Es domingo: Contemplar y vivir el Evangelio
 
El Bautismo del Señor: Tú eres mi hijo amado
 
[Terminó el tiempo de Navidad. Hoy es el día de los comienzos: iniciamos el tiempo ordinario con la fiesta del Bautismo el Señor y comenzamos la lectura del Evangelio de Marcos. El Bautismo de Jesús es la presentación del Hijo amado. En Él comienza la etapa decisiva de la Historia de la Salvación].
 
Si te ayuda, puedes empezar así: -Señor, estás… -Señor, estoy… Deseo y quiero permanecer ahora un buen rato contigo, porque yo sé que Tú estás en mí y yo en Ti, como Tú con el Padre y el Padre en Ti. Mientras tanto, Señor, bautízame con tu Espíritu.  Estoy disponible…
 
Del Evangelio de san Marcos 1,711: (Tener a mano el texto completo y leerlo).
  -Nos asombra este hecho: Jesús bautizado como un pecador más. ¡Es asombroso! Los Santos Padres han sabido encontrar a este hecho un valor y un sentido muy altos y verdaderos. Dice san Hipólito de Roma: “He aquí que viene el Señor para ser bautizado. Llega de incognito, desnudo, sin escolta, revestido de nuestra humanidad, velando su divina grandeza para engañar a la serpiente. Se acerca a Juan como un hombre cualquiera, pecador, inclinando la cabeza paras ser bautizado por él”. Es más que una pintura de la escena y de la persona de Jesús. Hay que releerla despacio. Jesús baja a las aguas del Jordán para santificarlas y, de esta manera, darnos acceso a la vida divina. Con ese gesto, Jesús anuncia también su muerte y descenso al sepulcro, así como la vida nueva que nos traerá con la resurrección. El papa emérito Benedicto XVI explica que el Bautismo de Jesús es el puente que Él mismo ha construido entre nosotros y Él; el camino por el que se hace accesible a nosotros… La puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él”. Con su bautismo, Jesús inicia su misión pública solidarizándose plenamente con el hombre, metiéndose entre ellos y con ellos en su pecado para poder arrancarlos del mal, de todo mal. ¿Me solidarizo yo con Jesús en todo bien, para poder realizarlo en favor los demás? ¿Y me solidarizo con la humanidad, para favorecer su salida de todo mal?
  -Fíjate bien: Jesús sube del agua y el Espíritu baja de los cielos. Parece claro que salen al encuentro el uno del otro. Piénsalo bien: ¿de qué “aguas” tengo yo que “salir” para ir al encuentro del Espíritu que quiere llenarme de sí, de su Amor? Este movimiento espiritual es demasiado importante como para que no lo haga. Todo el dinamismo interior de la experiencia cristiana se juega ahí. Y toda la acción del Espíritu en ti, claro.
-Jesús vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia Él. Es decir, el corazón del Padre se abre para derramar sobre el Hijo todo su Amor, que es el Espíritu. Le unge al Hijo por dentro y por fuera de todo su Amor y Poder. Para no reservarse nada y darle todo lo mejor. Ese es también nuestro Dios y Padre. Nos da lo mejor de sí: su compasión misericordiosa, su ternura y compañía, nos unge con todo su Amor divino siempre que salimos de las aguas cenagosas, (¿egoísmo, soberbia, pecados…? ¿Nuestro propio amor querer e interés?), en las que no pocas veces nos encontramos metidos. Eso empezó así en mí con el bautismo recibido. ¿Sigo en esas, o…?
  -Esa voz no es otra que la del Padre Dios, que hablaba a todos y todos los presentes la oyeron. Pero se dirigía personalmente al Hijo Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Tú, Jesús, no otro, ningún otro es mi Hijo amado, es decir, el Unigénito: no ha habido ni habrá otro engendrado por mí, no creado. Los demás sí son creados. Tú no. Eres mi Amor, porque eres no como yo, sino que Tú eres Yo: somos Uno, Dios los dos, ninguno más, pero sí nuestro mismo y único Amor, el Espíritu Santo. Por eso, en ti me complazco, solo en ti y contigo siento agrado, me siento del todo satisfecho, Tú solo llevas a cabo nuestro proyecto de Amor liberador, redentor y salvador ahí en la tierra a favor de los humanos todos. Llenas mi corazón de Alegría. (Honestamente, todo esto es un intento muy pobre y limitado de hablar de una manera algo asequible de ese misterio de ese enorme misterio de Amor y Complacencia entre el Padre y el Hijo). Lo cierto es que Jesús Hijo nos revela la característica más genuina de Dios, “Padre-Madre”, y el camino de acceso a Él. ¿Podemos sentirnos, entonces, como decimos a veces los humanos, dejados de la mano de Dios? ¿Nuestra fe expresa la confianza radical de sentirnos acompañados y fortalecidos por semejante Dios? Sin olvidar que, en la medida en que estamos unidos a Jesús y en comunión con Él, entonces nosotros también, si estamos atentos a lo interior, podemos oír la voz del Padre que dice: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.
    Señor, estoy lejos de entender y más lejos aún de vivir una experiencia semejante contigo. Que tu Espíritu, Señor, nuestro Espíritu, me ayude y guie a vivir algo de esto según tu querer y gracia. ¡Cómo tú quieras, Señor!
 
*Contemplar el bautismo de Jesús es recordar y actualizar nuestro propio bautismo. Recordarlo con el corazón abierto a lo que hoy, como cristianos adultos, sabemos qué significó aquel gesto recibido de niños, valorando la fe de nuestros padres y familiares que quisieron transmitirnos lo mejor. Ellos hicieron posible que en nosotros se diese la vida de fe y que creciera la semilla del seguimiento de Jesús.
 
El ser cristiano, el haber recibido el bautismo no es algo interesante, “sino que debe marcar profunda y felizmente la conciencia de todo bautizado: debe ser, en verdad, considerado por él -como lo fue por los cristianos antiguos- una iluminación que, haciendo caer sobre él el vivificante rayo de la verdad divina, le abre el cielo, le esclarece la vida terrenal, le capacita para caminar como hijo de la luz hacia la visión de Dios, fuente de eterna felicidad” (Pablo VI). ¡Hay que alegrarse, pues, y vivir el bautismo”.