En este segundo domingo de Cuaresma, la Palabra proclamada nos presenta la experiencia de algunos personajes bíblicos que ascienden al monte, donde Dios les habla y les pide una respuesta de fe para continuar el camino de la vida. Vamos a ascender también nosotros en este domingo a ese encuentro con el Señor.
En primer lugar, hemos escuchado en la primera lectura cómo Dios habla a Abraham en el monte Moria. En el texto proclamado del Génesis, Dios pone a prueba a Abraham. Aunque la voluntad de Dios (sacrificar al único hijo) parece contradecir la anterior promesa (serás padre de una multitud de pueblos), Abraham escucha a Dios y obedece con fe: Aquí me tienes. No es habitual encontrar tanta confianza en Dios. Abraham, como padre, sufriría esta orden desconcertante; como creyente tiene fe y confía en Dios. Qué bien lo resume el salmo 115: Tenía fe, aun cuando dije: ¡qué desgraciado soy! Por eso Dios afirma al final de la primera lectura: Te bendeciré... porque me has obedecido.
En el Evangelio Dios habla a los discípulos en el Tabor. Marcos describe la Transfiguración del Señor. Los discípulos suben al monte con Jesús, pero están desanimados porque les ha profetizado su pasión. La Transfiguración se convierte para ellos en profecía de resurrección: Jesús les manda guardar secreto hasta que el Hijo del Hombre resucite. Y Dios mismo invita a los discípulos a escuchar la palabra de su Hijo como ayuda en su camino hasta el Calvario. El Tabor no es un lugar para permanecer, sino un descanso para contemplar el rostro glorioso de Cristo y fortalecer la fe para soportar su rostro desfigurado.
Y ahora nosotros. En tercer lugar, Dios nos habla a nosotros en el Calvario. La meta del camino de Jesús y sus discípulos es el Calvario; lugar de sufrimiento escandaloso y muerte de cruz. En ambos lugares se sube en compañía de Jesús. En el Tabor se oía la voz de Dios que invitaba a escuchar al Hijo; aquí sólo se oye el silencio de Dios y el silencio del Hijo. Pero es un misterio de silencio colmado de redención. No hay sólo silencio. Dios habla por lo que está haciendo. En el Tabor y en el Calvario -como nos ha dicho Pablo- Dios está con nosotros. Pero hemos de profundizar la lección expresada en el prefacio de hoy: La pasión es el camino de la resurrección. Por eso, atendamos a Dios, que nos dice: Este es mi Hijo, el amado; escuchadle.
En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a meditar en la sugestiva narración de la Transfiguración de Jesús. En la soledad del monte Tabor, presentes Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese importante acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Dios, que le pertenece. Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. En la Transfiguración se hace visible, por un momento, la luz divina que se revelará plenamente en el misterio pascual. El evangelista San Lucas subraya que ese hecho extraordinario tiene lugar precisamente en un marco de oración: Mientras oraba.
El santo cardenal vietnamita Francisco Javier Nguyên Van Thuân que nos explicó sus largos años de persecución -no solo de persecución de la fe en su país, sino de persecución física sufrida por él mismo- estaba convencido de que en la persecución está la victoria. Decía:
Durante mi larga tribulación de nueve años de aislamiento en una celda sin ventanas, iluminado en ocasiones con luz eléctrica durante días enteros, o a oscuras durante semanas, sentía que me sofocaba por efecto del calor, de la humedad. Estaba al borde de la locura. Yo era todavía un joven obispo con ocho años de experiencia pastoral. No podía dormir. Me atormentaba el pensamiento de tener que abandonar la diócesis, de dejar que se hundieran todas las obras que había levantado para Dios. Experimentaba una especie de revuelta en todo mi ser.
Una noche, en lo profundo de mi corazón, escuché una voz que me decía: “¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo aquello que has hecho y querrías continuar haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, misiones para la evangelización de los no cristianos..., todo esto es una obra excelente, pero son obras de Dios; no son Dios. Si Dios quiere que tú dejes todas estas obras poniéndote en sus manos, hazlo inmediatamente y ten confianza en Él. Él confiará tus obras a otros, que son mucho más capaces que tú. Tú has escogido a Dios, y no sus obras”.
