Vivir como un cura
Ha pasado bastante tiempo desde que no escribo un blog, y hoy me he animado. ¡Buf! Han pasado tantas cosas… La verdad es que cada vez entiendo menos ese dicho de “vives como un cura”. Como decía un compañero, “vivo mejor de lo que piensas, pero no por lo que piensas”. En este tiempo he tratado de dar difusión a mi canal de Youtube. Como siempre, las críticas y suspicacias no se han hecho esperar, pero también los aplausos y los ánimos. Para mí se trata de llenar las redes de contenido cristiano. He tratado de aprovechar este blog para dar difusión a los videos, pero no ha surtido mucho efecto. Está claro que muchos de los que leéis no sois muy de Youtube. Llenar Internet de la presencia de Cristo, de la Iglesia. Eso es lo que cuenta, da igual el modo. Empecé el canal con entusiasmo, como con todo lo nuevo. Ahora siento que debo seguir adelante con ello, aunque la novedad, como con todo, se pasa.
No siento la necesidad de Dios
El otro día le decía a mi grupo de señoras, con las que leemos el evangelio de los domingos, que lo más difícil en la vida de fe es la perseverancia. Perseverar. Muchas veces los sentimientos no acompañan, la oscuridad se apodera del alma, las tentaciones acechan a la puerta, la fuerza de la costumbre se adueña de nosotros… y la perseverancia se hace difícil. Lo fácil sería dejarse arrastrar por el río de la sociedad en que andamos metidos, y no nadar contra corriente. Una de las cosas que más me he encontrado siendo sacerdote es gente, sobre todo jóvenes, que dicen que no sienten la necesidad de Dios. A quienes conocemos a Dios esto nos puede dejar bastante perplejos, y sin embargo, pensándolo bien, es normal. Nuestro mundo está hecho para que la gente no piense y consuma. Se crean productos, y después se provoca la necesidad de ese producto en el consumidor, para que lo compre. Pero claro, a Dios no se le puede comprar ni vender. Por eso el mundo del consumo nunca publicitará a Dios. Y por eso mismo quien vive imbuido en el espíritu de este mundo no necesita a Dios. O cree que no le necesita. Entonces supongo que nuestra tarea es suscitar en cada hombre el deseo de Dios, la necesidad de Dios. Porque el hombre no llega a ser plenamente él mismo sin Dios. Y los que sienten que no le necesitan, ¡se están perdiendo tantas cosas! En ese ambiente de la falta de necesidad de Dios, la perseverancia es más difícil.
La vida es bella
La vida es hermosa. Está llena de pequeños detalles que la hacen adorable. Al chaval en proceso de integración social que tengo acogido en casa le han regalado una gatita. ¡Y es preciosa! Mirándola, acariciándola y jugando con ella, me daba cuenta de cómo todo lo que Dios ha creado es bello, y lleva su huella. Vio todo lo que había creado y era muy bueno. Un salmo hasta dice que Dios modeló al Leviatán para que retoce (Sal 104 (103), 26). ¡Le tenemos tan a mano! Él está ahí, sencillamente, para quien sencillamente sabe verlo.
Apariciones
Discutía ahora en un grupo sobre Garabandal, sobre Medjugorje. Antes yo era más espectacularcita, me gustaba indagar en todo lo misterioso, lo apocalíptico. Ahora me he vuelto más… ¿cómo decirlo? Escéptico no. Sería estúpido si, después de todo lo que he vivido, me hubiera vuelto escéptico. Supongo que encuentro un hermoso agrado en encontrar a Dios en cada cosa, en lo pequeño, cada día. Siempre en comunión con la Iglesia. Quizá no he hecho bien en entrar a la discusión, uno siempre lo duda. Quizá sí me doy cuenta de lo necesario que es centrarse en lo esencial. Y ¡buf! hay tantas cosas accesorias, que usurpan lo central del Evangelio… que aburren.
