La infancia no perdona a traidores. Deberían saberlo todos los padres del mundo. Desde hace unos días lo han descubierto con innegable sorpresa los de Alma, una niña palentina de 9 años, a la que quisieron ‘darle el cambiazo’ y sustituir Reyes por Papa Noel. La niña recibió encantada el día 25 su juguete imprevisto, pero cuando se le dijo que Sus Majestades seguramente ya no se pararían en su casa el día 6 de enero se armó la de San Quintín. Eso, de ninguna manera. “Devolvedle el regalo a Papa Noel, que yo, a él, no le había pedido nada. A los que yo he escrito es a los Reyes”, fue su rotunda reacción. Y los Magos de Oriente, claro, no la van a dejar de su mano. ¡Anda que no les gusta a ellos bajarle los humos al hombre gordinflón del trineo volador y los renos!
Alma es un buen ejemplo de la férrea resistencia que mantiene vivitos y coleando a los Reyes Magos en España. La competencia de Papa Noel se hace notar, claro, y la entrega de juguetes el día 25 de diciembre se abre paso, poco a poco, alentada sobre todo por las necesidades de los comercios, pero no son demasiados los niños que renuncian de buen grado al despertar ilusionado del día 6 de enero. A lo sumo, ambos festejos conviven, pero el hombre del traje rojo no ha logrado destronar el rito navideño más inequívocamente español que existe. Tan español que la fiesta de Reyes sólo se celebra en España y en los países que han estado bajo su influencia (América, Filipinas, alguna zona de Portugal, Polonia, Chequia…). Es una singularidad cultural firmemente asentada en el tiempo y que puede esgrimir muy convincentes argumentos (antropológicos) a su favor.
“Para entender la fuerza de esta tradición en España conviene recordar que la primera obra teatral española de la que tenemos noticia es un Auto de los Reyes Magos del siglo XII”, asegura el historiador burgalés Francisco José Gómez, autor del libro ‘Breve Historia de la Navidad’. Gómez, responsable también de una semblanza histórica de la figura de Jesús de Nazaret, estudió en la Universidad de Valladolid, y mantiene lazos con esta ciudad, pues imparte clases sobre ‘Religiones del Oriente Bíblico’ en los Agustinos Filipinos. Es un firme defensor de Sus Majestades de Oriente y está convencido de que se trata de una tradición más rica que Papa Noel, que ve más ligado al empuje consumista.
“Detrás de los Reyes Magos hay una actitud vital muy valiosa”, explica. “Los Reyes son los que están despiertos por la noche observando las estrellas, los hombres capaces de encontrar signos de esperanza en la oscuridad”. No sólo eso, sino que abandonan sus comodidades y su ‘zona de confort’, para iniciar un camino de búsqueda. “Y son capaces de reconocer al Mesías en la humildad de un niño recién nacido”. O sea, que no se dejan engañar por las apariencias del dinero. Por otra parte, dan lo que tienen, “pues a nadie se le pide más”, y regresan por un camino distinto a su hogar, “que es un modo literario de explicar que la experiencia del viaje les han transformado por dentro”, que ya no son las mismas personas. “Papa Noel no tiene nada que ver con todo esto”, insiste Francisco Gómez. “Está pendiente el hacer una gran película española sobre los Reyes Magos, como están pendientes otras sobre aspectos muy destacables de nuestra historia y cultura que nadie más puede reivindicar”.
Papa Noel se abre paso, a codazos, cabalgando a lomos de un remo volador que predica los valores del pragmatismo: si los niños reciben los regalos el día 25, nos dicen, tienen todo el periodo de vacaciones para disfrutarlos. Pero el mundo no termina con la vuelta al cole. “Si a los niños se les dan los regalos antes, cuando acaban las vacaciones ya se han cansado de ellos. Yo recuerdo bien el entusiasmo con que regresaba a casa de clase para jugar con los juguetes de Reyes”, recuerda Gómez. “La fiesta resiste y la fuerza popular de las Cabalgatas ayuda mucho, pero los padres tienen que defender la tradición. El supuesto pragmatismo de adelantar la entrega de los regalos es absurdo: es muy importante que los niños aprendan a esperar, a saber, posponer el placer, algo que nuestra sociedad entiende mal”.
Si la fiesta está estrechamente ligada con España, Castilla y León no es, en absoluto, una excepción. La Universidad de Salamanca conserva un códice de finales del siglo XV, la ‘Historia de los Reyes Magos’, probablemente escrito por un judío converso, que es una buena muestra de literatura religiosa popular.
