Hace unas semanas estuve en una adoración eucarística en el colegio de mis hijos. Cada 1er viernes de mes se hace y está abierta a todo el mundo: alumnos, profesores, personal no docente, padres y madres, incluso gente de fuera del colegio. Es un privilegio, ¡vaya si lo es!, poder estar delante del mismo Cristo a poca distancia, sin vallas ni controles, en intimidad y confianza.
Estaba sentada en el último banco, había llegado un rato antes de que empezara y vi cómo el capellán iba preparando todo. Me gusta mucho estar esperando al Señor, es emocionante estar ahí sabiendo que en unos minutos ÉL estará a pocos metros de una…
Empezó: el sacerdote revestido con capa pluvial saca al Señor del sagrario y lo coloca con sumo cuidado y revererencia en la custodia. ¡Cuánto me gustaría poder hacerlo yo! Cantamos, rezamos y nos quedamos en un reverente silencio.
Llegaron los alumnos de 3º de Primaria con sus profesores y el capellán les explicó qué era esa cosa grande con rayos como de sol alrededor; les habló de Jesús Eucaristía, a Quien recibirían por primera vez en Mayo. Rezaron con él y se fueron entre risas y “¡SSSSSH!” de los profes.
Fueron pasando por la capilla profesores y alumnos de todos los cursos y me fijé en la actitud de unos y otros: silencio, cuchicheos, reverencia, indiferencia, respeto, pasotismo, contemplación, estar a por uvas, oración, papar moscas…
Y yo seguía mientras tanto hablando con Él y haciéndome preguntas: ¿qué entienden unos y otros de una adoración eucarística? Nada, todo, algo intuyen, ni se lo preguntan…
¿Y Jesús desde la custodia? ¿Qué ve? ¿Qué siente? Porque Jesús en la eucaristía es Jesús Jesús, el de Nazaret, el carpintero, el que nació en Belén, recorrió Galilea haciendo el bien y fue crucificado en Jerusalén, resucitó 3 días después y subió al Cielo pero a la vez se quedó en la Tierra en la eucaristía y está vivo de verdad en ese trozo de pan plano que, por la consagración hecha por el sacerdote, es el cuerpo y la sangre de Jesús de Nazaret: la Eucaristía.
Por eso le adoramos en ella. Por todo lo que hizo por nosotros, por gratitud, por amor, porque es Dios y es lo que debemos hacer: adorarlo, venerarlo, amarlo.
Y bien, ¿qué hace Jesús desde la custodia?
Pues yo creo que se ríe con las cosas de los pequeñitos, se enternece con los niños, se enorgullece con los adolescentes, se complace –y mucho- con los adultos, se entristece con los que teniendo ya uso de razón no quieren saber, no tienen interés y dejan derramarse por el suelo su gracia, que sale a chorro desde la custodia.
No sé Él pero yo sentí un latigazo en el corazón cuando el pavo que estaba a 2 sitios de mí, después de estar hablando todo el rato con el de al lado, se despidió de Cristo con algo parecido a un calambre en las piernas. ¡Con lo hermoso que es ver a un joven ADORAR A SU DIOS!
Pero si Él no juzga, ¿cómo voy a juzgar yo? Si Él no se enfada, ¿cómo voy a enfadarme yo? Si Él no le pega un corte, ¿cómo voy a hacerlo yo, que soy el último mono de la cristiandad y que estoy llena de miserias y vergüenzas?
Él desde la custodia mira, observa, conoce, lo ve todo, lo sabe todo, lo siente todo… y parece que no pasa nada. Guarda silencio, no se hace notar, no salen luces ni música celestial de la custodia ni fulmina a nadie con un rayo… Para mí que está tratando de decirnos algo.
El capellán nos dio la bendición con la custodia y entraron alborotando los de 2º de Primaria. Fue precioso, como si Jesús le dijera al sacerdote: “¡No me guardes todavía, que quiero estar con los pequeñitos!”.
Al oírlos y verlos cómo rezaban, y escuchar la burla irreverente (por “pavez” quiero creer) del malote que salía, pedí al Señor con todas mis fuerzas: “quiero recuperar esa inocencia y esa limpieza de corazón, esa confianza absoluta de los niños.”
(la foto que ilustra este artículo procede del portal Cathopic.com)