Dejemos caer la mirada en uno de esos paisajes que se ha olvidado bastante en los últimos años: En la sede del Congreso de los Diputados, fue colocado a primeros del año 2016, el cuadro de Juan Genovés, El abrazo. Comenzó a pintarlo en el lejano 1973 pero recuerda bien qué le inspiró: el alborozo de unos niños a la salida del colegio. Él pintó adultos, de espaldas, sin rostro y sin color, pero con el calor de los que corren a abrazarse. Como los niños al dejar las aulas, sus padres en la pintura parecen expresar un jubiloso alivio o liberación. Genovés tenía el cuadro en su taller cuando miembros de la Junta Democrática le pidieron una imagen para la campaña por la amnistía. Les mostró la pintura de unas manos entre rejas, pero parecía demasiado obvia. Entonces, alguien se fijó en esta gente abrazada. Fue una idea convertir el cuadro en cartel. Funcionó, se agotó pronto y más adelante se reeditó para sufragar con su venta los primeros gastos de la naciente sección española de Amnistía Internacional. Y así, El abrazo se fue convirtiendo en un símbolo. Pero de un tiempo a esta parte, parece que este cuadro ha caído en el olvido. Es verdad que la pandemia ha hecho desaparecer los abrazos, sustituyéndolos por un "toque de codos", a la altura del corazón. Y es verdad también, que el papa Francisco nos dejó no hace mucho una de sus frases más sonoras: "Abrazad el mundo", que fue tanto como proclamar: Luchad contra la pobreza material y espiritual, edificad la paz y esforzaos en construirla, salid al encuentro de los demás. Desgraciadamente, el mundo sigue dividido, roto por dentro, en constantes contradicciones y confusiones. Destacadas personalidades se han atrevido a "denunciar y señalar" esas divisiones de la humanidad. El Abbé Pierre hacía una curiosa división de la humanidad, en su libroTestamento: "La división fundamental de la humanidad no es entre los que se dicen "creyentes" y los que se llaman o llamamos "no creyentes". La división fundamental es entre los "idólatras de sí mismos" y "los comulgantes", es decir, entre los que, ante el sufrimiento de los demás, se vuelven, y los que luchan por liberarles. Es la división entre los que aman y los que se niegan a amar". Arundathi Roy, la escritora india, una de las mujeres más lúcidas y de más coraje de nuestra época, afirma, por su parte, que el mundo está dividido en dos clases de seres. "los supervivientes y los no supervivientes". Lo que es importante en las situaciones terribles es el instinto de supervivencia. Tenemos que "sobrevivir" y continuar relatando historias. Y las historias nos salvan. Marcelino Camacho, aquel mítico sindicalista, el que fuera presidente de CC.OO., establecía una nueva división del mundo: "el mundo se divide en poseedores y desposeídos, y eso hay que transformarlo. ¿A la fuerza? No. Tenemos que acabar con el tiro en la nuca de unos y de otros. Hay que hacerlo en paz. Hay que hacerlo en libertad". Quizás, cada uno de nosotros podría hacer también su división particular de la humanidad, a pequeña escala, colocando como telón de fondo las palabras de uno de los personajes de Graham Greene, en su novela El poder y la gloria: "Todos vivimos en el barro, pero algunos elevamos la mirada a las estrellas". Es la hora de los "encuentros", como el que nos ofrecía el famoso cuadro de Genovés, en marcha todos hacia metas de vida; la hora de la solidaridad sobre el tablero de la justicia; la hora de la salvación del hombre y de la humanidad, como musitaba el poeta Blas de Otero: "Salva al hombre, Señor, en esta hora horrorosa de trágico destino... Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora en su costado".