Año del Señor 2018
Lerma, 27 de febrero
Hola, buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
CUANDO EL AMOR VENCE
Ayer se fue al Cielo una persona muy especial para mí. Antes de entrar en el monasterio, cuando trabajaba, cada día iba corriendo a verla. Sé que en otro tiempo fue una mujer decidida, que no paraba, que dijo “Sí” al Señor, que quería ser santa en medio del mundo, y que a Él le entregó su vida como Numeraria en el Opus Dei, y que ayudó a muchas personas a lo largo de su vida.
Yo, sin embargo, me encontraba cada día con Flor en la misma habitación, siempre sentada en su silla, con los ojos cerrados, escuchando Radio María y aferrada a su Rosario.
La conversación con ella comenzaba así:
-¡Hola Flor! -le decía.
-¿Quién eres? -respondía ella.
Cada día me presentaba, le decía quién era; y ella cogía mis manos, se las acercaba para ver lo poco que su vista le permitía y las agarraba a la vez que se dibujaba en su rostro una sonrisa acogedora. Charlaba con ella, le pedía que rezase por las niñas a las que daba clase, por sus familias... Ella escuchaba y, cuando la veía cansada, me sentaba a su lado y simplemente estaba. Siempre le pedía que rezase por mí; sabía que, aunque fuese en los próximos segundos, ella lo iba a hacer.
Volvía cada día, y el inicio de la conversación siempre era el mismo:
-¡Hola Flor! -le decía.
-¿Quién eres? -respondía ella...
Esto me emocionaba, era como empezar de nuevo cada día. Flor podría haber sentido que el día anterior yo tenía un mal día y que no le dije mucho, pero no pasaba nada: cada día era volver a empezar de cero. A cada día le acompañaba el asombro, y eso lo hacía especial.
Es verdad que nunca vi hazañas en Flor, o logros de los que, humanamente hablando, estaríamos orgullosos. Por su enfermedad, cada encuentro era nuevo, una nueva oportunidad de empezar. Eso sí, siempre tenía el Rosario en la mano y una palabra del Señor para decir en la boca.
Es cierto que, aunque la cabeza no recordase, en ella pude ver cómo el corazón recuerda, cómo en el corazón se graba a fuego aquello que hemos vivido y amado a lo largo de la vida. Flor me mostró que la santidad no son grandes hazañas o méritos; la santidad es Cristo en ti.
Muchas veces es la cabeza la que nos juega malas pasadas: recordamos lo que nos sentó mal de esa persona, aquello en que nos sentimos ofendidos en aquel momento... y bloqueamos el latir del corazón. Bloqueamos el poder amar, construimos muros para protegernos, para no ser heridos.
Puede que te vengan muchos razonamientos de esa persona con la que tuviste un encontronazo, pero, ¿y si, como Flor, dejamos hablar al corazón? ¿Y si dejamos que cada encuentro sea único, que hable el corazón, que el Amor esté por encima de todo?
El Señor, si algo no tenía, era memoria: olvidó todo aquello que le hicieron y perdonó, olvidó que Pablo le persiguió y después llegó a formar parte de sus favoritos, olvida... con nosotros olvida cada día. Nos abraza, nos levanta. El amor siempre está por encima.
Hoy el reto del amor es que dejes que el amor venza a la razón cuando pienses en la persona con la que tuviste ese encontronazo y a la que tanto quieres. Llámala y pídele al Señor la capacidad de asombro con esa persona. Que cada día, cada momento, sea una nueva oportunidad.
Gracias, Flor y a tantas personas que estáis en su situación, por enseñarnos que “sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”.
VIVE DE CRISTO
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¡Feliz día!
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