A ver: hoy he recogido la casa, he puesto y sacado un par de lavadoras, he ido al súper (allí he comprado, entre otras cosas, un paquete de pistachos para mi marido, que le flipan...), después me he ido a comprar una crema para la cara, he dado de comer al enano que, como no soy madre trabajadora, está en casa conmigo, he hablado un rato por teléfono con mi madre y con mi amiga Queta, que se fue a Chile con sus tres hijos ‘detrás’ de su marido renunciando a una brillante carrera jurídica, y ahora me siento a leer el manifiesto comunista, ¡perdón! feminista y pienso: ¡huelga la va a hacer tu madre!
Y, no es que yo me auto excluya de la misma, que también. Es que me excluyen ellas, las mismas que dicen que “somos TODAS”. Os lo explicaré: yo soy mujer. Y me gustan los hombres. Concretamente uno: mi marido. No tengo ninguna intención de divorciarme ni de hacer un trío ni de salir del armario. Y tengo hijos. Cinco (llámame coneja...). Naturales. Y los he concebido por el método tradicional. Y no tengo trabajo remunerado porque he renunciado expresamente a él para poder dedicarme a mi familia, lo cual incluye hijos, y también marido; ah, y porque eso tan liberador de amamantar a mi hijo de diez meses en el lugar de trabajo no me va, nada de nada. Mi marido no pone las lavadoras en casa, las pongo yo. Lo hago porque quiero. Y no pienso entrar a una batalla por la ‘redistribución de tareas’ ni explicarle a nadie lo que mi marido sí hace en casa. Me gustaría que el trabajo que realizo a diario estuviera más reconocido socialmente, pero no necesito que lo esté para disfrutar haciéndolo.
Creo que los hombres, en general, son más fuertes físicamente que las mujeres y también mentalmente más concretos que nosotras y que, en cambio, las mujeres tenemos muchas más aptitudes para la crianza de nuestros hijos y mucha más capacidad de escuchar (en general). Y esto es solo una muestra de algunos estereotipos nada igualitaristas que podría suscribir. Me gusta arreglarme, me gusta cuidarme, me gusta que me digan que estoy guapa. Y me depilo. Y uso tampax. Y me encanta llevar tacones, y creo que son esencialmente femeninos.
Estoy radicalmente en contra del aborto y creo que, desde el momento de la concepción, hay un ser humano en el útero de la madre diferente de su cuerpo, con el que, además, la mujer, ni tampoco el hombre, tienen derecho de hacer lo que les dé la gana. Creo firmemente en la dignidad de la mujer y en la del hombre y en su consiguiente igualdad. No creo que las mujeres hagamos más por el mundo que los hombres ni tampoco estoy dispuesta a andar calculándolo. Ni en mi casa, ni en ningún sitio.
Condeno las innumerables injusticias que se cometen en el mundo contra muchas mujeres. También las que se cometen contra muchos niños y contra muchos cristianos. Creo que una mujer con el torso desnudo en una iglesia no es un acto de libertad, es una provocación; y creo también que una chica que le enseña los pechos a un chico y pretende que éste se quede impasible le está pidiendo que luche contra su propia naturaleza, cosa que podría ser buena, incluso, si no fuera porque esas mismas mujeres son las que también esgrimen la libertad sexual como una de sus banderas. Condeno el acoso sexual, pero también condeno que las mujeres y los hombres utilicen sus propios cuerpos como instrumentos de placer desnudándolos de toda dignidad y de todo sentido espiritual; así como estoy en contra de que mujeres y hombres usen su cuerpo como moneda de cambio. Creo que la principal causa de la violencia contra la mujer en España no es tanto un machismo ancestral como la cosificación de las personas en la batalla por la hipersexualización de la sociedad. Y que las imágenes que se venden en las pantallas de mujeres perfectas no solo son un problema porque crean un modelo de mujer artificial basado en el físico sino también porque la porponen como un objeto de deseo. Más cosificación. Más hipersexualización.
Exijo el derecho a elegir el centro donde quiero que estudien mis hijos y no quiero una educación ni laica ni feminista ni tampoco quiero que esas mujeres metan sus manos en las inocentes sensibilidades de mis hijos ni de ningún otro niño de este país. Exijo libertad de educación para los padres. Me gusta que mis hijas jueguen a muñecas y mis hijos corran como locos detrás de un balón, aunque nunca les obligaría a hacerlo si no quieren.
Condeno la violencia contra las mujeres en cualquier parte del mundo, también la violencia en el hogar, y creo que la trivialización del sexo y todas las políticas del último siglo sobre la “liberación sexual” son las principales culpables de la falta de respeto hacia la mujer en nuestro país y en muchos otros. Creo que las políticas de control de natalidad no son más que pretextos para fomentar una mayor promiscuidad entre los jóvenes y que los principales beneficiados económicamente son los centros abortistas y algunas farmacéuticas que se lucran a costa de la banalización de las relaciones íntimas entre hombres y mujeres. Creo, de hecho, que, en la mayoría de los casos, una mujer que se acuesta con un hombre busca mucho más que un momentáneo placer sexual. Especialmente las adolescentes. Y que, por lo tanto, es una frivolidad empujarles a tener relaciones antes del matrimonio. Y creo también que el divorcio es un mal (que no el divorciado), y que el estado ideal del ser humano es el matrimonio monógamo y para toda la vida abierto a la vida. Y creo que el uso de métodos anticonceptivos artificiales es dañino para la persona, para su dignidad y para la relación de pareja. Y, ya de paso, suscribo la Humanae Vitae de Pablo VI de cabo a rabo.
Y, por todo esto, y por muchas razones más -que me gustaría seguir enumerando pero no me da tiempo porque me tengo que ir al colegio a recoger a mis hijos y ejercer de madre- yo hoy no soy TODAS, no hago huelga de cuidados, ni de consumo, ni educativa. Ni apoyo la huelga feminista. Porque no soy feminista. Soy femenina y soy, simplemente, mujer. Y quiero serlo como me dé la gana. Exactamente igual que Rita Maestre. Exijo respeto y libertad. Y para exigirla no necesito ni pienso suscribir ese sectario, escandaloso y excluyente manifiesto.