El sol brilla en todas partes,
pero algunos no ven más que sus sombras.
- Arthur Helps-
Charlaban dos individuos que se acababan de conocer en el vestíbulo de un hotel.
─La situación es desastrosa. Todo va de mal en peor. La economía está por los suelos, la inflación acabará con todos nuestros ahorros, no hay futuro...
─¿¡Qué me va a decir usted a mí!? Fíjese: estoy de viaje de novios, y he venido solo.
Como cristianos no podemos nunca ser pesimistas; sabemos bien que en el camino de nuestra vida encontramos muchas dificultades: mentiras, odio, persecución, zancadillas, etc. pero esto no nos desanima.
Si recurrimos con frecuencia a la oración, aprenderemos a ver los signos de Dios, su presencia y acción, más aún, a ser nosotros luz del bien, que difunde la esperanza e indica que la victoria del bien es posible porque Jesucristo ha vencido hasta a la muerte. Y esto es entusiasmante.
Los cristianos, por nuestra fe, tenemos la oportunidad de ver las cosas de forma positiva. Un cristiano consecuente con su fe no puede caer en estos errores:
* Ser profeta de desastres. Los desastres que puedan aparecer en nuestras vidas tienen una base real y otra subjetiva: todo depende del color... pon color esperanza y saldrá el sol cuando pase la tormenta.
* Ser propenso a la desesperanza, a las enfermedades y a la depresión. La depresión es horrible, es algo que afecta al cuerpo, a los pensamientos, al estado de ánimo. No se ven esperanzas; pero en Dios siempre hay esperanza. ¡Sé de quién me he fiado!, nos dice San Pablo (2 Tim. 1,12).
* Incapacitarse para disfrutar de la vida. Hay gente que no disfruta lo que tiene, que no van a la playa porque pueden ahogarse. No se suben a un avión porque les da temor. Los viajes pueden ser fuentes de problemas y no disfrutan de casi nada por puro pesimismo. Siempre están esperando que suceda lo peor. Temen a la oscuridad en la que habitualmente viven.
La solución es buscar dar siempre una respuesta positiva. Bañarse en el gozo de la resurrección. Renunciar a ese pesimismo que ensombrece la vida. El creyente debe alimentar su mente con las verdades de Dios, leer la Palabra y ser libre.
Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder de Dios. El optimismo cristiano no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien.
Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios.
Y eso sabiendo que cuando buscamos apoyo en Dios, cogidos de la mano de la Virgen, estemos dónde estemos y hagamos lo que hagamos, nunca estaremos solos.
pero algunos no ven más que sus sombras.
- Arthur Helps-
Charlaban dos individuos que se acababan de conocer en el vestíbulo de un hotel.
─La situación es desastrosa. Todo va de mal en peor. La economía está por los suelos, la inflación acabará con todos nuestros ahorros, no hay futuro...
─¿¡Qué me va a decir usted a mí!? Fíjese: estoy de viaje de novios, y he venido solo.
Como cristianos no podemos nunca ser pesimistas; sabemos bien que en el camino de nuestra vida encontramos muchas dificultades: mentiras, odio, persecución, zancadillas, etc. pero esto no nos desanima.
Si recurrimos con frecuencia a la oración, aprenderemos a ver los signos de Dios, su presencia y acción, más aún, a ser nosotros luz del bien, que difunde la esperanza e indica que la victoria del bien es posible porque Jesucristo ha vencido hasta a la muerte. Y esto es entusiasmante.
Los cristianos, por nuestra fe, tenemos la oportunidad de ver las cosas de forma positiva. Un cristiano consecuente con su fe no puede caer en estos errores:
* Ser profeta de desastres. Los desastres que puedan aparecer en nuestras vidas tienen una base real y otra subjetiva: todo depende del color... pon color esperanza y saldrá el sol cuando pase la tormenta.
* Ser propenso a la desesperanza, a las enfermedades y a la depresión. La depresión es horrible, es algo que afecta al cuerpo, a los pensamientos, al estado de ánimo. No se ven esperanzas; pero en Dios siempre hay esperanza. ¡Sé de quién me he fiado!, nos dice San Pablo (2 Tim. 1,12).
* Incapacitarse para disfrutar de la vida. Hay gente que no disfruta lo que tiene, que no van a la playa porque pueden ahogarse. No se suben a un avión porque les da temor. Los viajes pueden ser fuentes de problemas y no disfrutan de casi nada por puro pesimismo. Siempre están esperando que suceda lo peor. Temen a la oscuridad en la que habitualmente viven.
La solución es buscar dar siempre una respuesta positiva. Bañarse en el gozo de la resurrección. Renunciar a ese pesimismo que ensombrece la vida. El creyente debe alimentar su mente con las verdades de Dios, leer la Palabra y ser libre.
Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder de Dios. El optimismo cristiano no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien.
Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios.
Y eso sabiendo que cuando buscamos apoyo en Dios, cogidos de la mano de la Virgen, estemos dónde estemos y hagamos lo que hagamos, nunca estaremos solos.