¿Qué cosa hay diferente entre el agua y el Espíritu Santo, que era llevado sobre las aguas? El agua es misterio del hombre, pero el Espíritu es Misterio de Dios. (San Jerónimo. Tomado de la Catena Aurea Marcos 1, 4-8)
En este siglo XXI, Dios ha dejado de ser necesario. Nuestro becerro de oro actual es la tecnología. Los ingenieros nos creemos sacerdotes de este nuevo dios tecnológico porque utilizamos las herramientas y procedimientos para modificar lo que nos rodea y a nosotros mismos. Pero este hacer y transformar no llega a ser misterio de hombre. Como mucho, se queda en apariencia engañosa. Cristo nos ofrece mucho más. Nos ofrecer el Misterio de Dios verdadero.
Hablar de Misterios es hablar de Sacramentos. Sacramentos que son signos que reestablecen la comunicación entre el ser humano y Dios. Comunicación que, como bien dicen San Gregorio de Nisa y San Basilio, fue lo que quedó roto cuando Adán y Eva dejaron de confiar en Dios. Si al acceder al bautismo sólo vemos el agua y una ceremonia social, es que estamos ciegos. Nada hemos entendido y nada esperamos de Dios. Nos contentamos con las apariencias del mundo. San Ambrosio de Milán indica que los Sacramentos están más allá de las apariencias que tienen los signos aparentes y mucho más allá del sentido socio-cultural que les damos hoy en día (Los sacramentos I, 4-6).
Limitamos el Misterio de Dios a misterios de hombre, cuando no los reducimos a eventos sociales, llenos de apariencias. Es muy triste ver que los reducimos a actos socio-culturales asociados a estéticas diversas y a veces, contradictorias. Incluso los utilizamos como “herramienta social” para minimizar las consecuencias de nuestros propios pecados. Cuando pensamos que Dios es cómplice, indiferente y se desentiende de nosotros, los Misterios de Dios quedan reducidos a celebraciones humanas. Después nos preguntamos la razón por la que tantos creyentes se alejan de los sacramentos. Quizás deberíamos preguntarnos si realmente somos capaces de comunicar qué es un Sacramento y qué es lo que Dios nos ofrece por medio de ellos. Pensemos en las profundas catequesis mistagógicas que nos han legado San Ambrosio de Milán o San Cirilo de Jerusalén. Hoy en día nos parecen imposibles de imitar aunque los fieles seamos teóricamente más cultos y preparados. Algo falla y ese algo podemos encontrarlo en ejemplo de San Juan Bautista.
¿Qué modelos de evangelizador tenemos actualmente? Se suele pensar simpáticos líderes que organizan actividades socio-religiosas o incluso en productores de shows en las redes sociales, televisión, radio, etc. Se busca emocionar/animar antes que compartir entendimiento. Los sacramentos son signos y como tales, contienen significado o entendimiento. En los signos nos hay sociabilidad o emotividad. Nosotros somos quienes adherimos o incrustamos estos elementos humanos a los signos sacramentales. San Juan Bautista no necesitaba hacer shows en las plazas de Judea. Tampoco organizaba un espectáculo para que las personas se acercaran a confesar sus pecados y bautizarse. Le bastaba esperar a quienes buscaban palabras y signos que tuvieran sentido en sus vida. ¿Eran pocos? Tanto da uno que un millón. El evangelizador es herramienta de Dios, no un segundo salvador delegado que dirige a las masas de fieles hacia su figura humana.
Recordemos que: “el agua es misterio del hombre, pero el Espíritu es Misterio de Dios”. Esto se puede ver en los cuadros de Leonardo Da Vinci. San Juan Bautista siempre indica con su dedo a Cristo. No se indica a sí mismo, porque suplantaría a Quien es Camino, Verdad y Vida.