NO ESCRIBO PORQUE NO TENGO NADA QUE DECIR
 
 
Y porque prefiero leer. ¡Hay tanto que leer! Lean al olvidado Maxence Van Der Meersch y agradecerán vivir en una casa con agua corriente, calefacción y cocina. También agradecerán tener algo que cocinar. Hace exactamente un siglo, en el norte de Francia, la buena gente se moría de hambre y de frío, las mujeres se vendían por un trozo de salchicha y los hombres caían en trincheras de barro. Otros hombres, orcos del infierno, acaparaban bienes y alimentos y veían morir, con su estómago burgués lleno a rebosar, a los hijos famélicos de las mujeres que vestían el luto de la ignominia.
 
Cien años, 1917, Francia. O España: Las Hurdes o Vallecas, qué más da. Seamos agradecidos y no dejemos que el odio anide en nuestras almas insatisfechas. El odio en España se ceba con los curas, las monjas y la Guardia Civil: aquella matanza de Castilblanco, cuatro guardias destrozados a navajazos y golpes de hacha y azada, irreconocibles, "ni los rifeños, ni los moros, joder, son tan hijos de puta", dijo el oficial de la Benemérita que llegó al día siguiente. Odio.
 
Odio en poesía, versos amarillos de odio, estrofas encendidas de algunos independentistas que no saben que se quedarán, nos quedaremos, sin agua corriente, sin luz y sin gas y sin comida, a poco que los versos los canten fusiles de asalto, rimen las bombas de mano y las navajas surjan de la niebla para terminar con los constitucionalistas y la gente de orden.
 
-Esto es como es Euskadi, Paco. He vivido tres fascismos y no quiero vivir la guerra que nos traen. El fascismo de Franco, el de ETA y el de estos "indepes" de tu tierra, que es la mía, porque me amenazaron de muerte en Donostia. No saben a qué juegan: están completamente locos.
 
-Lo mismo me dice mi amigo bosnio.
 
-Mierda.
 
No escribo porque no tengo nada que decir. El hombre quiere suicidarse en cada generación y solo necesita el empujón de la bragueta y el apoyo del diablo. La encarnación del diablo es distinta en cada generación y en ésta el odio se viste de tolerancia, la actitud prepotente de aquel que se cree que está por encima del bien y del mal. El tolerante es el cabrón soberbio que mira por encima del hombro y cambia los cuentos de los niños para que no sepan distinguir el bien del mal. Borrar esta frontera es el objetivo del diablo y de sus encarnaciones en la Usura mundial.
 
Yo no digo nada ya, no escribo nada porque lo que tengo que decir es nada: el mal es la nada, como me recuerdan a diario Lewis y Esteban.
 
Lean otras cosas. O sea lean tres cosas: la Biblia, el Quijote, el Señor de los Anillos.
 
Todo lo demás, servidor el primero, claro, es una basura ególatra. Del diminuto escritor que se cree que escribe, llámese Cortázar, Borges, Delibes o Ken Follett.
 
Recen todo lo que puedan y todo lo que no puedan, porque no tienen ustedes nada mejor que hacer, salvo aparentar que trabajan mucho y justificarse ante los hombres.
 
Recen. Es Adviento.