Muchos jóvenes, justo al entrar a la universidad, dejan la fe, creyéndola “medieval”. El problema, claro está, no son los estudios universitarios, sino el trabajo pastoral previo. Probablemente, sobró el sentimiento y faltó el pensamiento. Los espacios escolarizados y no escolarizados dentro del contexto católico, no pueden reducirse a un mensaje sentimental, emotivo, pero sin contacto con la realidad social. De ahí que deban desarrollarse desde un doble enfoque: teórico y práctico. Algunos rechazan el papel principal del contenido, de la doctrina, pero eso es un error, pues ¿cómo querer o reflexionar sobre lo que no se conoce? Luego, por eso les llega algún profesor agnóstico o grupo de espiritualidad alternativa y pierden la fe (católica) en un dos por tres. El primer paso, implica profundizar, descubrir que el cristianismo es razonable, que se puede tener una mentalidad creativa, moderna, sin olvidar los valores del Evangelio. Desempolvemos a Santo Tomás de Aquino y, actualizándolo, al valernos de los nuevos autores, démosle a los estudiantes y jóvenes en general, razones para creer y no frases o slogans abstractos que no van a lo esencial. Luego, ya conociendo la fe, tiene que darse la práctica, dentro y fuera del ámbito de la institución o del grupo, considerando la edad y momento de los adolescentes y jóvenes.
Otro error consiste en subestimar a las nuevas generaciones pensando en que no nos van a entender. De esa manera, todo queda en jugar alguna partida o escribir una frase, cuando en realidad está el reto de que descubran su propia vocación y eso se logra a través de una temática profunda, que los haga despertar. Ellos pueden escuchar cosas profundas. No omitamos un texto, por ejemplo, de Ratzinger, creyendo que no estarán a la altura, porque se les puede explicar y seguro que sabrán procesarlo, además de compartirlo en la plenaria. El mundo es complejo y el sentimentalismo no ayudará a saber posicionarse dentro de la realidad social que pide un nuevo humanismo.
Cuentan que, en una ocasión, Margaret Thatcher, frente a una persona que le preguntó “¿Cómo se siente?”, respondió: “Pregúnteme mejor, ¿qué pienso?”. Claro, no se trata de ser fríos o indiferentes, pero sí de revalorar el papel del pensamiento como un aporte en favor de la verdad y de la transformación de la realidad al comprender lo que hay detrás de las injusticias, siendo proactivos. Hay que formar católicos y ciudadanos. Para alcanzar la meta, es necesario ayudarlos a elaborar una crítica constructiva. De otra manera, muchos dejarán la fe, pues no habrán conseguido crecer con ella.
Pensar no significa caer en el racionalismo que excluye la apertura a la acción de Dios, a los misterios de la fe, a la sensibilidad hacia los más necesitados, sino acercarnos desde la lógica y reconociendo los límites de concepto que siempre se encuentran frente a alguien tan grande como Cristo. Es lo que consiguieron personajes de la talla de San Agustín o Sto. Tomás de Aquino. Por lo tanto, pensar es servir, pues de ahí surgen las acciones sobre el terreno. Vale la pena hablar al intelecto cuando lo que se transmite es la palabra de Jesús.
Otro error consiste en subestimar a las nuevas generaciones pensando en que no nos van a entender. De esa manera, todo queda en jugar alguna partida o escribir una frase, cuando en realidad está el reto de que descubran su propia vocación y eso se logra a través de una temática profunda, que los haga despertar. Ellos pueden escuchar cosas profundas. No omitamos un texto, por ejemplo, de Ratzinger, creyendo que no estarán a la altura, porque se les puede explicar y seguro que sabrán procesarlo, además de compartirlo en la plenaria. El mundo es complejo y el sentimentalismo no ayudará a saber posicionarse dentro de la realidad social que pide un nuevo humanismo.
Cuentan que, en una ocasión, Margaret Thatcher, frente a una persona que le preguntó “¿Cómo se siente?”, respondió: “Pregúnteme mejor, ¿qué pienso?”. Claro, no se trata de ser fríos o indiferentes, pero sí de revalorar el papel del pensamiento como un aporte en favor de la verdad y de la transformación de la realidad al comprender lo que hay detrás de las injusticias, siendo proactivos. Hay que formar católicos y ciudadanos. Para alcanzar la meta, es necesario ayudarlos a elaborar una crítica constructiva. De otra manera, muchos dejarán la fe, pues no habrán conseguido crecer con ella.
Pensar no significa caer en el racionalismo que excluye la apertura a la acción de Dios, a los misterios de la fe, a la sensibilidad hacia los más necesitados, sino acercarnos desde la lógica y reconociendo los límites de concepto que siempre se encuentran frente a alguien tan grande como Cristo. Es lo que consiguieron personajes de la talla de San Agustín o Sto. Tomás de Aquino. Por lo tanto, pensar es servir, pues de ahí surgen las acciones sobre el terreno. Vale la pena hablar al intelecto cuando lo que se transmite es la palabra de Jesús.