Primero, algunos matices. Dentro del contexto de la Iglesia, por grandes figuras, no estamos pensando en los que quieren vivir del cuento o del “carrerismo”. Tampoco de actitudes como subirse en un pedestal o perderse en los laberintos del poder. Por grandes figuras, entendemos a esas personas que han sido coherentes y ¡además talentosas en su servicio en pro de la Iglesia y de la sociedad! Hombres y mujeres que dejaron muchas cosas, no por necesidad, sino por convicción. Por ejemplo, una Elizabeth Seton o, en nuestros días, un Joseph Ratzinger.
Cuando repasamos lo que hacemos en el campo de la educación y de la formación en sus diferentes modalidades, todas ellas muy valiosas, debemos preguntarnos, ¿eso les ayudará? La superficialidad puede ganarnos la jugada y estar preparando todo menos grandes figuras; es decir, humildes y, al mismo tiempo, dispuestas, visionarias, como lo han sido los santos fundadores de tantas congregaciones. Sí, la Iglesia no está para entretenerlos con un sinfín de dinámicas, sino para ayudarlos a tocar la realidad y asumirla con una mirada profunda, contemplativa, incisiva, mezclada con una buena dosis de Tomás de Aquino, porque creer y pensar no son dos cosas opuestas. Hoy día, necesitamos más formadores que animadores, porque lo primero incluye lo segundo, con el plus de que prepara para el futuro. Animar es solamente el paso número uno. Lo relevante es el día después de la invitación o de la animación. De otro modo, tendremos jóvenes reducidos a una emoción que viene y con la misma se va.
Se subraya -y estamos totalmente de acuerdo- que la pastoral juvenil debe tocar la realidad. Es decir, acercar a los jóvenes a experiencias tipo voluntariado. Eso es clave; sin embargo, lanzarlos a nuevos contextos, implica una formación de verdad, sentarse a leer y discutir aprendizajes. La animación no lo es todo. A veces, ayuda justamente que se desanimen, que la realidad los sorprenda. ¿Cómo puede ser? Muy sencillo. Cuando van a una comunidad marcada por la pobreza, ¿sería deseable que llegaran eufóricos? No. Lo normal es que el dolor de tantos los desconcierte, les quite ese sentimentalismo que es comprensible en los primeros pasos, pero que, frente al peso del problema, debe reorientarse, madurar. Eso es lo que cuenta en la fe y en las obras.
Por otro lado, necesitamos que surja una nueva generación de líderes, de grandes figuras que quieran cambiar las cosas, humanizándolas, pero aparece otro detalle. No es un solo tipo de liderazgo, sino varios perfiles. ¿Qué implica? Reconocer la personalidad de cada joven del grupo. Al que es intelectual, darle un libro, al que es músico, enseñarle una partitura, al que es dinámico, ponerlo a trabajar con los más chicos y todos, eso sí, firmes en la oración, el estudio, el apostolado y la convivencia, pero no un convivir lleno de dinámicas, sino tan simple -y, a la vez, tan profundo- como sentarse a comer una pizza en medio de una plática divertida. No esperemos que el serio haga las dinámicas o que el animador organice una jornada de estudio. Cada uno en lo suyo y eso es unidad en la diversidad.
Es cierto, quizá al intelectual, le falte contacto con la realidad, pero una vez que lo tenga, su modo de cambiar las cosas será diferente y hay que apoyarlo. Lo hará desde el ámbito académico y, aunque parezca poco, no lo es, porque necesitamos nuevas voces en el contexto universitario. Domingo de Guzmán no abrió asilos y, sin embargo, gracias a su predicación, muchos hombres y mujeres dieron su vida en medio de los ancianos en situación precaria. Le tocó ayudar a partir de otro frente, pero dentro de la misma convicción cristiana. Por eso algunas instituciones, como el Opus Dei, insisten en que sus miembros deben llevar un estilo de vida (Ej.: ingresos) acorde a su apostolado. Dar clases en una universidad o, bien, dirigir un voluntariado en la periferia, constituyen dos campos con la misma dignidad, pero es un hecho que incluso la forma de vestir será diferente por la exigencia de cada lugar. Ni todos podemos estar en la universidad, ni todos en la periferia. Toca, en cambio, complementarnos. Al fin y al cabo, el rasgo principal del Espíritu Santo es la variedad de carismas.