Las dichosas etiquetas
Como las luchas y los prejuicios dentro de la Iglesia. Sospechas entre movimientos, etiquetar a los curas entre progre y carca, ver venir a alguien y estar pensando “de qué pie cojea”. ¡Buf! Aburridísimo. A veces pienso que la gente se aburre de vivir su vida y por eso anda con el hocico metido en las cosas de otras personas. Y luego está el tema de opinar. Todo el mundo opina sobre todo. ¡No hace falta, hombre! Como me dijo una vez Rouco Varela, “no se puede saber de todo”.
Llenar todo de Cristo
Hace poco he publicado mi primer libro, Virginidad 2.0, un itinerario para que los jóvenes (y no tan jóvenes) puedan recuperar la virginidad del corazón. Aún recuerdo las caras de los de la editorial cuando les dije que quería renunciar a mi parte económica. El libro está haciendo mucho bien, y eso es una maravilla que me llena de alegría la verdad. Llenar todo de Cristo, todo. Las páginas, las librerías, las redes, Internet… Todo. ¿No está todo nuestro mundo lleno de tonterías recurrentes, de pornografía, de política, de ideologías…? Pues que rebose también de Cristo. Eso depende de nosotros.
Vallecas
La vida de mi pequeña parroquia en Vallecas me hace darme cuenta de muchas cosas. Todas buenas. De la suerte que he tenido. De la particularidad de cada destino pastoral en los que he estado. (Mientras escribo esto la gata, curiosa, viene a ver qué estoy escribiendo). Me hace darme cuenta del valor de lo pequeño, de lo que tardan en crecer las cosas, de lo trascendentales que son nuestros actos… Me refiero a tantas cosas que se han hecho aquí y que han acabado alejando a la gente de la Iglesia, de Cristo. Es estúpido buscar culpables. Lo que se hizo aquí se hizo con amor y con la mejor intención del mundo. Pero no funcionó. ¿Somos acaso los curas de ahora mejores que los de entonces? En absoluto. Algunos quizá nos creemos mejores, pero no lo somos. Cada alma en este barrio, en este mundo, es amada por Dios, cada persona. Pero ¡hay tantos a los que no llegaremos! Eso tampoco me quita la paz. Mi vida está ofrecida, toda ella, por la salvación del mundo. Y la de tantos y tantas en la Iglesia. Donde no llegue nuestra eficacia visible llegará la invisible.
La vida divorciada de Dios
Eso no quiere decir que no debamos evangelizar. Claramente debemos, movidos por el puro amor. Porque nuestra gente, mi gente, tu gente, está perdida sin Cristo. Sí, perdida. Le necesita. Aunque piense que no. (Ahora la gata se pone entre mis brazos; reclama atención…). Están perdidos sin Cristo. Sin norte, sin un a dónde, sin un por qué… Nosotros estamos perdidos sin Cristo. Yo lo estoy. Él me hace ser quien soy, me hace la mejor versión de mí mismo. Y querría que todos tuvieran eso. Toda la gente de mi barrio. Caminan tan ajenos a Dios… Incluso los gitanos, que van a la iglesia de Filadelfia, que cantan a Dios y creen en él, viven como si Dios no existiera; parece que su relación con Dios no afecta a su día a día. Esa es la amenaza, incluso para los creyentes. Que Dios sea sólo un complemente, un apéndice, algo al fin y al cabo prescindible. Creo que ese es el mayor triunfo del enemigo hoy, para los creyentes y para los no creyentes.
