El 7 de diciembre del año en curso, se dio a conocer de manera oficial la designación del cardenal Carlos Aguiar Retes (1950), como arzobispo primado de México. Se abre un nuevo capítulo de la historia de la Iglesia Católica en la capital del país. Estamos frente a una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo. El número de parroquias supera la cifra de seiscientas. De todo el entorno, destaca la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe con sus millones de peregrinos al año. Sin duda, un contexto macro, lleno de retos sociales, estructurales y, sobre todo, pastorales.
En distintos puntos de la CDMX, es posible percibir un ambiente cosmopolita, pues confluyen diferentes idiomas en una misma calle o avenida. La fe es válida para todos los escenarios y puntos geográficos; sin embargo, siempre resulta más complicado transmitirla en una gran ciudad de porte liberal. ¿A qué se debe? Muchas voces y opciones. Lo anterior, no es algo negativo o intimidante, sino coyuntural, pero implica que la Iglesia sea capaz de lanzar un mensaje significativo, capaz de llegar a todos. Al centro y a la periferia. Hoy más que nunca hay que retomar la pastoral de las ciudades, pues en ellas se toman las decisiones que influyen en la vida de muchos otros; especialmente, de los que sufren a causa de la falta de oportunidades y que no pueden ser olvidados.
La fe en la CDMX tiene dos retos principales: La fuga de católicos a otras denominaciones y, al mismo tiempo, el secularismo, la idea de que creer es para retrógradas, supersticiosos o aburridos. En el primer caso, es necesario abrir espacios de formación, ayudar a que los laicos alcancen la mayoría de edad para evitar caer en el clericalismo y, sobre todo, generar un estilo de parroquias y comunidades acogedoras, como lo ha pedido el papa Francisco. No es que no las haya, pero se requiere dar nuevos pasos que las consoliden. El segundo punto es todavía más complejo, porque le implica a la Iglesia dirigirse a un sector de la sociedad marcado por una fuerza intelectual y de mundo muy sofisticada. Eso significa que se necesita una voz nueva, lista para dialogar desde la propia identidad, pero con un nivel tal que pueda ser recibida de modo propositivo. Es momento de fortalecer la presencia de la fe en el ámbito de la cultura. Comprender que el sector intelectual y empresarial requieren de acompañamiento pastoral, siguiendo la Doctrina Social de la Iglesia. Es el tiempo de las universidades y de los colegios, de los grupos y de los voluntariados, pero a partir de un plan arquidiocesano articulado. Hay que formar intelectuales que, viviendo de verdad la fe, puedan posicionarla en medio de los grandes temas y puntos pendientes del contexto social, de la transformación del país que tanto lo necesita.
Muchos jóvenes han perdido la fe porque, en realidad, nadie les ha enseñado a combinar las cosas sanas de la ciudad con los valores. Parece opuesto ser católico y moderno, aunque en realidad son dos cosas que, bien entendidas, demuestran que la fe no es retroceso, sino progreso, porque no se olvida de la verdad sobre Dios, el ser humano y la justicia. Hay que acercarse a los jóvenes difíciles de convencer, porque ellos permiten avanzar. Todo esto, exige un mayor trabajo a nivel universitario, homilías vinculadas con la realidad y un cambio de estrategia en el ámbito de la comunicación. No se busca una Iglesia buenista, que acepte todo, sino que sepa renovar la forma, cuidando el fondo.
Para lograr lo que se ha ido subrayando, no podemos dejar de lado a los sacerdotes, el ayudarles a ser lo que les toca, pidiendo por cada uno y, al mismo tiempo, buscando que su formación sea apropiada. Resulta clave considerar el contexto, porque la CDMX es tan interesante como compleja por su magnitud. A esto hay que sumar la misión compartida con los laicos. Para que pueda consolidarse es fundamental formarlos y, entonces, la capital mexicana será un espacio de fe aplicada, de fe bien asimilada a la luz de las raíces cristianas que la han caracterizado desde hace siglos.
En distintos puntos de la CDMX, es posible percibir un ambiente cosmopolita, pues confluyen diferentes idiomas en una misma calle o avenida. La fe es válida para todos los escenarios y puntos geográficos; sin embargo, siempre resulta más complicado transmitirla en una gran ciudad de porte liberal. ¿A qué se debe? Muchas voces y opciones. Lo anterior, no es algo negativo o intimidante, sino coyuntural, pero implica que la Iglesia sea capaz de lanzar un mensaje significativo, capaz de llegar a todos. Al centro y a la periferia. Hoy más que nunca hay que retomar la pastoral de las ciudades, pues en ellas se toman las decisiones que influyen en la vida de muchos otros; especialmente, de los que sufren a causa de la falta de oportunidades y que no pueden ser olvidados.
La fe en la CDMX tiene dos retos principales: La fuga de católicos a otras denominaciones y, al mismo tiempo, el secularismo, la idea de que creer es para retrógradas, supersticiosos o aburridos. En el primer caso, es necesario abrir espacios de formación, ayudar a que los laicos alcancen la mayoría de edad para evitar caer en el clericalismo y, sobre todo, generar un estilo de parroquias y comunidades acogedoras, como lo ha pedido el papa Francisco. No es que no las haya, pero se requiere dar nuevos pasos que las consoliden. El segundo punto es todavía más complejo, porque le implica a la Iglesia dirigirse a un sector de la sociedad marcado por una fuerza intelectual y de mundo muy sofisticada. Eso significa que se necesita una voz nueva, lista para dialogar desde la propia identidad, pero con un nivel tal que pueda ser recibida de modo propositivo. Es momento de fortalecer la presencia de la fe en el ámbito de la cultura. Comprender que el sector intelectual y empresarial requieren de acompañamiento pastoral, siguiendo la Doctrina Social de la Iglesia. Es el tiempo de las universidades y de los colegios, de los grupos y de los voluntariados, pero a partir de un plan arquidiocesano articulado. Hay que formar intelectuales que, viviendo de verdad la fe, puedan posicionarla en medio de los grandes temas y puntos pendientes del contexto social, de la transformación del país que tanto lo necesita.
Muchos jóvenes han perdido la fe porque, en realidad, nadie les ha enseñado a combinar las cosas sanas de la ciudad con los valores. Parece opuesto ser católico y moderno, aunque en realidad son dos cosas que, bien entendidas, demuestran que la fe no es retroceso, sino progreso, porque no se olvida de la verdad sobre Dios, el ser humano y la justicia. Hay que acercarse a los jóvenes difíciles de convencer, porque ellos permiten avanzar. Todo esto, exige un mayor trabajo a nivel universitario, homilías vinculadas con la realidad y un cambio de estrategia en el ámbito de la comunicación. No se busca una Iglesia buenista, que acepte todo, sino que sepa renovar la forma, cuidando el fondo.
Para lograr lo que se ha ido subrayando, no podemos dejar de lado a los sacerdotes, el ayudarles a ser lo que les toca, pidiendo por cada uno y, al mismo tiempo, buscando que su formación sea apropiada. Resulta clave considerar el contexto, porque la CDMX es tan interesante como compleja por su magnitud. A esto hay que sumar la misión compartida con los laicos. Para que pueda consolidarse es fundamental formarlos y, entonces, la capital mexicana será un espacio de fe aplicada, de fe bien asimilada a la luz de las raíces cristianas que la han caracterizado desde hace siglos.