Esta luz me dio una nueva fuerza, que ha cambiado totalmente mi manera de pensar y me ha ayudado a superar momentos que físicamente parecían imposibles de soportar. Desde aquel momento, una nueva paz llenó mi corazón y me acompañó durante trece años de prisión. Sentía la debilidad humana, pero renovaba esta decisión frente a las situaciones difíciles, y nunca me faltó la paz. Escoger a Dios y no las obras de Dios. Este es el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo.
Escoger a Dios. Esta es la lección que el Señor les da a los apóstoles: contemplar su rostro transfigurado. Es cierto que el mismo Jesús dirá: Es necesario que nos vayamos de aquí. Señor, ¡qué bien se está aquí...! Es necesario que bajemos, que bajemos al encuentro con los hombres, que bajemos para abrazar la cruz, que bajemos para cumplir con las obras de Dios.
En las largas noches de prisión -continúa revelando quien entonces era arzobispo de Saigón- me convencí de que vivir el momento presente es el camino más sencillo y seguro para alcanzar la santidad. Esta convicción me sugirió una oración: “Jesús, yo no esperaré, quiero vivir el momento presente llenándolo de amor. La línea recta está hecha de millones de pequeños puntos unidos unos a otros. También mi vida está hecha de millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Si vivo cada segundo, la línea será recta. Si vivo con perfección cada minuto, la vida será santa. El camino de la esperanza está empedrado con pequeños momentos de esperanza. La vida de la esperanza está hecha de breves minutos de esperanza. Como Tú, Jesús, que has hecho siempre lo que le agrada a tu Padre. En cada minuto quiero decirte: Jesús, te amo; mi verdad es siempre una nueva y eterna alianza contigo. Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...”.
Vivir el momento presente. Esto es lo que la Iglesia nos pide otra vez en esta Cuaresma. La Iglesia nos invita a vivir con espíritu de oración y penitencia este itinerario cuaresmal que ya hemos comenzado.
Al Señor le pedimos que en esta Cuaresma siga convirtiendo nuestro corazón para ser enteramente suyos. Tendremos que trabajar, serán necesarias las obras, pero no lo olvidemos: nosotros amamos a Dios, al Cristo que nos ha salvado para darnos la vida eterna.
PINCELADA MARTIRIAL
Esto es lo que escribió sobre el desagravio San Pedro Poveda Castroverde. Nos ayudará en esta Cuaresma…
Realmente no es necesaria ninguna composición de lugar teniendo a Jesús presente en la sagrada Eucaristía y el sagrario abierto. Pero nos ayudará mucho representarnos la escena que describe el Evangelio de mañana. Se refiere en él cómo los judíos, por ser la víspera del gran sábado, quisieron quitar los cuerpos de los ajusticiados y fueron a quebrarles las piernas para acabar con ellos. Lo hicieron con los dos ladrones y no con nuestro Señor, que, estaba ya muerto, pero un soldado con la punta de una lanza le atravesó el costado.
El eximio Suárez sostiene que el costado se abrió de par en par. La mayoría cree que fue tan fuerte la lanzada que atravesó el corazón. Nuestro adorable Salvador habla de esto cuando dice a Sto. Tomás que meta los dedos en sus llagas y la mano en el costado. También la Sagrada Escritura nos habla de los agujeros de la peña y la cueva de la cerca, la brecha que abrió la crueldad.
Con la gracia de tener por fe a Jesús preguntemos a nuestro Señor qué quiere y qué desea de nosotros. Aquí estamos, hablad Señor que vuestro siervo escucha, podemos decir cada uno de nosotros. Quizás lo mejor sería aprovechar esta soledad del mundo y pedir perdón y misericordia al Señor.
