueste el mayor de los precios posibles, porque tu alma es para mí tan valiosa que no tiene precio sino el de toda la sangre del Hijo de Dios".

Su divinidad hizo infinitamente mayor su dolor

"Hay quienes piensan, quizá sin darse mucha cuenta, que Cristo pasó esa hora, y todas las siguientes, como blindado por su divinidad: como si su condición divina le impidiera sufrir de veras, o al menos amortiguara su dolor extremo. Pero tanto su divinidad como su humanidad perfecta le hicieron infinitamente más inmenso este mar de dolores.

Pues, en efecto, su divinidad actúa aquí como un gran espacio de resonancia, como un gigantesco amplificador que proyectara hacia el infinito las penalidades de su Pasión.

¿Cómo es posible tanto horror? Su misterio se pierde en el abismo insondable de la sabiduría y la misericordia de Dios. Solo sabemos que así y no de otra manera se ha decidido, en el seno de la Trinidad divina, que se realice la salvación del mundo, que solo así se nos perdonen los pecados y se nos abra el camino al Cielo”.

José Miguel Ibáñez Langlois, Jesús. Una impresión deslumbrante, Palabra 2017, pp. 100-103.


(1) Entradas con textos de su Libro de la Pasión:

https://www.religionenlibertad.com/blog/48587/que-diga-alguna-noche-si-no-contiene-al-crucificado.html

https://www.religionenlibertad.com/blog/63386/eterno-puesto-rodillas.html

 

Juan Miguel Prim Goicoechea
elrostrodelresucitado@gmail.com