La fiesta de Pentecostés siempre me invita a releer una obra sublime de mi padre San Juan de la Cruz, la Llama de amor viva, este poema con su respectivo comentario nos mete de lleno en lo más profundo de la tercera Persona de la Santísima Trinidad y todo lo que obra en un alma que se deja transformar por este Fuego divino.

En esto me quiero parar, en lo que el Espíritu Santo obra en un alma cuando se deja transformar. Es una condicional, si te dejas transformar. Para ello hay que querer llenarse de Dios Espíritu Santo, conocerlo, amarlo y abrirse a su acción. Esto mismo es lo que he vivido hace pocos días al ser testigo de primera línea de la acción del Espíritu en una celebración singular, la confirmación de unos adolescentes de 15-16 años. Podía ser una entre tantas. Pero no ha sido así. Seguir semana a semana, mes a mes, durante dos cursos el crecimiento espiritual de estos chicos hasta llegar su día, llena de gozo al ver cómo Dios se derrama de tantas maneras en corazones abiertos a su Espíritu. Cada uno tenía su ritmo y su grado de apertura al santo Espíritu. Al final todos lo reciben. Todo cambia cuando el mismo Dios entra en el alma de una persona por medio de un sacramento. Y éste de la confirmación muestra que quien lo recibe da un paso importante en su vida. Al preguntarles por qué se querían confirmar las respuestas giraban en torno a lo mismo, recibir el Espíritu Santo: “para recibir el Espíritu Santo”, “para cuando me case y reforzar mi fe en él”, “para estar más cerca de Dios”, “para encontrarme junto a Dios”,… “porque quiero recibir el Espíritu Santo”.

¡Quieren recibir el Espíritu Santo! ¡Quieren reforzar su fe! ¡Quieren estar cerca de Dios! ¡Quieren…! Son sus deseos, sus ideales, y también los de Dios, que estaba deseando entrar hasta lo más profundo de esos corazones en camino hacia un futuro que todavía no conocen bien por dónde les va a llevar. El presente sí, ya están confirmados y llenos de Espíritu Santo. El pasado queda en la formación recibida. Ahora a mirar hacia adelante, a crecer en el amor a Dios, a dejarse labrar por esa Gubia que el Padre pone en manos de su Hijo para regalar a la Iglesia chicos con ganas de Dios.

Lo que pasa y es verdad, que la mayor parte de ellos se van enfriando porque no mantienen la llama encendida el día de su confirmación. Los que sí azuzan el fuego, y soy testigo de ello, cambian por completo. Comienza una nueva etapa en su vida, la transformación interna se fragua en su corazón. El mismo día de su confirmación su rostro resplandece de modo especial, el sol entra por la ventana del comedor donde la familia celebra este esperado acontecimiento y llena de luz al recién confirmado. Todo es unión de amor entre padres, hermanos, tíos, primos y abuela. Se manifiesta el Espíritu que une a todos en un mismo sentir, vivir en serio y de modo comprometido el ser cristianos que buscan la unión con Dios. Termina la comida y de camino a casa el cielo se oscurece, se prepara una buena tormenta que descarga una lluvia torrencial una vez que los padres y hermanos del que ha recibido la confirmación están reunidos en el hogar. Se manifiesta una vez más que el Espíritu Santo sigue actuando en aquel que ha dicho sí a Dios en el día de su confirmación.

El domingo siguiente la misa no falta, estudia de otra manera, pidiendo la presencia del don de sabiduría y los frutos del Espíritu, hay momentos de silencio interior para abrir el corazón a Dios, la Virgen y los santos… Una vida que promete mucho y que muestra todo lo que Dios tiene preparado para un alma que se deja transformar por la llama de amor viva que en forma de óleo sagrado, amor unitivo, luz de Sol y lluvia impetuosa muestra a las claras que esto no ha hecho mas que empezar, que vamos adelante, que queda camino, que esto es precioso, que merece la pena, que todo es gracia, que hay que mirar al cielo, que todo cambia cuando un chico comienza a saborear espiritualmente eso que dice San Juan de la Cruz al describir la acción del Espíritu divino en el ser humano cuando penetra en un corazón y lo hace suyo:

Es una aspiración que hace al alma Dios, en que, por aquel recuerdo del alto conocimiento de la deidad, la aspira el Espíritu Santo, la absorbe profundísimamente en el Espíritu Santo, enamorándola con primor y delicadez divina, según aquello que vio en Dios. Porque, siendo la aspiración llena de bien y gloria, en ella llenó el Espíritu Santo al alma de bien y gloria, en que la enamoró de sí sobre toda lengua y sentido en los profundos de Dios” (Llama de amor viva B 4,17).

 

Estos momentos y otros tantos son  para dar muchas gracias a Dios, que se recrea en un alma totalmente abierta a su acción por puro amor y gracia, y despierta en un corazón llameante una historia de amor divino, donde sólo entra Dios y el adolescente, donde el Espíritu aspira por el alma que acaba de recibir el sacramento de la confirmación. Ese aspirar es sabroso, enjundioso, asombroso; llena su ser de bien y gloria, lo deja hecho cautivo de Dios porque lo ama, y lo quiere para Él, para colmarle de sus dones y frutos, para hacerlo feliz, alegre, generoso, abierto a todo lo que quiera pedirle, para darle la gloria sólo a Él, al que lo ha creado por puro amor y lo marca para hacerlo suyo.

 

El que tiene la dicha de estar muy cerca y de frente en ese mismo instante en que el obispo unge con el santo crisma la frente de un chico de 16 años, no puede olvidar esa mirada, esa sonrisa, ese semblante rebosante de satisfacción, agradecimiento y fulgor cuando queda apresado por el Espíritu.