La celebración ha generado, además, una rica cosecha cultural de expresiones populares autóctonas, asentadas en las zonas rurales de las provincias de León, Burgos, Zamora, Palencia o Valladolid, como ha documentado el antropólogo José Luis Alonso Ponga en su estudio de referencia sobre religiosidad popular navideña en Castilla y León. “Muchos de esos ritos han ido desapareciendo, más por efecto de la despoblación que por la pérdida de interés de los vecinos”, asegura. “Estoy convencido de que podrían resurgir en muchas localidades si una o dos asociaciones culturales se pusieran de acuerdo para hacerlo posible”. Hablamos de ritos como la ofrenda de los ramos, la pastorada leonesa, la corderada, y los autos de reyes de Saldaña y de León. En todos ellos se combinaban unas rudimentarias manifestaciones teatrales protagonizadas por los propios vecinos del pueblo, con ofrendas al recién nacido y el canto de villancicos por parte de las mujeres, en unos casos, o los pastores, en otros.
“La tradición de representar el Auto de Reyes del siglo XII no ha llegado hasta nosotros. Lo que sí han llegado son otras versiones más modernas, del siglo XIX, procedentes de la diócesis de León”, explica Alonso Ponga, que ha accedido a documentos que sugieren que hubo un momento en el que las pastoradas y los autos de Reyes estuvieron unidos, para más tarde desgajarse.
La pastorada es la principal expresión de religiosidad popular de los pastores. “Era casi su único vínculo con la Iglesia, pues estaban eximidos de la obligación de ir a misa, por las exigencias de su oficio”. El Auto de Reyes, en cambio, “era la expresión popular propia de los más pudientes”, que eran los que tenían capacidad económica para vestirse con los trajes que eran necesarios para dar vida a la representación. “Las dos tradiciones se representaban dentro del mismo templo, en dos momentos distintos. Podríamos decir que, en un caso, los protagonistas eran los asalariados y, en el otro, los amos, lo cual es interesante desde un punto de vista etnográfico”, explica Alonso Ponga.
Este tipo de expresiones populares, que aún se conservan de forma esporádica en algunos municipios, son la más fidedigna versión que podemos tener de lo que debía ser el teatro medieval, en el que primaba el valor humano de la participación de los vecinos por encima de la elaboración de los textos. Aunque de ellos se encargaban, por descontado, siempre los que, dentro del pueblo, estaban más dotados para las letras.
En la provincia de Valladolid, la pastorada se ha representado recientemente en Urueña, mientras que el Auto de Reyes fue muy popular en la zona de Mayorga, en Monasterio de Vega, Melgar de Arriba y de Abajo, o Urones. Y en Saldaña, en Palencia, hay constancia de una versión del Auto de Reyes que no fue tan popular como la de León, pero que posiblemente es el texto de mayor valor literario de los que han llegado hasta nosotros.
Los fundamentos del mito
Marco Polo vio la tumba original de los Reyes, en Irán, y sus cuerpos se guardan en la catedral de Colonia
V. ARRANZ
Llegadas estas fechas, abundan entre nosotros los entusiastas de la desmitificación. No les será difícil encontrarlos. Están por todas partes. Le explicarán que los Reyes Magos seguramente no existieron en la realidad, que los Evangelios no dicen que fueran tres, ni que fueran reyes, ni de qué países procedían, ni su edad. Los más informados puede que incluso les desvelen que el primer mago negro aparece en el siglo XIV, coincidiendo con el comienzo de los contactos con el continente africano. E incluso es posible que muchos expertos les expliquen que la costumbre de dar regalos a los niños es una invención pagana de la que más tarde se apropió el cristianismo, como hizo con tantas otras. Y que hoy sobrevive solamente movida por un interés consumista.
Sin embargo, en lo relativo a este mito no vale el recurso al blanco y negro, y la ilusión cuenta con muy sólidas apoyaturas. Para empezar, no puede decirse que la fiesta sea de origen pagano. Francisco Gómez lo tiene claro: “En historia no bastan las coincidencias. No es suficiente con que un hecho se parezca a otro; hay que analizar la cadena de acontecimientos”. Y la fiesta de Reyes tiene un origen y desarrollo propios e inequívocos.
