Cuando llega Navidad parece que todos nos sentimos un poco mejores, aunque después volvamos a las andadas. Es el resultado de la ternura de un recién nacido, es la presencia entre nosotros del Niño Dios. Percibimos que el todopoderoso, el creador de todas las cosas no es un Dios lejano, justiciero con quien hemos de estar a bien, sino que es un Dios tierno como un niño recién nacido, es un DIOS-CON-NOSOTROS.

Y nosotros somos unos pobres pecadores, creados a imagen de Dios, pero imagen que quedó destrozada no sólo por el pecado original sino también por nuestros pecados personales; imagen, por otra parte, irrecuperable por nosotros.

Y aquí es donde la joya, el HIJO DE DIOS entra en juego. Se encarna, es decir, toma nuestra carne y nace. ¿Dónde? En la basura de un establo; y como el lugar más limpio del establo es el pesebre, la Virgen lo envuelve en pañales y lo recuesta en el pesebre.

No sé si pensamos suficientemente en el significado de este hecho. El Hijo de Dios viene a nuestra orilla y se encuentra con la basura de nuestro pecado. Nos abraza a todos, nos considera como hermanos; es el Dios con nosotros y empieza la gran obra de la Redención.

Esta obra hace ya muchos años que empezó pero se continúa en nuestros días y se continuará hasta el fin del mundo. Yo la he visto palpablemente y la estoy viendo a diario y me asombro todos los días, porque todos los días me siento en el confesonario algunas horas, y veo cómo se unen la basura del pecado y la infinita misericordia de Dios.

No pocas veces digo al penitente, sobre todo al que hace muchos años que no se ha confesado: no es que tú has visto la iglesia abierta. has entrado, has visto a un sacerdote en el confesonario y has dicho "voy a confesarme". Es Dios quien te ha traído y te has traído porque te quiere; y porque te quiere, te quiere perdonar; y es éste el momento en que muchas veces brotan las lágrimas de un corazón arrepentido que reconoce no haberse portado bien con su Padre Dios.

¡Qué bien suenan entonces las palabras de despedida "vete en paz y no peques más. Jesús te quiere!"

¡Qué bonito es ser testigos de la basura del pecado barrida por la misericordia de Dios!

¡Qué bonito es ser sacerdote! Uno es testigo de lo que dice San Pablo: "Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo" . Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo," (Flp. 3, 7-8).

Aquí es donde encuentran sentido las palabras de San Juan cuando dice: "En la Palabra estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." (Jn. 1, 4-5)

Pero también uno recuerda, al ver a tantos cristianos al margen del perdón, aquello de: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron." (Jn. 1, 911)

A pesar de todo, pienso en estas palabras de esperanza: "Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn. 1, 14).

Queridos amigos: Feliz Navidad en el encuentro con el Señor que nos quiere.