Está siendo muy comentado estos días un documental de hace dos años recientemente editado en video, ‘La teoría sueca del amor. El secreto de la felicidad’, de Erik Gandini. Realmente se trata de un trabajo notable porque viene a poner en solfa uno de los lugares comunes más extendidos de nuestro mundo: la idea de que Suecia, por tener el más sofisticado estado de bienestar de Europa, es el punto de referencia ideal hacia el que todos deberíamos tender.
Suecia es, por descontado, el modelo de toda la izquierda, que se complace en invitarnos a emular sus avanzadas políticas de igualdad, por ejemplo, ocultándonos que el país encabeza las estadísticas de asesinatos de mujeres y maltrato. Pero Suecia emociona asimismo a todos aquellos, también en la derecha, que necesitan sentirse modernos e innovadores, y que prefieren el impacto de los gestos políticos a la evaluación concreta de sus resultados.
La película de Gandini no habla de violencia de género, sino de soledad y de felicidad, lo que hace que su reflexión trascienda, en realidad, el caso particular. Porque lo que ‘La teoría sueca del amor’ hace, por encima de todo, es desmantelar el ideal que Suecia encarna con especial perfección, pero que es el horizonte al que aspiran muchos.
Un ideal que sus promotores resumieron, en 1972 en el manifiesto ‘La familia del futuro. Una política familiar socialista’, que luego guiaría las políticas del Gobierno sueco: “Hablamos de cambiar la sociedad hasta el punto de que toda persona podrá desarrollarse sin depender de nadie”. Se trataba de crear las condiciones económicas y sociales para convertir a los individuos en “ciudadanos independientes”.
La música suena dulce y melodiosa, y seguro que les resulta familiar. Lo que seguramente no conocen tan bien son los resultados, 40 años después, de esa decidida apuesta política por la 'autonomía' de los individuos. El documental lo cuenta: la mitad de la población sueca vive sola; una de cada tres personas fallece en su casa sin que nadie se entere hasta pasadas semanas, meses o años; el Estado tiene un departamento específico para buscar familiares a los desarraigados que mueren sin que nadie de su vecindario sepa nada de ellos; los jóvenes contestatarios, los que se rebelan contra la frialdad emocional de su sociedad, se reúnen en grupos en los bosques para abrazarse, tocarse y descubrir la maravilla de mirarse a los ojos y saber que importas a alguien; cada vez más mujeres compran semen por internet para ser madres sin sufrir el engorroso trámite de tener que tratar con varón… He ahí la verdad del ideal sueco, en zapatillas y sin maquillar.
El sociólogo Zygmunt Bauman, en una de sus últimas apariciones públicas antes de morir, pone orden en la confusión al final de la película: La clave de la vida, nos dice, está en gestionar la interdependencia, porque “al final de la independencia no está la felicidad, sino el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.
Publicado en El Norte de Castilla