Cuando José Ortega y Gasset vaticinó que con el llamado ‘problema catalán’ España tenía que resignarse a convivir, que debía aprender a ‘conllevarlo’, estaba afirmando que se trataba de un problema sin solución. Que a lo más a lo que podíamos aspirar era a diseñar arreglos provisionales, para ir tirando, que nunca serían definitivos. Y, al margen de lo que cada cual opine acerca de la naturaleza del tal problema, probablemente estaba en lo cierto. Cuestión distinta es deducir de tal diagnóstico que el único modo de ‘ir tirando’ sea necesariamente que una parte haga concesiones sin fin a la otra, para ir dándola gusto, que es como hasta ahora ha venido actuando nuestra clase política. Esta creencia es la que nos ha llevado al callejón sin salida actual, en el que ya no nos quedan prendas que entregar a la voracidad nacionalista, a menos que nos quedemos desnudos del todo.
Pero lo más interesante de la frase de Ortega es que expresa la más noble de las posiciones políticas: aquella que asume que la realidad es imperfecta, y que siempre lo será, y que ese es un dato con el que hay que contar. Es la misma filosofía que lleva a Winston Churchill a afirmar que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles, por poner otro ejemplo. Ninguno de ellos cree poder alcanzar una sociedad ideal ajustada a su visión de lo justo, lo bello o lo digno. Se trata de dos políticos que demuestran estar prevenidos contra la tentación de la perfección, la más peligrosa de las tentaciones humanas. Es la tentación que anida, por ejemplo, en quienes quieren prohibir los toros, porque los toros son una expresión grosera del mal humano (según su punto de vista) que no debemos tolerar. O son los mismos que hablan de lograr “cero asesinatos de mujeres”, como si fuera posible, como si la violencia se pudiera arrancar del alma a base de educación y buenos sentimientos. Unos y otros expresan su deseo de alcanzar un mundo ideal que siempre necesita extirpar una parte importante del mundo tal y como es, por lo que no puede conducir más que a la intolerancia.
El sueño de la perfección produce monstruos, como deberíamos haber aprendido ya de las terribles experiencias del nazismo y del comunismo, dos sistemas políticos que no buscaban otra cosa más que hacer realidad, a la fuerza, su visión ideal.
Las encuestas que avanzan qué puede ocurrir en Cataluña en las elecciones del próximo jueves deben ser interpretadas en esta clave: nos revelan una Cataluña insoportablemente imperfecta, en la que los separatistas ceden terreno, pero siguen teniendo tanto peso (quizás incluso la mayoría) que no vamos a poder hacerlos desaparecer. Como tampoco podrán los separatistas borrar esta vez del mapa a quienes discrepan de ellos. Por todo ello, el día 22 habrá que hablar, desde luego. Pero no de cómo seguir entregando prendas al niño descontento, sino de cómo buscar una salida sensata fundada sobre otras bases distintas.
Publicado en El Norte de Castilla