No voy a resumir el artículo que les invito a leer, me limitaré a destacar algunos aspectos del mismo que me han parecido especialmente oportunos.
Empezando por la propia concepción de «potestas», que a menudo se asimila a la fuerza bruta por contraste a la «auctoritas». Pero advierte Castellano que “la potestas no es mero poder, un poder brutal, sino un poder cualificado, es decir, regulado intrínsecamente. No es, pues, un poder arbitrario. No es, tampoco, un poder absoluto”. Es ésta la «potestas» que podríamos llamar clásica. Importante distinción.
Danilo Castellano analiza con bisturí los pasos con que la modernidad transforma esa «potestas» clásico en mero poder sin trabas. En primer lugar el concepto de soberanía por el que el “poder halló legitimación en su sola vigencia”. Por la fuerza de los hechos y sin referencia a nada externo a sí mismo. De este modo, “tanto el orden político como el orden jurídico se convirtieron así en el orden querido por el poder”. Y por supuesto, para este poder, Dios “se vuelve un inconveniente”, alguien molesto que pretende poner límites a lo que el poder desea y del que, por ello mismo, hay que librarse cuanto antes. Se entiende que en este contexto desaparece la ley “como mandato racional” para pasar a ser mera expresión de la voluntad ilimitada del poder soberano que puede “convertir en «buenas» acciones intrínsecamente «malvadas»” (en realidad ya no hay ley, sino mandatos arbitrarios, pues la ley injusta no es ley).
¿No es éste panorama descrito por Castellano el que sucede ante nuestros ojos a diario?
Acabo con un comentario cargado de consecuencias si uno lo piensa bien: vivimos en un mundo en el que el soberano es absoluto. No importa que este soberano sea una persona, una asamblea o el pueblo. Desde esta perspectiva se entiende que quién detenta ese poder soberano es secundario, lo verdaderamente grave es el carácter de esa «potestas» enloquecida, sin límites, enloquecida, que nos aflige a diario.