Señor, dame lo que quieras,
como tú quieras, y dámelo cuando quieras.
-Tomás de Kempis-
 
          Más de una vez, cuando las cosas nos salen mal, solemos preguntar: ¿Porque a mí, Dios?¿ Qué Te hice  mal? Es muy humano reaccionar así, pero los cristianos deberíamos decir: A los ojos de Dios soy un virtuoso, pues está escrito: Dios prueba al virtuoso (Salmos 115).
 
          Estaba un día escuchando la COPE, como es habitual, y comenzaron un programa dedicado a tres niñas a las que se les había incoado el proceso de Beatificación y Canonización. Yo ya conocía a una de ellas: Alexia. La madre, Moncha, relató al final del programa, como anécdota muy representativa de cómo era su hija, lo siguiente.
          ─Alexia acababa de hacer su primera confesión y primera comunión. Un día, después de confesarse, hizo la niña una genuflexión delante del Sagrario sin prisas y con la conciencia de quien sabe que ahí está Jesucristo. Estábamos ya en el atrio del templo, cuando le dije:
          ─¿Sabes, Alexia? Yo no sé si te he dicho alguna vez, que es bonito decirle algo cariñoso al Señor cuando hacemos la genuflexión ante el Sagrario.
          Ella se me quedó mirando con sus grandes ojos muy abiertos y una expresión entre asombrada y divertida, mientras me dijo con gran convencimiento:
          ─¡Claro, mamá! Yo le digo: Jesús, que haga siempre lo que Tú quieras.

          Parece, según contó la madre, que esta frase contiene el programa de lo que fue siempre la vida de aquella pequeña. 
          Ya sé que es casi provocativo decir que algunas cosas que nos han pasado, o que nos pasan, se han producido para nuestro bien. La muerte de un familiar, la pérdida del trabajo en plena crisis, una ruptura amorosa, un diagnóstico fatal, la enfermedad de los niños... ¿Cómo decir que todas estas desdichas tienen que ver con nuestro bien? 
          Ante las desgracias se puede reaccionar de forma diferente. Se puede uno hundir o puede fortalecerse. El dolor nos puede aniquilar o nos puede hacer crecer. Depende.
 
          Nunca pediré que ocurran o que me ocurran desgracias. Pero cuando llegan no debemos resignarnos, no debemos bajar los brazos, no podemos hundirnos.  Hay que reaccionar positivamente. Hay que luchar y mirar de frente a la desgracia o a la adversidad. 
          Tenemos que buscar esa parte de estímulo que tiene la lucha humana y la fe cristiana. El dolor debe ser el resorte para salir del atolladero y no el lastre que nos hunda.
 
          Para ello, en vez de pedir cuentas: ¿Por qué a mí?, imitar a Alexia:   Jesús, que haga siempre lo que Tú quieras.