Se acerca Pentecostés. Decir, en el Credo, “creo en el Espíritu Santo”, tiene tres implicaciones importantes en nuestro estilo de vida:
1. Confiar:
Nunca habíamos tenido tantas inseguridades como ahora. ¿Qué toca? Poner de nuestra parte, hacer lo que nos corresponde y confiar en el Espíritu Santo. Es un ejercicio que implica reducir los cálculos para abrazar un misterio que, fiel a su esencia, no es fácil de descifrar, pero sí muy efectivo.
2. Consultar:
La oración no es un mito. Es un diálogo. Últimamente, tenemos muchas decisiones que afrontar con una mayor dosis de complejidad. En vez de ahogarnos en las preocupaciones, lo mejor es hablarle al Espíritu Santo. Llamarlo, dejarnos acompañar con él y escuchar su voz; es decir, aquello que inspira y que nos va dirigiendo. Se trata de un diálogo interior pero que se confirma en lo exterior, en la realidad concreta, notándolo y descubriendo que se encuentra tras bambalinas.
3. Entregar:
Cuando nos vemos rebasados, toca entregar lo que nos supera al Espíritu Santo. Ponernos en sus manos y dejarnos llevar por él. Es lo más sano e incluso inteligente. Entregarle los límites, el dolor, las dificultades más grandes. Todo suma y permite darle un nuevo sentido.
Conclusión:
Hay que prepararnos para Pentecostés. Nos viene bien volver al origen. La fe requiere de momentos de renovación, de madurez y la venida del Espíritu Santo es clave en todo esto. Confiar, consultar y entregar son los tres pasos para darnos cuenta de su significado.