Soy sacerdote de la Diócesis de Cartagena. Creo que tengo un concepto del sacerdocio de acuerdo con la doctrina de la Iglesia de ahora y de siempre. Yo sé con quién me he comprometido para siempre: con Cristo y con la Iglesia y, por consiguiente, con las justas aspiraciones de mis hermanos los hombres. Tengo claro que una cosa es la política, la ideología, los intereses humanos, y otra muy distinta son los objetivos del Reino de Dios que Cristo nos anuncia. “Mi Reino no es de este mundo”. Yo no he dado mi vida por conseguir unos fines contingentes, accesorios, inmanentes. Pienso que mi vida sacerdotal vale mucho más, es más trascendente, que la militancia en unas siglas políticas o sociales. “Aspirad a los bienes de arriba”, nos dice el Señor. El compromiso con el pueblo, llevado más allá de lo razonable, nos puede cercenar los ambiciosos proyectos pastorales que debimos plantearnos al ordenarnos de cura.
Puedo comprender que haya ideologías que busquen la separación y el aislamiento de la madre común. También hay hasta en las mejores familias hijos que se independizan y reniegan de sus padres. Pero yo esto no lo comparto. No lo puedo compartir desde mi fe cristiana. Los nacionalismos minan seriamente la concepción cristiana y católica de la sociedad, ya que predicamos la universalidad, la unidad, la fraternidad. Donde brota el nacionalismo generalmente se agosta la fe.
Por todo ello no puedo entender que haya compañeros míos en el sacerdocio que se opongan tan radicalmente a la decisión del Papa de enviarles un Obispo, hijo del pueblo, muy bien preparado, con un gran corazón, y mucha capacidad de aglutinar a todos en una misma familia, respetando individualidades accidentales y justas, y reforzando los lazos comunes que son muchísimos y de gran envergadura.
Mis raíces familiares están en esa tierra. Mi segundo apellido lo delata. He tenido ocasión de visitar mucho, hace años, aquellos pueblos entrañables. Tengo por allí buenos amigos. Aún recuerdo con nostalgia unos ejercicios espirituales que prediqué a jóvenes en Beasain. La iglesia parroquial casi llena de chicos y chicas. Seguramente eran otros tiempos. He disfrutado compartiendo amistad, mesa y oración con sanísimos párrocos de los entrañables pueblos que festonean las laderas montañosas de Guipúzcoa.
Conozco a Mons. Munilla, y puedo decir, de nuevo, que es un Obispo de una vez. Buen vasco. Que ama a su tierra, pero desde la fe y la catolicidad, como no puede ser menos. Y creo que somos los curas los primeros que debemos dar ejemplo abriendo nuestro corazón siempre al Pastor que Cristo, a través de la Iglesia, pone a nuestra disposición. Mons. Munilla estará sufriendo porque es un hombre de paz, pero estoy seguro que todos lo vais a querer de verdad, como os gustan que os quieran a vosotros. Dejar las cuestiones temporales en manos de los que gestionan esos intereses, y hacer posible que “la Verdad os haga realmente libres”.
Mons. Munilla
Perdón por atreverme a dar consejos, pero me siento tan responsable de aquella porción del Pueblo de Dios como vosotros. Y el que dice lo que piensa con todo respeto, no considero que ofenda a nadie. Un hermano y amigo
Juan García Inza