"Padre Nuestro que estás en el cielo...". Esta oración unió a todos los cristianos del mundo el pasado miércoles 25 de marzo, día de la Anunciación, para pedir al Señor que termine esta pandemia que tan duramente pone a prueba a todo el mundo. La oración, con el Papa, sonó desde hogares y hospitales, cárceles y residencias de ancianos, farmacias y supermercados, en coches, caminando, sentados en una silla de ruedas o en una cama de hospital. De rodillas y de pie, en los almacenes, camiones y puertos. En el campo y en la ciudad, en las costas del mar y del desierto. En medio de los escombros de las guerras y en los campos de refugiados. En familia o en soledad, jóvenes, adultos y ancianos rezando juntos en una Cuaresma inimaginable, cuando la Iglesia se prepara para acompañar a Jesús en su muerte y resurrección. Previamente, el papa Francisco pronunció unas palabras enternecedoras: "Como hijos seguros nos dirigimos al Padre. Lo hacemos todos los días, pero en este momento queremos pedir misericordia para la humanidad duramente probada por la pandemia del coronavirus. Y lo hacemos juntos, cristianos de todas las iglesias y comunidades, de todas las tradiciones, de todas las edades, idiomas y naciones. Oremos por los enfermos y sus familias, por los trabajadores de la salud y quienes los ayudan; por las autoridades, fuerzas del orden y voluntarios...". Impresionante oración global auspiciada por el Papa para frenar la epidemia. Escenarios silenciosos de dolor, preocupación en cada hogar, consternación universal. Este año, la Humanidad siente en sus carnes dolor y sufrimiento, y Jesús, que ha tocado las raíces de este dolor humano, acompaña el momento desde dentro, experimentando la debilidad y la fragilidad. Sólo Él puede dar sentido y convertirlo en oportunidad de una nueva vida más unida, más fraterna, más solidaria y más centrada en Dios. Ahora, en este momento, la Iglesia pide unidad y pone todos los medios posibles para que en España, concretamente, los ojos estén puestos en quienes sufren. Esta crisis está mostrando que la Humanidad entera está unida por un vínculo, el del amor, y que en situaciones límite como la que vivimos renace con fuerza la hermandad. No podemos evitar y lo escuchamos hondamente en estos días el clamor amargo de una gran interrogante: "¿Dónde está Dios en esta hora?". La respuesta no se hace esperar y surge con fuerza desde las profundidades de la fe más ardiente: "Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en todos los que difunden esperanza". El jesuita Víctor Codina nos ofrece esta reflexión teológica: "No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros. Quizá nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos". Todo esto no impide que, como Job, nos quejemos ante el silencio de Dios y gritemos pidiendo milagros. "Pero no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la creación y nuestra libertad", subraya tambien el teólogo jesuita. El silencio de Dios tiene siempre respuesta en el silencio de nuestro corazón. Quiere que nosotros colaboremos en la realización de este mundo limitado y finito. Jesús ilumina nuestra vida y, con el don del Espiritu, nos da fuerza y consuelo en nuestros momentos difíciles de sufrimiento y pasión. Permitidme que, desde la orilla del análisis periodístico, me conmueva ante una ironía macabra, que bien podemos colocar como un titular de prensa: "Hablábamos de eutanasia y llegó el coronavirus". ¡Qué contraste tan terrible! La primera proposición de ley que presentó el gobierno de Pedro Sánchez, a finales de enero, al inicio de la legislatura, fue la "ley de eutanasia". Y ahora, cuánto horror y cuánto error, se encuentra luchando con todas sus fuerzas para evitar que la gente se muera. El gobierno presentó la eutanasia como un nuevo derecho, y ahora lo que está en juego es si dispondremos de medios para garantizar el derecho a ser curados. Incluso, se ve de otro modo a la población anciana. ¡Qué dramática paradoja!