Las objeciones que hasta ahora se han visto a la campaña majestadnofirme.com puesta en marcha desde Religión en Libertad pueden agruparse en dos tipos: unas más bien infantiles, de las que enseguida daremos cuenta, y otras bastante más serias y fundadas ante las que sólo cabe el respeto y la discrepancia honesta.
En lo que toca al primer grupo, hay que incluir las objeciones relativas a la frase que abre la carta de petición al rey, una frase de cortesía con la que se puede estar muy en desacuerdo por motivos sólidos, pero que a fin de cuentas no es más que retórica y en ningún caso contiene la cuestión fundamental del asunto. Otro tipo de razones de este grupo son las que aducen que el Rey firmará en cualquier caso, cosa que ya sabemos todos pero que no es obstáculo para dejar en evidencia una vez más la verdadera naturaleza de nuestras “intocables” instituciones democráticas. Un tercer grupo parte de las más absoluta ignorancia, pues supone que aunque el Rey no firmara, la ley entraría en vigor igualmente, lo cual es un imposible jurídico.
Lo verdaderamente significativo de las voces discrepantes ante esta iniciativa son las razones, mucho más fundadas y sólidas, del segundo grupo, los que invocan la estabilidad institucional del Estado español. Cargados de razón, recuerdan cómo en España sigue siendo una amenaza hoy tan real como hace setenta y siete años el absurdo debate sobre la forma del Estado español, bien monárquica, bien republicana. Este debate, estéril y desfasado desde cualquier punto de vista, concita sin embargo todavía numerosas adhesiones, visceralidades e incluso odios.
A este hecho, alimentado y resucitado por la política irresponsable y alucinógena de un iluminado mesiánico, hay que unir el mucho más peligroso debate acerca de la estructura territorial del Estado. Los nacionalismos étnicos y periféricos de catalanes y vascos y el contagio autonomista que han sufrido el resto de las comunidades, han puesto en escena unas fuerzas centrífugas de desintegración del Estado español de una potencia y virulencia quizás no vista desde los tiempos de aquella nefasta II República. Y estas fuerzas de seguro recibirían con los brazos abiertos una posible quiebra de la institución monárquica.
Todo esto es completamente cierto y no puede negarse la posibilidad de semejante escenario de desestabilización. Ahora bien, hay tres tipos de razones para no detenerse ante estas circunstancias, a las que denominaré razones de imperativo moral, razones de salud pública y razones de cloaca.
Las razones de imperativo moral ya han sido puestas de manifiesto más que sobradamente en muchos lugares y por personas con mayor preparación que la mía: sin salir de ReL, el magnífico artículo de Angel David Martín Rubio da cuenta de ellas. Sólo quiero detenerme en una cuestión no exactamente moral, pero si por completo determinante: la aberración jurídica que supone la conversión de un delito en un derecho da un vuelco conceptual completo a todo nuestro entramado legislativo y nos sitúa radicalmente en un estado “de iure” ajeno a una democracia. El hecho de que tal subversión no sea percibida aún por la opinión pública no evita que las implicaciones de semejante atrocidad nos hayan situado en un nuevo régimen jurídico de naturaleza totalitaria. En este orden de cosas la existencia o no de una monarquía es irrelevante.
Las razones de salud pública tiene que ver con la ya insostenible defensa y mantenimiento de un orden podrido hasta las raíces; aplaudo a todos aquellos que luchan por defender y conservar la Nación Española, la Constitución y todas las instituciones nacidas de ella, y he trabajado y lo seguiré haciendo junto a ellos, pero ya no se puede seguir defendiendo lo que está muerto y descompuesto: los partidos políticos, los poderes del estado, las autonomías, los medios de comunicación, la justicia, el ejército y la propia Corona no son más que espectros fantasmales de instituciones que quizás alguna vez cumplieron con su misión pero que hoy no son más que cloacas hediondas de las que urge desprenderse por razón de salud pública. Que hoy España no tiene otro camino ya que una catarsis se hace evidente para todo el que quiera verlo. Y en este orden de cosas la existencia o no de una monarquía es irrelevante.
No obstante, y para tranquilidad general, existe también la sospecha de que nada de todo esto llegará a ocurrir a corto plazo, y aquí intervienen las llamadas razones de cloaca: hace ya bastantes años, en concreto desde las primeras legislaturas de Felipe González, el entramado de corruptelas, favores recíprocos y ocultamientos inconfesables vinculó de una forma indisoluble al PSOE y a la Corona. Aznar no se atrevió a meter mano en aquél entramado, pues de haber tirado de la manta la monarquía habría vuelto a desaparecer de la piel de toro, y de este modo también el PP se vió enredado y prisionero de esa espesa telaraña de podredumbres ocultas. Si se tira de ese hilo, no caerá sólo el monarca, caerá todo detrás de él, siendo los primeros en ir al desagüe el PSOE y el PP. No van a suicidarse. Si el Rey no firmara la ley del aborto, no pasará nada. Partido Socialista y Partido Popular se encargarán de ello. Está su propia supervivencia en juego.