Navidad cada día
La Palabra se hizo carne: Intento gozarla y vivirla
Martes: (Mt 10,17-22). San Estaban, mártir: ¿Se acabó la poesía y los alegres villancicos navideños? ¿Se acabó la Navidad? No, no. Despacito. Vamos por partes. Jesús, por su muerte en cruz, -simbolizada y concretada en el duro y pobre pesebre de Belén-, será el primer mártir, testigo del amor de Dios. Esteban será luego el primero de sus seguidores que le imite en el martirio. Por su parte, la Iglesia siempre ha visto y celebrado el día de la muerte de un santo como su “dies natalis”, el día de su verdadero nacimiento, o sea, a su vida gloriosa, ya comunión perfecta con Cristo Señor. Lo que pasa es que Navidad es más que la ternura del Niño entre pajas. Es creer de verdad a ese Niño, acogerle y seguirle. Esto comporta decisiones y tomas de postura. ¿Lo he pensado cantándole y besándole en Navidad? Porque esté Niño es un signo de contradicción. Lo ha anunció después (lo hemos leído en el evangelio:: sus seguidores serán perseguidos. Un primer ejemplo claro y contundente es Esteban: en la lectura de los Hechos está bien descrito. Hemos elogiado y valorado mucho de los mártires cristianos de los primeros siglos del cristianismo, y está muy bien. ¿Hacemos lo mismo con los de hoy? También hoy tenemos muchos mártires cristianos, muchos y en muchas partes. ¡Hemos de tenerlos muy presentes! Lo necesitamos. No olvidemos: hay martirios breves e intensos, como el de Esteban, ayer, o como los de Siria, Irak, etc., hoy. Bueno, aquí muy cerca también. Hay mártires diríamos largos: el testimonio, cristiano auténtico, las dificultades de cada día, la enfermedad, la ancianidad prologada, penosa, en soledad o abandono… Hoy se nos invita a cansarnos del amor de la fidelidad que esas realidades nos exigen. ¿Doy con mi vida tan creíble para quienes me rodean? ¿Hago mías las palabras de confianza de Esteban: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”? ¿También sus últimas palabras de perdón? Por ahí puede pasar el martirio real de mi vida. Tengo que pensarlo hoy.
Miércoles: (Jn 20 1ª.2-8) San Juan, apóstol y evangelista. De Juan dice evangelio que “vio y creyó”. Es otro gran testigo que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Navidad. Juan es el teólogo de la Pascua, pero también el de la Navidad. Nadie como él ha sabido condensar la teología del Nacimiento de Cristo: la Palabra, que era Dios, se ha hecho hombre. El evangelio pascual de hoy, leído en plena celebración navideña nos ayuda a entender todo el misterio de Cristo. La Navidad, cuando se medita y profundiza nos lleva hasta la Pascua. Eso es lo que hace el evangelista Juan. Gracias a sus escritos, por tanto a su testimonio, miles y millones de personas a lo largo de más de dos mil años han podido leer, meditar y profundizar, por consiguiente vivir, el misterio de Dios hecho hombre, que luego se entregó en la Cruz para la salvación de la humanidad y, resucitado de entre los muertos, está presente en la vida de su Iglesia a lo largo de la historia. Hoy me toca a mí ser de ellos. ¿Entiendo el gozo y el compromiso que supone? Es que para ser discípulo y misionero de Jesús y su Evangelio, necesito antes ser evangelizado, es decir, vivirlo. El testimonio de los ángeles, de los pastores, de los magos, el de Esteban, el del apóstol y evangelista Juan y el de tantos santos mártires de hoy son un gran estímulo para que en esta Navidad cada uno de nosotros sea un mensajero creíble del amor de Dios. Hoy más que nunca, las personas que nos rodean sólo entienden el evangelio escrito en nuestras vidas: el testimonio vital personal no hecho de discursos, sino de obras de misericordia entrañables y de cercanía y ternura compasiva, llenas de gozo y gratuidad. ¿Me animo hoy a ello?
