En muchos programas académicos de posgrado se incluye un módulo sobre la imagen profesional; es decir, la manera de presentarse al momento de ejercer la profesión e incluso más allá del horario laboral, lo cual, también guarda una estrecha relación con la forma de darse a conocer en los perfiles de las redes sociales. Con los avances de la neurociencia, hemos comprendido mejor el funcionamiento biológico del comportamiento humano, así como el efecto de la primera impresión que, aunque no debe ser determinante, pues lo razonable es ver más allá, influye de una u otra forma. Por eso, el arreglo personal, la higiene y la seguridad, van de la mano. Ahora bien, ¿qué tiene que ver con la Iglesia? Ciertamente, en materia de fe, lo primero es la coherencia. Sin ella, por muy cuidadosos que seamos en la presentación, no sirve de nada, resultaría hipócrita; sin embargo, como la evangelización es, ante todo, comunicación, después del ejemplo, sí que aplica la necesidad de presentarse de forma apropiada y, cuando se trata de una institución católica, tipo colegio u hospital, debe ser totalmente profesional, porque últimamente la informalidad y el desprecio exagerado al protocolo, nos ha afectado mucho al momento de querer enviar un mensaje significativo para el mundo de hoy. Luego, por eso no nos toman en cuenta o piensan que vivimos fuera de la realidad. De ahí la urgencia de tomar nota.
 
El fundamento entre la Iglesia y la imagen profesional está en la convicción de comunicar, de compartir la fe mediante la predicación en sus diferentes modalidades. Hay una anécdota interesante en Santo Tomás de Aquino. En una ocasión andaba muy preocupado  por un problema dental que le iba a impedir hablar en público y no paró, por la vía de la fe y de los cuidados médicos de aquella época, hasta que lo resolvió. No fue falta de humildad,  sino el reconocer, ya desde entonces, la necesidad  de cuidar todo aquello que es necesario para sacar adelante la tarea encomendada.
 
Muchas veces, la justificación para descuidar el arreglo personal, la presentación, es que Jesús no vestía como los poderosos y es verdad, pero el atuendo de Cristo nunca fue paupérrimo, fuera de tono, sino apropiado, decoroso. Es decir, cuidado y sencillo. De ahí que nos toque también aprender un punto que no es menor al momento de intervenir en los grandes temas de nuestro tiempo. Hacerlo, sin ostentar, pero que tampoco se confunda con falta de autoestima.
 
Ahora bien, cuando toca trabajar en contextos periféricos, marcados por la pobreza, el arreglo también es importante, porque es decirle a las personas: “Me importas”. La presentación los revindica, ayudándolos a crecer en su desarrollo humano integral. De manera que proyectar una imagen de orden y limpieza, fundamentada en un comportamiento verdadero, no es exceso, sino sentido común.
 
La sencillez no viene de andar mal vestidos. Surge de las acciones, de tener un trato amable con todos sin complicarnos o complicar. Ser católicos implica educación y que se refleje en el interior y en el exterior.