Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 23
En el año 1994 se estrenó la película titulada Forrest Gump, protagonizada por el actor Tom Hanks, receptora de varios premios Oscar, cuyo argumento es la vida de un chico, que sufre una leve discapacidad intelectual y física, encuentra la amistad de una niña, que le recomienda correr y siempre correr, sin mirar para atrás ni a los lados, para que los gamberros no le tomen el pelo. Gracias al consejo de correr el protagonista será un excelente deportista, un soldado americano, un enorme jugador de tenis de mesa, un marido y padrazo de un retoño.
El mismo Jesús de Nazaret, en el evangelio de San Lucas 9,61-62, había afirmado: “También otro dijo: Te seguiré, Señor; pero primero permíteme despedirme de los de mi casa. Pero Jesús le dijo: Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios.”
Tenía razón la amiga de Forrest Gump, nunca conviene mirar hacia atrás y siempre se debe ir corriendo. Existe una persona en el espacio público español que lleva corriendo varias semanas sin mirar atrás ni a los lados. Está cumpliendo un pobre programa que le permite su exigua minoría, pero sus ansías de poder, instalarse en él, prometer imposibles a sus fieles, colocar a sus adeptos en cargos muy bien remunerados, incluida la propia esposa, vivir como un nuevo ricachón tirando del presupuesto público sin tijeras, e invitando a extranjeros a pasar fines de semana en su prestada posesión, lo hace corriendo. La única diferencia con Forrest Gump es que éste no hizo daño a nadie en toda su vida, sino lo contrario, tuvo amigos en el deporte, en el ejército, en la guerra… hasta en la misma residencia del presidente de los Estados Unidos de América, donde fue recibido y condecorado varias veces por sucesivos inquilinos.
En la cita evangélica mencionada Jesús afirma que quien mira atrás no es apto para el reino de Dios. El mismo apóstol San Pablo lo tiene muy claro cuando en su carta a los filipenses, 3,13, afirma lo siguiente: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante.”
Si ese corredor español mirara adelante, otro gallo le cantaría cuando amanece por las tierras colombinas, donde mora unos días. Pero no es así. La producción industrial española se está encogiendo en cuestión de semanas; las cifras del turismo extranjero se están reduciendo en varios enteros; la banca anda revuelta y quejumbrosa por los anuncios de impuestos futuros; la curva de la inmigración aumenta y promete ser muy alta ante situaciones explicitas o implícitas de que vivimos en el país de Jauja; y el dolor más grande para nuestros compatriotas es ver cómo con dinero público, que es dado por todos los habitantes del pueblo español, una parte de nuestro mapa está montando unos aquelarres festejando hechos ocurridos hace un año, cuyos protagonistas están muertos como las víctimas del atentado, o en la cárcel como los protagonistas de la intentona republicana, y la Bolsa cae un tres por ciento en cuestión de pocas horas el pasado viernes. Y cuando mira atrás, solamente encuentra el edificio de la abadía del monasterio benedictino de Cuelgamuros, cuyos muertos enterrados allí salen en procesión nocturna a levantarle los pies de la cama molestando sus sueños veraniegos, e impidiendo que pueda correr y correr como está haciendo durante más de ocho semanas.
Jesús de Nazaret, San Pablo, Forrest Gump, miraban siempre adelante. Por esto ganaron y convencieron a sus seguidores y amigos. Cuando la familia de Lot salió de Sodoma y Gomorra, según narra el libro del Génesis, Dios les recomendó: No miréis atrás. La mujer de Lot, comida de curiosidad volvió la espalda a contemplar el hecho. Quedó convertida en estatura de sal. Situación que no desea para España quien firma esta columna.
Tomás de la Torre Lendínez