DISIMULAR PARA COMUNICARLA
Muéstrate siempre alegre,
pero que tu sonrisa sea sincera
—Juan Bosco—
En un país muy lejano, al oriente del gran desierto vivía un viejo sultán, dueño de una inmensa fortuna. El sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.
—¡Qué desgracia, mi Señor! —exclamó el sabio—. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.
—¡Qué insolencia! —gritó el sultán enfurecido—. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos por ser un pájaro de mal agüero. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
—¡Excelso señor!, gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.
Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando este salía del palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:
—¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del sultán es la misma que la del primer sabio. No entiendo por qué al primero lo castigó con cien azotes, mientras que a vos os premia con cien monedas de oro.
—Recuerda bien amigo mío —respondió el segundo sabio— que todo depende de la forma en que se dicen las cosas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la enchapamos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.
—No olvides mi querido amigo —continuó el sabio— que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista que solo recalcará el lado negativo de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad.
No hay verdades prohibidas, todo se puede comunicar si sabemos hacerlo con una sonrisa. No hay verdades prohibidas, lo que debe estar prohibido es comunicar una verdad con amargura, con resentimiento.
El capítulo 18 del libro de los Proverbios nos dice: «Las palabras del hombre son aguas profundas, río que corre, pozo de sabiduría... Con sus labios, el necio se mete en líos; con sus palabras precipitadas se busca buenos azotes... La vida y la muerte dependen de la lengua; los que hablan mucho sufrirán las consecuencias».
Una sonrisa sencilla y sincera es el signo visible de que nuestra alma está abierta de par en par. Y siendo humildes, transparentes y acogedores, no tendremos que la disimular la verdad para comunicarla.