Como los políticos laicistas desconocen que una de las características más entrañables de la Navidad es el encontronazo, el Ayuntamiento de Madrid ha ordenado que su calle más concurrida en estas fechas, Preciados, sea de un único sentido para los peatones desde el Adviento a la Epifanía. El pretexto esgrimido es la seguridad, pero lo cierto es que Carmena legisla contra la alegría, la que suscita encontrar a un amigo que viene de frente con cinco bolsas de El Corte Inglés, y contra la libertad, la que se deriva de desandar lo andado para volver a la casilla de salida si es lo que apetece.
En el fondo, lo que subyace tras la medida no es tanto la intención de prevenir los riesgos del exceso de aforo como el intervencionismo de la izquierda, que pretende regular el alborozo sin tener en cuenta que el espíritu de la Navidad es lo contrario al orden del día, al igual que el nudo en el estómago es lo contrario a la úlcera. El nudo del estómago del niño ante el escaparate frente a la úlcera del concejal que propone la uniformidad del paso. El niño tiene claro que el bullicio forma parte de Dios, en tanto que el concejal no entiende que una masa se concentre si no es para invadir el Palacio de Invierno.
No sé si la medida la patrocina Ikea, pero lo cierto es que lleva su huella, pues una vez que entras a Preciados por Sol tienes que salir por Callao tras recorrer toda la calle. Con lo bonito que es retroceder cuando se hace por el placer de hacerlo. La orden ignora la tendencia del ser humano a dar vueltas para encontrarse. Las ovejas, los comunistas, son de otra opinión y no ponen pegas cuando el pastor les ordena dirigirse hacia el aprisco, aunque esté en Siberia. Pero el hombre libre, y más si es madrileño, suele discutir la dirección única. Y no es por sacar a colación a Esquilache.