Cuando nació Gran Hermano en Telecinco, muchos espectadores entraron de cabeza en la gran casa, donde vivían equis personas permanentemente observadas por cámaras televisivas donde se mostraban las miserias humanas, más que las virtudes. Tanto éxito de audiencia supuso aquella irrupción, que por el ojo observador permanente pasó un seminarista y hasta un cura, que menos mal que lo aparataron a tiempo de semejante tentación.
Cuando ahora fenece el tenebroso programa no siento la más mínima pena. Todo lo contrario, me alegro. Y lo hago recordando a amigos que vomitaban espumarajos por la boca contra la primera edición afirmando, siendo cierto, que aquella manufactura televisiva era hija de una noche diabólica. Desde el primer programa hasta el último y el que acaba de ser suprimido han sido formatos televisivos que han llenado muchos bolsillos de dineros, muchas horas de programación, pero a la vez han sido focos de pérdida de valores humanos y morales. No digamos cívicos y cristianos pues son incontables.
Como todo producto humano poco claro, excesivamente oscuro, ha llegado el final de aquel Gran Hermano, extraído de la famosa novela titulada 1984.
Ahora, Telecinco acaba de quedarse con todos los partidos del mundial de fútbol de Rusia. El dinero sigue asegurado, pero lo que no volverá nunca será la indecencia moral que hizo de la sociedad española mediante el denostado programa del ojo que todo lo ve.
Esta desaparición me alegra y me aterra, porque tras el mundial vendrá algo peor.
Tomás de la Torre Lendínez