Son casi las doce de la noche. Es la hora de dormir, pero algo en mi interior me frena el ir a descansar y dejar de disfrutar de una noche de esas en las que recuerdo a San Juan de la Cruz. El poeta de la Noche oscura oraba en la noche, gozaba en la noche, saboreaba la noche. Me encuentro en Ávila, en el monasterio de La Encarnación, en ese patio tan peculiar que se descubre cuando uno atraviesa el portalón al dejar atrás la ciudad amurallada. Estoy dando los ejercicios espirituales a las carmelitas descalzas que mantienen siempre viva la llama que Santa Teresa de Jesús prende en la cocina de su celda junto a la capilla de la Transverberación.
Venir a Ávila es un regalo siempre, pero en este caso mucho más. ¡Poder compartir la vocación, el carisma y el seguimiento de Cristo con mis queridas hermanas es algo que ensancha el corazón! En estos días recorremos juntos la primera parte de uno de los libros de nuestra Santa Madre, el Camino de perfección, en las meditaciones de la mañana y de la tarde nos metemos de lleno en el ejercicio de tres virtudes que ha de vivir cualquier persona que quiera rezar de verdad el Padrenuestro: amor, desasimiento y humildad. En ello estamos.
Vuelvo a la noche. No sé lo que ocurre pero un no sé qué me retiene a seguir sentado sobre la el pedestal que sirve de base a la cruz de piedra que es el centro de siete círculos concéntricos que representan las sietes moradas del Castillo interior de Santa Teresa y cuya última morada es la unión con Cristo. Es el centro del patio. Muchas veces me he sentado, sobre de todo de noche, cada vez que vengo a La Encarnación y me quedo algún día. El cielo está claro, limpio, luminoso gracias a la Luna llena que hace pocos días he contemplado desde este mismo lugar. Miro a lo alto, rememoro, vibro e intento acercarme a mi Padre San Juan de la Cruz cuando vivía en este monasterio como capellán de las monjas entre las que se encuentra Santa Tersa de Jesús como priora. Ayuda muchísimo vivir experiencias de este tipo para acercase mejor al ser mismo de aquellos que descubren la presencia de Dios en lugares y momentos idénticos que uno puede experimentar cuando tiene oportunidad. La noche sosegada de Ávila me llena, me une a San Juan de la Cruz orando en la noche y a la vez a Santa Teresa al estar en su casa.
Dejo de mirar el cielo estrellado sin saber tampoco el porqué, bueno sí, en el fondo el Espíritu Santo sopla a su modo y ha hecho que me quede un rato más aquí sentado y que de repente cambie el sentido de la mirada. De lo alto del cielo a lo más bajo de la tierra. Entonces, al mirar al suelo, veo a mis pies en números romanos la señal de la morada donde estoy gozando de Dios: VII. Es la última, la más íntima, la morada principal. Y lo que veo no me lo puedo creer, sólo en torno al ladrillo donde se encuentra el número de la morada van y vienen hormigas. No muchas, unas cinco o seis. Las sigo. Dejo las estrellas y me encuentro con animales. No es casualidad. Es curioso que sobre los demás números de las moradas no encuentre a estos insectos. Al momento descubro la causa. La mirada se centra en la lucha que se entabla entre dos de ellas. Se enfrentan, combaten y al final gana una. La victoriosa se lleva a la vencida a no se sabe dónde. Cosas de la naturaleza y a la vez cosas de Dios.
