Como soy del Atleti escribo mejor a la contra. Dado que el laicismo, el Madrid del pensamiento, tiene el control de la opinión pública he aprendido a entrar por las bandas para marcarle al estereotipo (la Iglesia es rica) goles de espuela. Como el catolicismo ya no cuenta en sus filas con Chesterton, ese Di Stéfano con pinta de Puskas, ahora tiene que enfrentarse al rival con gentes como yo, expertas en el cuerpo a cuerpo por exigencias del guión: alguien tiene que poner la tibia para que no le partan las piernas a Cristo.
A mí me gustaría más rezar en la sombra, acunado por el bisbiseo del perdón, pero en la situación actual no descarto cantar el Magnificat en una asamblea de Podemos. O las cuarenta al asesor del Felipe VI que ha decidido que en la felicitación de Navidad de la familia real no haya ninguna referencia a la cristiandad. Ni portal ni árbol ni Rondel oro ni muñecas de Famosa ni vuelve, a casa vuelve. Tan sólo sonrisas de entretiempo. Tan de entretiempo que una de las niñas posa en manga corta. Más que una postal parece una fotografía hecha en Marivent, con el palacio de Oriente en el papel del Bribón V.
El asesor regio ignora que en el asunto de la felicitación es posible satisfacer a la colonia católica sin molestar a la laicista. De hecho, el término pesebre lo mismo hace referencia al lugar de los hechos, el Nacimiento, que al maná público. Al menos en Andalucía. En cuanto a la estrella, para los fieles luce bien encima de establo, para los comunistas en la bandera de Cuba y para los nostálgicos en la canción de Juan Bau. Y el buey habría contentado a los animalistas porque mientras permanezca en el Belén no será citado en Las Ventas por El Juli. Lo que demuestra que hay que tener amplitud de miras. Para el próximo año le propongo que contente a ambas partes, a la tradicional y a la evolutiva, a la que cree en Dios y a la que cree en Darwin, con una postal en la que los reyes de España brinden por el Hijo del hombre con anís del Mono.