En la anunciación:
Dicha no cabe más en tu albedrío,
María, Dulce Nombre, toda pura,
esclava que atrajiste tanta altura
que el Verbo se hizo Hombre, eterno río.
Dijiste sí a Gabriel tan encendida,
tras la luz deslumbrante del saludo,
que Cielo y Tierra atáronse en un nudo
para una salvación de paz vivida.
Tu palabra, María, fuera aquella
de verte que eras nada y Dios miraba
y te llenaba a ti, rosa y esclava,
el que es palabra y voz, lumbre y estrella.
Quién pudiera sentir tu turbación,
como quien pone en suerte fino oído,
y escuchar de ti misma aquel latido
que te llenó sin obra de varón.
Mas eso el Poderoso sólo sabe
y tú por humildad nos lo escondías.
Fueron voces secretas, y elegías
embarcarte con Dios en su alta nave.
César Aller