DATE PRISA

La rapidez, que es una virtud,
engendra un vicio que es la prisa.
-Gregorio Marañón-

          No tenemos tiempo pero vivimos rápido, contra reloj y por eso usamos como justificante de nuestra aceleración el manido «vamos, date prisa que no tengo tiempo».

           Una de las expresiones que más usamos con nuestros hijos e hijas es «date prisa». Nos hemos metido en un ritmo de vida trepidante, donde cualquier tiempo libre lo ocupamos rápidamente, buscamos otra tarea para cubrir ese espacio. Y es que estamos demasiado centrados en el hacer y, por lo mismo, no encontramos tiempo para el ser. 

          Así me lo contó una madre asombrada por la pregunta que le hizo su hija:

         —Mamá, ¿cuándo estoy en el colegio, dónde debería estar?
         —Y ¿por qué me preguntas eso, hija?
         —Porque cuando estoy jugando en el parque me dices que ya tendría que estar bañándome; cuando estoy en la bañera, que tendría que estar cenando; cuando ceno, que tendría que estar en la cama; cuando me levanto, que tendría que estar desayunando. Y cuando estoy en el colegio, ¿dónde debería estar, mamá?

          Es muy frecuente en la buena gente medir su entrega a una causa por los nervios que a ella dedican. Y ese frenesí de la acción destruye la fecundidad de su trabajo, porque mata la raíz de sabiduría interior que hace fecunda una obra.

         Esa prisa por hacer las cosas tiene, cuando menos, un pequeño porcentaje de neurosis que aborta la fecundidad porque, nada que nazca fuera del sosiego llega a ser verdaderamente fecundo.

         El checo Rainer Maria Rilke expresa admirablemente las consecuencias de este frenesí: «Voy haciendo ricas todas las cosas, mientras yo me quedo cada vez más pobre».

         Si la prisa mata al amor es porque el amor requiere calma, sosiego serenidad que son los cimientos de toda obra bien hecha. ¿Vemos algún árbol que crezca con prisa?, ¿alguna fruta que madure rápidamente? La naturaleza tiene su ritmo, y los hombres necesitamos nuestro tiempo. Que no se ama ni se vive más corriendo de un sitito para otro como si fuésemos a batir el record de velocidad.

         No somos más eficaces por el número y la rapidez de cosas que hacemos, sino por el amor que ponemos en nuestras obras. Ya lo decía aquel castizo: «Dios inventó el tiempo y nosotros las prisas».

         Para ser eficaces y constructivos se necesita algo tan necesario como el pan que comemos, y ese algo es la paz, la serenidad de espíritu; por eso hay que darse prisa en aprender a no tener prisas.