En aquella tarde imborrable, aquella tarde terrible , cuando yo bajé a este sagrario para consumir, y cuando el temblor no me dejaba pasar apenas una Forma, no se me ocurría más que decir: perdón, misericordia. Ésta es la fiesta de la misericordia, del perdón, del desagravio, de la reparación. Siempre lo ha sido, pero este año más que ningún otro. Por eso, después de esta consideración y composición de lugar, me ha parecido mejor que dejaros solas, hacer en voz alta lo que yo había de hacer con el pensamiento.
Debemos siempre, lo vengo diciendo de antiguo, comenzar todos nuestros actos por la acción de gracias. Esta noche las daremos por la institución de la sagrada Eucaristía; lo más grande que hay. Pero no ha de ser una acción de gracias general, como la haría cualquier cristiano. Hemos de dar rendidas gracias por tantos tabernáculos, por tantos sagrarios como hay en esta nación. A pesar de lo nublado. Aunque parezca que el Corazón de Jesús duerme, está en vela. Démosle infinitas gracias por los miles de sagrarios, de tabernáculos, que hay en España. ¡Cuántas parroquias, cuántas catedrales, cuántas capillas, cuántas iglesias! Cuando vamos por ahí caminando, ¡cuántas veces hemos de hacer jaculatorias, descubrirnos, santiguarnos, para saludar al Señor en los sagrarios que vamos encontrando! ¿No merece esto infinitas gracias?
En tantos sagrarios ¡cuántas profanaciones no se cometen! No sólo con poca estima de la Eucaristía, sino otras mayores, más graves. Aunque los cristianos que cometen las primeras son quizá más responsables que los pobres que por ignorancia y otras causas comenten las segundas; éstos no sé qué responsabilidad tendrán ante Dios. Es día de reparación y de reparación eucarística ¡Señor, ten piedad y misericordia para todos los sacrílegos, para todos los que tratan mal el cuerpo adorable de Cristo; piedad y misericordia para los que no saben lo que hacen!
¿Y cómo me conduzco yo y cómo soy yo para Jesucristo en el tabernáculo? ¿Cuál es mi conducta para Jesús sacramentado? ¿Cómo entro y estoy en el templo, cómo me preparo para comulgar, cómo comulgo, cómo propago la devoción al Santísimo Sacramento? Yo, que tan obligado estoy y que tanto medito en estas grandezas de la fe…
Y ¿cómo desagraviamos los que somos tus hijos y queremos serte fieles? ¿Cómo reparamos tanto mal? ¿Multiplicamos nuestro celo, nuestras iniciativas; procuramos resarcir tanto daño, tanto atropello, tanto escándalo? ¿Somos aquellos cristianos primitivos de los que se decía: Mirad cómo se aman? Algunos ponen en duda los milagros de Cristo, pero no la vida de aquellos primeros cristianos, que era el milagro de los milagros.
Demos gracias por el beneficio incomparable de la fe, de la doctrina cristiana, de vivir dentro de la Iglesia católica. ¡Cuántos hay que no tienen fe! La fe no puede compararse con nada. Y ¿qué hicimos nosotros para merecer la fe y la doctrina cristiana?
La prensa, los libros, las novelas, qué veneno están esparciendo por el mundo; ¡cuánto daño están haciendo!....Es una corrupción completa de la inteligencia. Señor, para quienes lo escriben, para quienes lo editan, para quienes lo propagan, perdón y misericordia, misericordia y perdón.
¿Y qué hacemos nosotros en reparación de ese daño, que es incalculable? Y si del terreno de la inteligencia pasamos a las costumbres, a la vida social. ¡Qué corrupción!
Perdón y misericordia, Señor, para los que dan mal ejemplo, para todos los que se dejan llevar de las malas pasiones, para todos los pecadores. ¿Qué hacemos nosotros en orden a estas cosas para poder desagraviar a nuestro Señor, para darle gracias, para reparar de alguna manera los daños causados?
(2 de junio de 1932, probablemente Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús del año 1932. Creí por esto hablé. Tomo 1, páginas 1030 y 1031).