Hace un par de días ha sido hallado en un portal de Madrid la clásica canastilla con un bebé dentro fruto de un parto indeseado, lo que es tanto como decir una maternidad frustrada.

 

            A algún periodista le ha parecido que algo así es noticia, y efectivamente, al día de hoy lo es, aunque hace unas décadas, y no digamos unos siglos, de noticia tuviera bien poco, y más bien se tratara de un mendrugo más de aquello que damos en llamar “el pan nuestro de cada día”. Algo tan cierto como el torno cálido y acogedor de tantos conventos españoles a cuyo lado se apostaba una monja para recoger las canastas que día sí día no, dejaban tantas jovencitas que no querían ver convertida una noche de alivio en una maternidad o indeseada o imposible.

 

            Los inquisidores del Santo Tribunal de lo Políticamente Correcto se apresurarán a criticar inmisericordes la actitud de esa madre que anteayer dejó en el madrileño portal la canastita con sorpresa, pidiendo para ella la peor condena por haberlo abandonado una vez nacido, en vez de haber actuado con la responsabilidad esperable en una joven del s. XXI desembarazándose –nunca mejor dicho- del regalito de manera aséptica e higiénica en una de los muchos abortorios de todos conocidos, sin poner a la sociedad en la embarazosa –nunca mejor dicho otra vez- situación de vérselas ante su inane conciencia.

 

            Yo sin embargo le digo “gracias” a la desconocida jovencita, gracias por haber dado una segunda oportunidad a su hijo. Dentro de unos años, también ese niño lo hará si, como es previsible, es capaz de apreciar la inmensa suerte de haber tenido una madre que, aunque no sea evidentemente la mejor de las madres, aunque podría haberlo hecho mejor de lo que lo ha hecho, aunque efectivamente haya cometido un delito en una paradójica sociedad en la que abandonar a un hijo es punible pero matarlo no, no menos cierto es que en un acto, aunque sea el único, de inmenso amor, se negó a sucumbir a los cantos de sirena entonados por los muchos que, sin duda, le habrán invitado a no complicarse la existencia y tirar por la calle de en medio.
 
            Gracias pues. Y que ese niño sin duda precioso, esté alegrando bien pronto la cuna de alguna de las miles de familias españolas que suspiran por llenar sus casas con los sollozos de un nuevo bebé, aunque no haya nacido en casa sino en un portal.