En la película “Juan Pablo I, la sonrisa de Dios”, hay una escena que siempre me ha parecido fantástica. Albino Luciani, siendo niño, comunica a su padre la decisión de ser sacerdote, a la que éste se opone, intentando convencerle de que se dedique a cualquier oficio. El padre dice que no está de acuerdo con los curas, porque ellos siempre hacen lo que dice el Papa. Y él es socialista, y piensa que cada uno debe ser libre para pensar a su manera. “¿Todos?” Le pregunta Albino. “Todos, sí”, responde su padre. Tras lo que Albino dice… “entonces, ¿por qué yo no?”
Para mí esta conversación es un reflejo de la relación del PSOE con los católicos. Es un partido abanderado de los derechos, de las libertades, de la diversidad… mientras tus ideas coincidan con las suyas. Porque para los católicos, las libertades siempre son limitadas. Incapaces de llevar el socialismo español al siglo XXI, a un espacio que no persiga la constante relegación a las sombras del cristianismo, encontramos una y otra vez las mismas consignas contra la religión católica. Consignas que si bien pueden enardecer a unos cuantos tardo-reprimidos de la dictadura, o a los neocomunistas podemitas, empiezan a resonar como rancias a una generación como la mía, ya democrática, que no ve el hecho religioso como un elemento a combatir, sino tristemente, como algo que le es básicamente indiferente.
Así pues, no se entiende ese empeño en deleznar la escuela concertada. Más cuando se ha demostrado el ahorro que supone a las arcas del Estado, y año tras año tiene una notable demanda social, que pide abrir más líneas educativas en pos de respetar la libre elección de centros de los padres. Pero no. Aquí el derecho a decidir vuelve a quedar en manos de papá Estado; tus niños a la pública.
Y otro tanto con la asignatura de religión. Cada vez menos horas, sin peso en la evaluación… Uno recuerda la famosa “carta de un padre socialista a su hijo” (podrán encontrarla fácilmente en cualquier buscador de Internet), del político francés Jean Jaures. Su hijo le pedía eximirle de estudiar la asignatura de religión en la escuela, a lo que su padre le responde con una bellísima carta, diciéndole que jamás le enviará un justificante así, con una lista de motivos demoledores. Acaba diciéndole: “[...] Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario.”
Y esta es la conclusión a la que inevitablemente uno acaba llegando. Este PSOE nuestro no quiere escuelas católicas, ni religión en las aulas, ni símbolos religiosos en espacios públicos, ni cualquier tipo de manifestación religiosa, porque no quiere hombres libres, sino adoctrinados. Y es que, aunque su voz pueda resultar cada vez más indiferente, y parezca tan perdida en la forma de comunicar su mensaje, la Iglesia sigue siendo un pequeño reducto libre, proclamando siempre la Verdad, tan incómoda frecuentemente cuando se tienen oscuras intenciones. Da igual que acabe siendo un pequeño poblado galo perdido en el imperio romano. Siempre resiste. Y al igual que Sauron temía aquello en lo que Aragorn podía convertirse (e intentó destruirlo antes de que fuese rey), un adoctrinador (y la actual izquierda está demostrando serlo, sin disimulo ni pudor alguno), teme al cristiano que todo hombre puede llegar a ser. Hombres librepensadores, a los que no se imponga la cultura de la muerte ni la ideología de género, que no toleren la corrupción, la falsedad, la hipocresía, la incoherencia y la desvergüenza que hoy sufrimos a diario. Hombres que de verdad luchen por todo aquello que el socialismo debería defender, por los desfavorecidos, por los indefensos, por la vida y por la auténtica libertad, rescatándonos para siempre de la catastrófica clase política que hoy nos desgobierna.
Ese día, yo podría ser socialista.