En conclusión, se trata de formar a los jóvenes, pero considerando sus habilidades y talentos. La Iglesia nos ofrece un bagaje importante de experiencias educativas que, enriquecidas con las nuevas corrientes, nos pueden abrir las puertas a esas grandes figuras que hoy necesitamos ante un paradigma complejo. Vale la pena educar y, por supuesto, darle continuidad a través del acompañamiento.
Cuando repasamos lo que hacemos en el campo de la educación y de la formación en sus diferentes modalidades, todas ellas muy valiosas, debemos preguntarnos, ¿eso les ayudará? La superficialidad puede ganarnos la jugada y estar preparando todo menos grandes figuras; es decir, humildes y, al mismo tiempo, dispuestas, visionarias, como lo han sido los santos fundadores de tantas congregaciones. Sí, la Iglesia no está para entretenerlos con un sinfín de dinámicas, sino para ayudarlos a tocar la realidad y asumirla con una mirada profunda, contemplativa, incisiva, mezclada con una buena dosis de Tomás de Aquino, porque creer y pensar no son dos cosas opuestas. Hoy día, necesitamos más formadores que animadores, porque lo primero incluye lo segundo, con el plus de que prepara para el futuro. Animar es solamente el paso número uno. Lo relevante es el día después de la invitación o de la animación. De otro modo, tendremos jóvenes reducidos a una emoción que viene y con la misma se va.
Se subraya -y estamos totalmente de acuerdo- que la pastoral juvenil debe tocar la realidad. Es decir, acercar a los jóvenes a experiencias tipo voluntariado. Eso es clave; sin embargo, lanzarlos a nuevos contextos, implica una formación de verdad, sentarse a leer y discutir aprendizajes. La animación no lo es todo. A veces, ayuda justamente que se desanimen, que la realidad los sorprenda. ¿Cómo puede ser? Muy sencillo. Cuando van a una comunidad marcada por la pobreza, ¿sería deseable que llegaran eufóricos? No. Lo normal es que el dolor de tantos los desconcierte, les quite ese sentimentalismo que es comprensible en los primeros pasos, pero que, frente al peso del problema, debe reorientarse, madurar. Eso es lo que cuenta en la fe y en las obras.
Por otro lado, necesitamos que surja una nueva generación de líderes, de grandes figuras que quieran cambiar las cosas, humanizándolas, pero aparece otro detalle. No es un solo tipo de liderazgo, sino varios perfiles. ¿Qué implica? Reconocer la personalidad de cada joven del grupo. Al que es intelectual, darle un libro, al que es músico, enseñarle una partitura, al que es dinámico, ponerlo a trabajar con los más chicos y todos, eso sí, firmes en la oración, el estudio, el apostolado y la convivencia, pero no un convivir lleno de dinámicas, sino tan simple -y, a la vez, tan profundo- como sentarse a comer una pizza en medio de una plática divertida. No esperemos que el serio haga las dinámicas o que el animador organice una jornada de estudio. Cada uno en lo suyo y eso es unidad en la diversidad.
Es cierto, quizá al intelectual, le falte contacto con la realidad, pero una vez que lo tenga, su modo de cambiar las cosas será diferente y hay que apoyarlo. Lo hará desde el ámbito académico y, aunque parezca poco, no lo es, porque necesitamos nuevas voces en el contexto universitario. Domingo de Guzmán no abrió asilos y, sin embargo, gracias a su predicación, muchos hombres y mujeres dieron su vida en medio de los ancianos en situación precaria. Le tocó ayudar a partir de otro frente, pero dentro de la misma convicción cristiana. Por eso algunas instituciones, como el Opus Dei, insisten en que sus miembros deben llevar un estilo de vida (Ej.: ingresos) acorde a su apostolado. Dar clases en una universidad o, bien, dirigir un voluntariado en la periferia, constituyen dos campos con la misma dignidad, pero es un hecho que incluso la forma de vestir será diferente por la exigencia de cada lugar. Ni todos podemos estar en la universidad, ni todos en la periferia. Toca, en cambio, complementarnos. Al fin y al cabo, el rasgo principal del Espíritu Santo es la variedad de carismas.
En conclusión, se trata de formar a los jóvenes, pero considerando sus habilidades y talentos. La Iglesia nos ofrece un bagaje importante de experiencias educativas que, enriquecidas con las nuevas corrientes, nos pueden abrir las puertas a esas grandes figuras que hoy necesitamos ante un paradigma complejo. Vale la pena educar y, por supuesto, darle continuidad a través del acompañamiento.