Jueves: (Mt 2,1718). Los Santos Inocentes. ¿Otra vez los mártires? Sí, otra vez la Navidad se tiñe de rojo. La vida de fe, la vida de la Iglesia es como la vida misma: está llena de gozo y de dolores. Y, claro, tengo que aprender a vivirlos como Jesús. En Él está la Luz y el Sentido de los mismos. ¡Vaya suerte! Tantos, que no lo saben; pero yo puedo decírselo con mi modo evangélico de vivir. Ya está en marcha la oposición y la lucha entre las tinieblas y la luz, entre el bien y el mal, entre Dios y los enemigos de Dios. Los niños de Belén, sin ellos darse cuenta, y sin ninguna culpa, son mártires. Dan testimonio no de palabra sino con su muerte. Sin saberlo, se unen al destino trágico de Jesús, que también será mártir, como ahora ya empieza a ser desterrado y fugitivo, representante de tantos, (¡muchos, muchos, demasiados desgraciadamente!), emigrantes y desterrados de su patria. ¡Basta! ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Y qué decir de todos esos incontables desterrados inocentes, exterminados en los vientres de sus madres por intereses espurios que hasta da asco nombrarlos? ¡Que también son mártires! Su bautismo de sangre les corona con la gloria y el gozo eternos. Sí. Y las madres con un sufrimiento indecible de por vida. Sánalas, Señor. ¡Pero hay de todos aquellos que se manchan las manos, tengan o no guantes blancos! Por lo demás, no podemos dejar de pensar y meditar en María y José en esta situación. Empiezan a experimentar que los planes de Dios exigen una disponibilidad nada cómoda. La huida a Egipto y el destierro no son precisamente un adorno poético en la historia de la Navidad, ni tampoco en esta familia. Señor, concédenos testimoniar con nuestra vida, la fe que confesamos de palabra.
Viernes: (Lc 2,22-35). La presentación de Jesús en el Templo, cuya primera parte leemos hoy en el evangelio, es una escena llena de sentido que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Encarnación de Dios. Estamos de vuelta en el ámbito de la Navidad. Veamos y contemplemos a María y a José llevando el niño y yendo al Templo para cumplir con la ley. ¿Cumplir con la ley? ¿Cómo es eso? Sencillamente, porque son buenos israelitas y porque así veamos que el Mesías Jesús se solidariza con su pueblo y, además, porque aman sobre a todo a Dios autor de toda santa ley. Cuando es así, son razones más que suficientes para cumplir con ella. Aquí puedo y debo preguntarme cómo valoro y cumplo yo la santa ley de Dios, sus mandamientos. ¿O es que ya no existen? Porque parece que nadie habla de ellos y por ende ¿se cumplen? Los mandamientos son las sabias indicaciones dadas por el Creador y Señor para concretar de verdad y sin engaño nuestro amor a Dios y al prójimo. Son el verdadero test creyente. Tan fundamentales son, que sin ellos andamos desnortados, incluso deshumanizados. No son cosa anticuada. Son fuente de amor y llevan al amor. ¡Así de simple! Sólo con estos aspectos, la Palabra de Dios puede darme hoy mucha vida.
Sábado: (Lc 2,36-40). Sigue la presentación de Jesús en el Templo. Se trata sobre todo de poner de relieve la presencia en el Templo de dos ancianos. ¡Cuánto tiene esto ya que decirnos acerca de los ancianos! ¿Quién los quiere hoy? Simeón está lleno del Espíritu Santo, se mueve a su aire y por eso es capaz de descubrir a Jesús, quién es y dónde está, aunque nunca antes lo haya visto ni conocido. ¿No me parece esto un gran signo de Vida extraordinaria? Pues ahí está. Se da ahí, en el anciano Simeón, hombre creyente si los había. Lo refleja la oración que, con Jesús en brazos, dirige a Dios ante la sagrada familia. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. No es para menos. ¿Me admiro yo algo así de Jesús Niño, Adulto…? Y estaba también Ana: viuda, anciana de ochenta y cuatro años, no se apartaba del templo ayunando y orando, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos. Por su experiencia creyente, Ana también ha reconocido a Jesús y además se ha hecho apóstol suyo. Externamente mucha vejez, internamente plena de Dios y experiencia creyente, y hasta dinamismo apostólico. ¡Como para no admirarse y alegrarse con ella! Estos son los ancianos que rodearon a Jesús aquel día. Así hoy, los que nos rodena a nosotros. Está claro: sin ellos no hay sabiduría en las culturas ni transmisión de fe, virtudes y valores, historia y tradiciones del pueblo y de los pueblos, de cada una de las familias. Son ellos quienes antes nos ha trasvasado la fe; nos han dado vida, educación y cuidado. Lo han hecho, ¡y lo siguen haciendo!, todo por nosotros. Seremos unos grandes desagradecidos si no los queremos y cuidamos. Nos queda ahora rezar por ellos, acompañarlos cuando podemos, y darles siempre gracias por lo que han hecho por nosotros, ¡aun cuando ahora no pudieran hacer nada!