Me habla un amigo que no sabe si es ateo, agnóstico o nada.
-Nada, no, Paco, porque es evidente que tú y yo estamos aquí, en este bar, hablando. Soy alguien a quien han nacido y han puesto el nombre de José, y unos apellidos. He aterrizado, sin querer, en un mundo extraño y en una familia extraña, por azar. No he nacido en Siria o en el Yemen, donde hay guerras. No he nacido elefante o helecho. No soy un insecto, soy un ser humano, signifique eso lo que signifique.
-Sí, bien. ¿Qué me quieres decir?
-Todo es muy sorprendente. ¿Qué hacemos en este planeta? ¿Qué hacemos con vida? ¿Por qué estamos vivos ahora? ¿Por qué podemos no estarlo dentro de un segundo?
-No. Aquí estamos -respondo riendo.
-Ya me entiendes.
-Sí, bromeaba.
-Entonces, aparte de que todo esto queda sin respuesta real... No, no me vengas con tus filósofos: especulan. Solo especulan. Construyen argumentos "suponiendo que". Y algunos suponen más que otros. Pero son supuestos, no verdades. Suponen que Dios existe o no existe. Suponen que la realidad existe objetivamente o no. Suponen que tenemos alma o suponen que somos solo materia más o menos sofisticada. Y tú supones que hay un Dios y en tu suposición tienes una certeza.
-Bueno, sí. Distinguir entre verdad y certeza es muy importante.
-Vale, pero no podemos salir de las suposiciones. Entonces llega un tipo que dice que es el mismo Dios y predica el amor y la paz, y lo liquidan. Luego dicen que resucita y algunos, con esa certeza, extienden por el mundo su mensaje de paz y amor.
-Sigue.
-Sigo. ¿Para qué tanta complicación posterior? Organizaciones jerárquicas, artes, pensadores, intrigas, políticas, esculturas, frescos, catedrales, libros y más libros, guerras, discusiones interminables; más edificios, más catedrales, más vestidos raros, mitras, capas, tonsuras, claustros, columnas, copones de oro y plata...
Todo había empezado por uno que predicaba la paz y el amor y era más pobre que las ratas.
Quiero decir, que el tipo diga que es Dios y sea un mísero peregrino muy simpático es tan absurdo que te lo puedes llegar a creer: los judíos preferían un mesías guerrero y grandioso y hoy, probablemente, nos gustaría que Dios se manifestara técnicamente, que se teletransportase desde dimensiones ocultas a través de agujeros cuánticos en el espacio-tiempo, qué sé yo.
-Sí, el mesías científico es el equivalente al mesías guerrero. Puede ser. Buena imagen. Pero sigo sin entender a dónde quieres ir a parar.
-Cómo se debería manifestar Dios a los seres humanos es algo que casi no puede pensarse si Dios es quien dicen que es. Lo del misterio, ya sabes. Tendría que preservar la libertad del hombre, claro; pero eso es así, vuelvo a lo de antes, solo suponiendo que seamos libres. El caso es que me creería a tu Dios si apareciese hoy aquel pobre de Palestina que decía cosas extrañas como amar a los enemigos y poner la otra mejilla. Mejor dicho, intuyo que podría llegar a sorprenderme, a inquietarme, a acercarme a él y decirle: ¿quién eres? ¿Por qué haces lo que haces?
-Ya.
-Sin embargo, no tengo ningún interés, más allá del cultural o artístico, por acercarme a una de vuestras catedrales. Entiendo el espíritu que animaba a Miguel Angel para decorar la Capilla Sixtina, pero los artistas japoneses también estaban animados por un espíritu que, a juzgar por sus jardines o sus pinturas, no podía ser malo: transmiten paz y relajación.
-Sí.
-Podría creerme a San Francisco de Asís, no sé si me explico.
-No mucho.
-San Francisco es como Jesús. Paz y Amor, y ya. Él vivía de eso, del amor y de la paz. No necesitaba nada más: ni siquiera libros porque leía en la naturaleza. Estos tíos raros son los que me interrogan. Las catedrales, las casullas, los templos son como los libros de filosofía: complicados y "complicadores". La simplicidad, la sencillez interpela, ¿sabes? El desierto...
-Ya veo.
-Creo que los creyentes os olvidáis de la sencillez.
-Dime hermano y dame un abrazo. El ser humano no necesita más. Pero lo necesita mucho, a todas horas. Quiero un abrazo, no una catedral ni un tratado de filosofía, Paco.
No supe qué decir. Sentí, de pronto, que me sobraban muchas cosas y muchas ideas y muchas tonterías. Sí, me sobra mucho de todo.
Después, cuando nos separamos, recordé que el hombre de Galilea, como lo llamaba Johnny Cash, había dicho: "Sed sencillos..." Y había alabado a los lirios del campo.