Creernos los mejores
También este tiempo ha sido para conocer nuevas iniciativas en la Iglesia, nuevos métodos de evangelización y movimientos. No los voy a nombrar aquí para no emprejuiciar a nadie. Recuerdo a un amigo que decía que su mujer siempre estaba de “mystic parties” (fiestas místicas). Y tantos grupos que se convierten en el centro de sus adeptos, en lo primero, en lo único… ¡Buf! Gente que defiende unos métodos de evangelización mientras denosta otros. Gente que piensa que su movimiento es el mejor, el de los perfectos, el más moderno, el más santo… “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 21). Cada método de evangelización es bueno para cada persona a la que le ayuda a encontrarse con Dios; cada grupo o movimiento es bueno para cada persona a la que le ayuda para encontrarse con Dios. Todo lo demás es vanidad. Nuevos tiempos, tiempos de comunión entre todos. Tiempos de dejar atrás las etiquetas, los grupúsculos, las diferencias sociales. ¿Idealista? Quizá. Alguien me enseñó un día que, sin un ideal que nos tense y tire de nosotros, nunca nos moveríamos.
Miscelánea
Dios me ama como soy. A los que creen en Dios todo les sirve para su bien. En todo actúa la mano de Dios para bien de los que le aman. Dios no hace chapuzas. No, no hace chapuzas. Detrás de cada pequeño evento, de cada eventualidad, de cada eventual problema o imprevisto, está su mano. Siempre acaba apareciendo, para el que mira con fe. Porque está. Y hay veces que es duro, porque las cosas no salen como uno quiere. Bueno, de hecho, si lo piensas, las cosas casi nunca salen como uno quiere. Entonces, o todo es absurdo, o hay un plan maestro que nos guía maravillosamente hacia una plenitud que por nosotros mismos no podríamos alcanzar.
El valor de lo pequeño
Si has aguantado leyendo hasta aquí, te felicito. Siempre escribo cosas profundas, con gran contenido o esquema. Hoy he preferido dejar volar mis dedos sobre el teclado, levemente interrumpido por la gata, a ver qué salía, como un amigo que me mandaba el otro día un blog que escribió en una noche de insomnio. Al fin y al cabo, si defiendo el valor de lo pequeño, también este blog lo tendrá. ¿Y si ayuda a alguien? Ya sólo por eso habrá merecido la pena. Y habré acabado mi día de descanso haciendo algo útil.
Ha pasado bastante tiempo desde que no escribo un blog, y hoy me he animado. ¡Buf! Han pasado tantas cosas… La verdad es que cada vez entiendo menos ese dicho de “vives como un cura”. Como decía un compañero, “vivo mejor de lo que piensas, pero no por lo que piensas”. En este tiempo he tratado de dar difusión a mi canal de Youtube. Como siempre, las críticas y suspicacias no se han hecho esperar, pero también los aplausos y los ánimos. Para mí se trata de llenar las redes de contenido cristiano. He tratado de aprovechar este blog para dar difusión a los videos, pero no ha surtido mucho efecto. Está claro que muchos de los que leéis no sois muy de Youtube. Llenar Internet de la presencia de Cristo, de la Iglesia. Eso es lo que cuenta, da igual el modo. Empecé el canal con entusiasmo, como con todo lo nuevo. Ahora siento que debo seguir adelante con ello, aunque la novedad, como con todo, se pasa.
No siento la necesidad de Dios
El otro día le decía a mi grupo de señoras, con las que leemos el evangelio de los domingos, que lo más difícil en la vida de fe es la perseverancia. Perseverar. Muchas veces los sentimientos no acompañan, la oscuridad se apodera del alma, las tentaciones acechan a la puerta, la fuerza de la costumbre se adueña de nosotros… y la perseverancia se hace difícil. Lo fácil sería dejarse arrastrar por el río de la sociedad en que andamos metidos, y no nadar contra corriente. Una de las cosas que más me he encontrado siendo sacerdote es gente, sobre todo jóvenes, que dicen que no sienten la necesidad de Dios. A quienes conocemos a Dios esto nos puede dejar bastante perplejos, y sin embargo, pensándolo bien, es normal. Nuestro mundo está hecho para que la gente no piense y consuma. Se crean productos, y después se provoca la necesidad de ese producto en el consumidor, para que lo compre. Pero claro, a Dios no se le puede comprar ni vender. Por eso el mundo del consumo nunca publicitará a Dios. Y por eso mismo quien vive imbuido en el espíritu de este mundo no necesita a Dios. O cree que no le necesita. Entonces supongo que nuestra tarea es suscitar en cada hombre el deseo de Dios, la necesidad de Dios. Porque el hombre no llega a ser plenamente él mismo sin Dios. Y los que sienten que no le necesitan, ¡se están perdiendo tantas cosas! En ese ambiente de la falta de necesidad de Dios, la perseverancia es más difícil.
