“El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?”.  (Lc 16, 10-13)

Hay una experiencia que suelen hacer los sacerdotes cuando confiesan y es la de escuchar a algunos penitentes decir que ellos no tienen pecados a pesar de que hace muchos años que no se confiesan. Se están refiriendo, por supuesto, a determinados pecados: no matar, no robar grandes cantidades, no engañar a la esposa o al marido. Pero hay infinidad de pecados veniales que muchos cometen sin darles importancia. Y, sobre todo, hay una gran cantidad de pecados de omisión que también tendríamos que tener en cuenta. El Señor no quiere que seamos amigos suyos a medias, sino del todo. Quiere que seamos fieles en las cosas grandes, por supuesto, pero también en las pequeñas, en las de cada día, en aquellas en las que con más facilidad podemos demostrarle nuestro amor.

Más aún, y siguiendo el hilo de enseñanza de este relato evangélico: si no somos capaces de ser fieles en lo poco, ¿cómo lo seremos en lo mucho?. Teóricamente deberíamos estar dispuestos a ser fieles a Cristo hasta el martirio, con tortura incluida; sin embargo, esa difícil meta puede ser imposible cuando no estamos entrenados a hacer lo que Dios nos pide en condiciones infinitamente menos duras. ¡Cuántas excusas para no hacer la voluntad de Dios e incluso para no cumplir nuestras obligaciones! Que si hace calor, que si llueve, que si estamos cansados, que si ya hemos ayudado en otra ocasión… Y así se nos pasa la vida, con grandes propósitos que tranquilizan nuestra conciencia, pero con realizaciones demasiado pobres en nuestras manos.