Para muchos europeos, la Patagonia es un territorio mítico y salvaje de gran belleza. Y en lo geográfico no están descaminados. Aunque también podría analogarse la definición con lo moral, haciendo, en este caso, reserva de la "belleza", como se verá.
Para los argentinos, la Patagonia es, además de todo lo sabido, un lugar de refugio, una suerte de Siberia de los enemistados con las buenas costumbres en tiempos en que las malas costumbres eran muy mal vistas por nuestra sociedad (con o sin hipocresía, no hace al caso, que la hipocresía en materia moral es el homenaje que rinde el vicio a la virtud).
Lo cierto es que por los ‘60 y ‘70 emigró al sur profundo una masa de divorciados rejuntados (no había divorcio en la Argentina). Luego los “perseguidos políticos” que fueron amparados por las estructuras progres de los gobiernos patagónicos, con excelentes sueldos y buena posición social en un lugar que podríamos definir como la “pequeña Suecia argentina”. También ha sido refugio de curas progres con compromiso guerrillero, como vuestro clero pro etarra. No faltaron los que antes llamábamos con dureza “apóstatas” y ahora con tecnicismo “reducidos al estado laical” con sus mujeres, habitualmente ex maestras de colegios católicos, ex secretarias o ex militantes de grupos parroquiales con las que los señores párrocos habían tenido algún tropiezo. Todavía no se toleraba el amancebamiento discreto y no tanto que hoy campea en el clero hispanoamericano.
Bueno, pues, de allí había de florecer esa flor de fango que culminase la obra de tantos años. La gobernadora de Tierra del Fuego, aliada de la catoliquísima Elisa Carrio, fundadora, alma mater y pronto única miembra (por respeto al género me permito la licencia) de su partido, el ARI, ya que de tan abierta, comprensiva y tolerante hoy no la aguanta nadie.
Sí, allí había de florecer y floreció la primera boda gay, que preferimos llamar “putimono” en honor al Don Miguel de Cervantes, padre de nuestra bella lengua y singular ingenio para definir las realidades híbridas.
El par de sujetos de sexo masculino y singular catadura que han recorrido los caminos de la Argentina para lograr esta ficción jurídica, este “efecto especial” de la realidad moral, lograron su nefando propósito bajo la protección de una aliada de esa mujer que porta un crucifijo del tamaño de una cruz pectoral, reza el rosario en las sesiones del congreso y se reserva la mejor parte a la hora de oír misa, pues se la hace celebrar de un modo bien bizarro en su propio departamento, salteándose un poco las normas litúrgicas.
El obispo de la Diócesis donde se perpetró el acto ajurídico condenó el hecho, como era de esperarse. Algunos más lo harán, pero no sueñe el buen lector español que 15 obispos argentinos encabezarán una manifestación pública, ni contra esto ni contra el aborto (ni contra nada). Aquí la condena es a reglamento y para cumplir.
El Papa Juan Pablo II decía que América era el “Continente de la Esperanza”. Lamentablemente, la realidad lo ha hecho mal profeta, al menos en lo que a la Argentina se refiere... y no solo la Argentina, si vamos a ser justos. Aunque nuestra realidad eclesiástica es de lo peor, si vamos a ser justos.