La vida es bella
La vida es hermosa. Está llena de pequeños detalles que la hacen adorable. Al chaval en proceso de integración social que tengo acogido en casa le han regalado una gatita. ¡Y es preciosa! Mirándola, acariciándola y jugando con ella, me daba cuenta de cómo todo lo que Dios ha creado es bello, y lleva su huella. Vio todo lo que había creado y era muy bueno. Un salmo hasta dice que Dios modeló al Leviatán para que retoce (Sal 104 (103), 26). ¡Le tenemos tan a mano! Él está ahí, sencillamente, para quien sencillamente sabe verlo.
Apariciones
Discutía ahora en un grupo sobre Garabandal, sobre Medjugorje. Antes yo era más espectacularcita, me gustaba indagar en todo lo misterioso, lo apocalíptico. Ahora me he vuelto más… ¿cómo decirlo? Escéptico no. Sería estúpido si, después de todo lo que he vivido, me hubiera vuelto escéptico. Supongo que encuentro un hermoso agrado en encontrar a Dios en cada cosa, en lo pequeño, cada día. Siempre en comunión con la Iglesia. Quizá no he hecho bien en entrar a la discusión, uno siempre lo duda. Quizá sí me doy cuenta de lo necesario que es centrarse en lo esencial. Y ¡buf! hay tantas cosas accesorias, que usurpan lo central del Evangelio… que aburren.
Las dichosas etiquetas
Como las luchas y los prejuicios dentro de la Iglesia. Sospechas entre movimientos, etiquetar a los curas entre progre y carca, ver venir a alguien y estar pensando “de qué pie cojea”. ¡Buf! Aburridísimo. A veces pienso que la gente se aburre de vivir su vida y por eso anda con el hocico metido en las cosas de otras personas. Y luego está el tema de opinar. Todo el mundo opina sobre todo. ¡No hace falta, hombre! Como me dijo una vez Rouco Varela, “no se puede saber de todo”.
Llenar todo de Cristo
Hace poco he publicado mi primer libro, Virginidad 2.0, un itinerario para que los jóvenes (y no tan jóvenes) puedan recuperar la virginidad del corazón. Aún recuerdo las caras de los de la editorial cuando les dije que quería renunciar a mi parte económica. El libro está haciendo mucho bien, y eso es una maravilla que me llena de alegría la verdad. Llenar todo de Cristo, todo. Las páginas, las librerías, las redes, Internet… Todo. ¿No está todo nuestro mundo lleno de tonterías recurrentes, de pornografía, de política, de ideologías…? Pues que rebose también de Cristo. Eso depende de nosotros.
Vallecas
La vida de mi pequeña parroquia en Vallecas me hace darme cuenta de muchas cosas. Todas buenas. De la suerte que he tenido. De la particularidad de cada destino pastoral en los que he estado. (Mientras escribo esto la gata, curiosa, viene a ver qué estoy escribiendo). Me hace darme cuenta del valor de lo pequeño, de lo que tardan en crecer las cosas, de lo trascendentales que son nuestros actos… Me refiero a tantas cosas que se han hecho aquí y que han acabado alejando a la gente de la Iglesia, de Cristo. Es estúpido buscar culpables. Lo que se hizo aquí se hizo con amor y con la mejor intención del mundo. Pero no funcionó. ¿Somos acaso los curas de ahora mejores que los de entonces? En absoluto. Algunos quizá nos creemos mejores, pero no lo somos. Cada alma en este barrio, en este mundo, es amada por Dios, cada persona. Pero ¡hay tantos a los que no llegaremos! Eso tampoco me quita la paz. Mi vida está ofrecida, toda ella, por la salvación del mundo. Y la de tantos y tantas en la Iglesia. Donde no llegue nuestra eficacia visible llegará la invisible.
