Diserté hace justo una semana sobre la forma de apelar a los llamados "valores europeos" que adopta buena parte de la clase política junto a no pocos intelectuales.
En dicho texto, al cual enlazo en el párrafo anterior, criticaba que dichas personalidades no hablaran en ningún momento de revertir el proceso de negación del cristianismo en Europa. Lo hice parafraseando a San Juan Pablo II.
Pero, ¿por qué razón hice tal cita? Me remití al discurso que dio el pontífice polaco en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, con motivo de un viaje apostólico a España. Dicho texto será analizado a continuación.
Tras comenzar haciendo ciertas definicones de un lugar santo vinculado al Patrón de España, el Apóstol Santiago, y relatando que, durante siglos, ha sido un punto de encuentro para europeos de todas las clases y regiones, señaló:
«La peregrinación a Santiago fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensión mutua de pueblos europeos tan diferentes, como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidas por la predicación de los testigos de Cristo, abrazaban el Evangelio y contemporáneamente, se puede afirmar, surgían como pueblos y naciones.
La historia de la formación de las naciones europeas va a la par con su evangelización; hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden con las de la penetración del Evangelio»
Obvio es que Europa no es un "todo homogéneo". Existen diferencias sociales y culturales como, por ejemplo, las que se dan entre latinos, eslavos y germánicos. Sin embargo, como bien señaló, el cristianismo es un nexo común, a pesar de sus múltiples interpretaciones: catolicismo, protestantismo y corriente ortodoxa.Continúa su discurso añadiendo que «todavía [...] el alma de Europa permanece unida porque [...] como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz».
Política y jurídicamente caracterizan a Europa, que es parte de Occidente, la garantia de libertades civiles y derechos fundamentales (presunción de inocencia, prohibición de la pena de muerte, etc.). Tampoco se pone en entredicho la igualdad en dignidad de mujeres y homosexuales.
Distinto es que por problemas como la crisis de valores, el nacionalismo, el intervencionismo económico, el laicismo y la imposición de la ideología de género, bien se cuestione la dignidad humana del no nacido o del enfermo (eutanasia), se obstaculice la iniciativa privada o se atropellen libertades y derechos fundamentales.
Volviendo a la intervención sometida a análisis, recordó que «Europa [es el] continente que más ha contribuido al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes». Y sí, al "mundo". Lo dijo así, no faltándole ni un ápice de razón.
Científicos como Jérme Lejeune (padre de la genética moderna), Louis Pasteur (desarrollador de la vacuna antirrábica), Nikola Tesla (inventor del uso de la energía eléctrica mediante corriente alterna), el Nobel de Medicina Ramón y Cajal, y Galileo Galilei (inventor del telescopio) eran cristianos.
Pero no solo hay que limitarse a ello. Todos sabemos que la expansión de la cristiandad por el Nuevo Mundo acercó a este los beneficios de la civilización occidental. No solo se acabó con el sacrificio humano, sino que también se crearon las primeras universidades del continente americano.
A posteriori, declaró que «si Europa es una [...] con el debido respeto a todas sus diferencias, incluidas las de los diversos sistemas políticos; [...] vuelve a actuar, en la vida específicamente religiosa [...] se abrirá a un nuevo período de vida, tanto interior como exterior, benéfico y determinante para el mundo».
Por ello se entiende una Europa que rompa con esa tendencia secularista y nihilista, que a través de su sociedad, se reafirme culturalmente. En ningún momento habla de crear un ente supranacional intervencionista ni de promover el llamado "multiculturalismo".
Para terminar, hay que decir que en ese discurso figura lo que puede definir la única postura filosófica e intelectual coherente a la hora de defender unos valores europeos.