Hay que utilizar la mano convenientemente: no es igual darse un masaje facial que jugar en la liga Asobal que comerse un padrastro. Por lo mismo, hay que utilizar la palabra de manera adecuada, porque de la boca lo mismo sale una frase bien dicha que una parida. Escribo esto por la cantidad de ellas que ha proferido el pregonero de carnaval de Santiago de Compostela, que ha relacionado sexualmente al discípulo de Jesús y la Virgen del Pilar, cuya presencia en el pregón sólo se explica porque Zaragoza queda lejos. Bien sabe el interfecto que si se mete con la de Covadonga corre el riesgo de que los fieles astures le hagan una ahogadilla cuando visite los lagos.
Yo le voy a hacer otra sin recurrir a la inmersión. Lo cierto es que me las ha puesto como a Fernando VII. Creo que el pregonero ha utilizado sus quince minutos de fama no más que para que éste que lo es despache su afrenta a la religión católica en un cuarto de hora, que es el tiempo máximo que necesito para llamarle descerebrado sin que parezca que cuestiono sus dos dedos de frente. No debe tener más quien recurre a la grosería con la intención de epatar al catolicismo. Y tampoco debe andar sobrado de ideas el alcalde de la villa, que para justificar la burla alude al contexto, el carnaval, y al fondo del asunto, la libertad de expresión, lo que resulta un argumento tan cogido por los pelos como la relación entre Fray Luis y la Cultural Leonesa.
Si la izquierda utiliza la libertad de expresión para proponer la quema de conventos, el despelote en las capillas o los pregones anticatólicos es porque ignora que decir libremente lo que uno piensa sólo es bueno si lo que piensa es bueno. Cualquier persona razonable es consciente de esta obviedad, pero la obviedad es a la izquierda lo que teoría de las supercuerdas al filólogo, un asunto ajeno, porque la izquierda cree sinceramente que ella es la verdad absoluta. Y, puesto que es la verdad, ni admite que se dude de sus axiomas ni se cuestiona a sí misma. En esto gana de mano a algunos católicos, que se cuestionan a sí mismos y aceptan la definición que la izquierda hace de ellos. Según la izquierda, el católico es aburrido, cuando lo cierto es que una discoteca no es más divertida que una iglesia. Que yo sepa en las dos hay música y en las dos hay vino.