El ansia por conocer, por entender todo lo que nos rodea, es uno de los aspectos característicos del hombre. Hoy en día consideramos a este modo de actuar ciencia, pero también la filosofía se ocupa de este aspecto, de una manera diferente y extendiendo su ámbito de actuación a lo no material, a lo espiritual, al igual que la teología, que además se ayuda de la verdad revelada por Dios.
A lo largo de la historia estos tres modos de conocimiento: ciencia, filosofía y teología, han evolucionado de manera diferente y han vivido modos de relación diferentes. Pero sin duda la disciplina que ha experimentado un crecimiento mayor en los últimos siglos ha sido la ciencia. De ahí que nos dé la sensación de que la única forma de progresar en el conocimiento es la científica. Hace poco leí una entrevista que le hacían a un conocido científico español en la que declaraba lo siguiente: “La religión no es verificable y la ciencia debe rechazar todo lo que no pueda ser probado”. No se trata de algo demasiado original. Expresiones como esta se escuchan de vez en cuando y sirven para generar un titular en los periódicos que permita atraer a los lectores. Esta manera de pensar evoca el neopositivismo lógico que imperó durante la primera mitad del siglo XX. Algunos intelectuales deseaban establecer la lógica como base del pensamiento, fundamentando las matemáticas y luego las ciencias empíricas en ella. Así se podían descartar las afirmaciones metafísicas y sostener que la ciencia lo explica todo.
Pero varios hallazgos dinamitaron el proyecto: los teoremas de incompletitud de Gödel; el teorema de indefinibilidad de Tarski, que demuestra que la verdad es inexpresable usando simplemente recursos lógico-aritméticos; y la constatación por parte de Alan Turing de las limitaciones en la lógica automatizada.
Además, la ciencia depende de presupuestos más allá de ella. No puede explicar la existencia de los objetos que estudia ni el "por qué" último del ser. También necesita asumir magnitudes medibles (masa, tiempo, campo), y se debe desarrollar con valores éticos no científicos. De ahí que la ciencia, un edificio maravillosamente construido, deba tener puertas que la abran a otras formas de conocimiento diferentes que la asistan, tanto en sus fundamentos (el estudio del método científico es objeto de la filosofía) como a la hora de contestar preguntas que le sobrepasan, como “¿por qué existe algo en lugar de nada?”. Ya no digamos cuando tratamos de explicarnos a nosotros mismos, una realidad compuesta de materia y espíritu donde cada una de estas dos partes resulta imposible de estudiar por separado.
Por tanto, no resulta extraño que la ciencia haya ido creciendo en el seno de grandes religiones y filosofías: la civilización griega, el islam, el cristianismo… Sin que cada modo de conocer deje de tener su propia autonomía, todos deben trabajar juntos hacia la búsqueda de la verdad. De lo contrario, nuestro conocimiento se empobrece.