La vida divorciada de Dios
Eso no quiere decir que no debamos evangelizar. Claramente debemos, movidos por el puro amor. Porque nuestra gente, mi gente, tu gente, está perdida sin Cristo. Sí, perdida. Le necesita. Aunque piense que no. (Ahora la gata se pone entre mis brazos; reclama atención…). Están perdidos sin Cristo. Sin norte, sin un a dónde, sin un por qué… Nosotros estamos perdidos sin Cristo. Yo lo estoy. Él me hace ser quien soy, me hace la mejor versión de mí mismo. Y querría que todos tuvieran eso. Toda la gente de mi barrio. Caminan tan ajenos a Dios… Incluso los gitanos, que van a la iglesia de Filadelfia, que cantan a Dios y creen en él, viven como si Dios no existiera; parece que su relación con Dios no afecta a su día a día. Esa es la amenaza, incluso para los creyentes. Que Dios sea sólo un complemente, un apéndice, algo al fin y al cabo prescindible. Creo que ese es el mayor triunfo del enemigo hoy, para los creyentes y para los no creyentes.
Creernos los mejores
También este tiempo ha sido para conocer nuevas iniciativas en la Iglesia, nuevos métodos de evangelización y movimientos. No los voy a nombrar aquí para no emprejuiciar a nadie. Recuerdo a un amigo que decía que su mujer siempre estaba de “mystic parties” (fiestas místicas). Y tantos grupos que se convierten en el centro de sus adeptos, en lo primero, en lo único… ¡Buf! Gente que defiende unos métodos de evangelización mientras denosta otros. Gente que piensa que su movimiento es el mejor, el de los perfectos, el más moderno, el más santo… “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 21). Cada método de evangelización es bueno para cada persona a la que le ayuda a encontrarse con Dios; cada grupo o movimiento es bueno para cada persona a la que le ayuda para encontrarse con Dios. Todo lo demás es vanidad. Nuevos tiempos, tiempos de comunión entre todos. Tiempos de dejar atrás las etiquetas, los grupúsculos, las diferencias sociales. ¿Idealista? Quizá. Alguien me enseñó un día que, sin un ideal que nos tense y tire de nosotros, nunca nos moveríamos.
Miscelánea
Dios me ama como soy. A los que creen en Dios todo les sirve para su bien. En todo actúa la mano de Dios para bien de los que le aman. Dios no hace chapuzas. No, no hace chapuzas. Detrás de cada pequeño evento, de cada eventualidad, de cada eventual problema o imprevisto, está su mano. Siempre acaba apareciendo, para el que mira con fe. Porque está. Y hay veces que es duro, porque las cosas no salen como uno quiere. Bueno, de hecho, si lo piensas, las cosas casi nunca salen como uno quiere. Entonces, o todo es absurdo, o hay un plan maestro que nos guía maravillosamente hacia una plenitud que por nosotros mismos no podríamos alcanzar.
El valor de lo pequeño
Si has aguantado leyendo hasta aquí, te felicito. Siempre escribo cosas profundas, con gran contenido o esquema. Hoy he preferido dejar volar mis dedos sobre el teclado, levemente interrumpido por la gata, a ver qué salía, como un amigo que me mandaba el otro día un blog que escribió en una noche de insomnio. Al fin y al cabo, si defiendo el valor de lo pequeño, también este blog lo tendrá. ¿Y si ayuda a alguien? Ya sólo por eso habrá merecido la pena. Y habré acabado mi día de descanso haciendo algo útil.