Tampoco está claro que la figura de los Magos sea una mera invención literaria del evangelista San Mateo, motivada tan sólo por el propósito de extender el mensaje cristiano al mundo de los gentiles, de los no judíos, como defienden algunos teólogos e historiadores. Algunos datos dan verosimilitud a la hipótesis contraria. Así, por ejemplo, no es raro que en países como Babilonia los astrónomos, que es lo que eran los magos bíblicos, pudieran conocer las profecías judías, pues había habido mucho contacto previo. Por otra parte, los testimonios de la época, y los hallazgos posteriores, acreditan que en el tiempo en el que se supone que nació el Jesús histórico (entre los años 8 y 4 antes de nuestra era) coincidieron varios acontecimientos astronómicos muy singulares que pueden explicar la referencia a la estrella de Belén. El cometa Halley fue visto en la Tierra en esas fechas, por ejemplo. Pero es que, además, se produjo lo que los astrónomos denominan una ‘constelium’, una singular alineación de planetas y estrellas en un mismo grado de longitud, que produce un efecto de luminosidad muy intensa y concentrada en un punto.
Por otra parte, es cierto que los Evangelios no dicen que los Reyes visitaran al niño en el pesebre de Belén, en contra de lo que sugiere la imaginería popular de estas fiestas. Al contrario, hablan de que vieron al niño en su casa, probablemente cuando tenía entre uno y dos años de edad, “lo que es compatible con el tiempo que en la época podía exigir un viaje como el iniciado por los Reyes Magos”, explica Francisco Gómez. Un viaje que otros estudiosos, como José Javier Esparza, cifran en 2.000 kilómetros.
Que el niño que vieron los Reyes no fuera un recién nacido explica también la referencia a que Herodes ordenara matar a los niños de menos de dos años, pues esa es la edad que estimó que podría tener Jesús en el momento de encontrarse con los magos. La referencia a los dos años no se entiende, ni se explica, desde la hipótesis de que los Reyes son sólo un invento literario. Que, posteriormente, las dos escenas navideñas recogidas por los Evangelios (la adoración de los pastores en el pesebre de Belén, y la adoración de los Reyes en Nazaret) se refundiera en una única iconografía no desacredita la posible base histórica real del mito.
No sólo eso, sino que sabemos que los hombres de aquel tiempo estaban convencidos de que los magos de los evangelios existieron realmente, y murieron, pues fueron enterrados, y se les rindió devoción. Marco Polo, en el siglo XIII, asegura en su libro de viajes que ha visto las tumbas de los Reyes Magos en Saba, una localidad iraní situada a 400 kilómetros de Teherán.
Lo que Marco Polo vio fue el cenotafio de los Reyes, o sea un monumento funerario en el que ya no estaban los cadáveres, pero que seguía suscitando la veneración de los residentes. Que no estuvieran los cuerpos es coherente con lo que sabemos de su movimiento a lo largo de la historia. Está documentado que Santa Elena, la madre del emperador Constantino, se llevó sus restos a Constantinopla, donde permanecieron hasta que, a mediados del siglo V, San Eustorgio pidió permiso al emperador de entonces para trasladarlos a Milán. Pero, más tarde, en el siglo XII, con motivo de las luchas entre el Papa y el emperador alemán Federico Barbarroja, el obispo de Colonia se llevó los restos a su diócesis, donde construyó, en torno a las tumbas de los magos de Oriente, una catedral que aún hoy se denomina Catedral de los Reyes, y que conserva sus restos mortales.
Por otra parte, es cierto que la Biblia no dice que los Reyes fueran tres, y que en algunas épocas llegó a creerse que pudieron ser muchos más, hasta 60, pero el número de tres es coherente con el número de regalos (oro, incienso y mirra), pues parece razonable que cada uno llevara uno distinto. Por otra parte, parece lógico interpretar desde una perspectiva simbólica otros datos asentados por la tradición, como el que cada rey represente una edad distinta (juventud, madurez y vejez), o que se les atribuyan procedencias geográficas distintas en aras a trasladar la idea de universalidad del mensaje cristiano.
En este contexto, es verdad que la presencia de un rey negro está ligada a la época de inicio de los contactos comerciales occidentales con el continente africano, pero finalmente quedó fijada en la tradición porque simbolizaba de forma eficaz la pluralidad de razas que los Reyes Magos representan. A modo de ejemplo, durante un tiempo, tras el descubrimiento de América, se incorporó en algunas iconografías un cuarto rey mago de origen indígena, pero esa innovación no logró asentarse.
Una de las primeras expresiones artísticas que representan al rey Baltasar como una persona de color es el Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos de Covarrubias, una obra, de finales del siglo XV, atribuida a Gil de Siloé, que se conserva en el Museo de la Colegiata de la localidad burgalesa. El tríptico es una pieza única labrada en madera y policromada y es otra muestra más de la estrecha relación del rito de la fiesta de Reyes y Castilla y León.
Publicado en El Norte de Castilla