¡Es algo increíble! ¡Es lo mismo que esta mañana veíamos al entrar en la vivencia de la humildad! Santa Teresa nos propone que para ejercitarnos en la humildad lo mejor es jugar una partida de ajedrez. ¡Hay que conocer y saber mover bien las piezas!, la pieza principal es la dama que corresponde a la humildad, pero ¡no basta con eso!, ¡hay que darse!, ¡hay que lanzarse!, ¡hay que llegar hasta el final y dar jaque y dar mate al Rey que es Cristo! ¡Cristo se deja ganar cuando vamos con humildad, cuando hacemos un camino de oración, cuando mostramos nuestro amor sincero hacia Él!:
“Creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego del ajedrez, que sabrá mal jugar, y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. […] La dama es la que más guerra le puede hacer en este juego, y todas las piezas ayudan. No hay dama que así le haga rendir como la humildad. […] En los principios no supo entablar el juego: pensó bastaba conocer las piezas para dar mate, y es imposible, que no se da este Rey sino a quien se le da del todo” (Camino de perfección 16,1-4).
Merece la pena leer con calma este singular texto de la Madre Teresa de Jesús que de forma tan viva y gráfica nos hace entender a la perfección nuestra vida de humildad para llegar a ganar la partida de nuestra vida y vivir unidos a Cristo, el Rey, el Dios vivo que habita en nuestro corazón. Aquí está la humildad, en esa batalla entre dos hormigas donde una gana y otra pierde. ¡Pero no se acaba todo aquí! ¡Hay más! Con esta imagen del ajedrez comenzaba la meditación de la mañana, pero con otra imagen que queda recogida en otro libro de Santa Teresa concluía la charla. Me refiero al Castillo interior; me doy cuenta que las hormigas luchan en el lugar preciso, ¡en la séptima morada!, me viene al instante otra explicación sin par de la vivencia de la humildad por parte de la Santa de Castilla: ¡ser esclavos de Dios!
Las hormigas luchan, una gana y se lleva a la otra como esclava para ponerla a su servicio. En aquellos tiempos lejanos muchas veces cuando un pueblo era vencido por otro, el derrotado terminaba esclavizado por el ganador. ¡Convertirte en esclavo de alguien que te encadena los pies y las manos con grilletes y te pone una argolla en el cuello con una cadena para llevarte arrastras hasta el mercado donde te vende en subasta! ¡El nuevo amo te marca con un hierro a fuego sin reparo alguno! ¡Eres un instrumento de trabajo más de su propiedad! ¡Dejas de ser una persona libre para ser un esclavo sumiso! ¡Quedas a merced de todo lo que te ordene y no tienes otra opción que obedecerle bajo pena de cruel castigo!
En esta imagen se apoya Santa Teresa para explicarnos cómo es la unión total del alma con Dios, el matrimonio espiritual, ¡la vida de aquel que se convierte en esclavo por amor! ¡Es vivir en amor pleno con Dios! ¡Es ejercitar la humildad total para dejar que Dios haga contigo lo que quiera y obedezcas y vayas por donde te lleve! ¡Es ser el más libre del mundo porque has dado todo a Dios y nada te preocupa ni ata! ¡Qué maravilla! ¡Vamos al interior del Castillo!:
“¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue; que no es ningún agravio ni pequeña merced. […] Todo este edificio es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir” (Castillo interior 7,4,8).
Todo esto revivo mientras disfruto de la noche abulense, cambio la mirada del cielo al suelo y descubro a dos hormigas que abren la puerta a una vivencia preciosa donde se pueden unir dos escenas descritas por la Santa de Castilla de las más conocidas, profundas y fáciles de representar para aplicar a la vida espiritual de cada uno. ¿Por qué no probamos? ¿Por qué no quedamos un día por la mañana para jugar una partida de ajedrez humano donde cada uno escoge su pieza y gana quien hace de dama y por la tarde recreamos con todo detalle un mercado de esclavos y terminamos todos unidos en una cena servida por humildes esclavos bien encadenados?
Una hormiga gana la partida, la otra la pierde. A la vez una hormiga se convierte en esclava de la otra. A esto nos invita Santa Teresa, ella misma anima a sus hijas a vivir de este modo tan directo la humildad: “esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre la humildad: tener una santa osadía” (Camino de perfección 16,12) ¿Y cuál es esta osadía? Pues no es otra que la de ser esclavos de Dios y así dar jaque mate al Rey.