Uno de los siervos dice: «Señor, cinco talentos me entregaste»; otro indica que se le dieron dos. Ellos reconocen que de él han recibido el medio de hacer el bien; le atestiguan un gran reconocimiento y le rinden sus cuentas. ¿Qué les responde el maestro? «Bien, siervo bueno y fiel (puesto que lo propio de la bondad es ver al prójimo»; has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho. Entra en el gozo de tu señor». De este modo es que Jesús designa una beatitud completa.
En cuanto al que no había recibido más que un talento, lo fue a esconder. «A ese siervo inútil, échenlo afuera, en las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes». ¿Lo ves? no es solamente el ladrón, el hombre que busca siempre enriquecerse, el que hace el mal; quien al final es castigado, es también aquel que no hace el bien. Entonces ¿Cuáles son esos talentos? Es el poder de cada uno, la autoridad que disponemos, la fortuna que poseemos, la enseñanza que podemos impartir, y cualquier otra cosa de la misma índole. Que nadie venga entonces a decir: solo tengo un talento, no puedo hacer nada. Porque puedes, incluso con un solo talento, actuar de manera loable. (San Juan Crisóstomo. Homilía sobre san Mateo 78, 2-3)
¿Qué son los talentos? Son los dones, capacidades y vocación que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros. Incluso cuando hemos recibido pocos dones, estos deber ser utilizados para mayor gloria de Dios y no para guardarlos o engañar a los demás. La Iglesia posee dones maravillosos, pero tiende a guardarlos dentro de estructuras cerradas y por lo tanto, es muy difícil que puedan multiplicarse. Algunos postulan que es mejor tirar los dones y utilizar la creatividad para generar otros valores mejor vistos por la sociedad. Sólo hace falta ver todo el empeño que demostramos en construir estructuras eclesiales y lo que nos cuesta dialogar fraternalmente entre nosotros.
Pensemos en otra parábola, la de la casa construida en roca y la casa construida sobre arena. ¿Sobre qué estamos fundando nuestro entendimiento, camino y vida? Tal vez estemos apostando demasiado en creatividades aparentes, shows, marketing y cuando cualquiera mira detrás del escenario se da cuenta que todo es un simulacro. Hace pocos días un relevante religioso decía que “los jóvenes no entienden el 99% de nuestras homilías”. No creo que no entiendan lo que se les dice, sino que al ver qué hay detrás, sólo encuentran aspectos socio-culturales, shows, complicidades y apariencias diversas. No entienden lo que nos dicen desde muchos ambones cada domingo porque lo que se les ofrece no es realmente sustancial para ellos. Valga recordar el empeño pastoral que existe con cuestiones ecológicas. Para desarrollar estos aspectos de forma consistente, es mejor reunirse con biólogos e ingenieros, ya que ellos saben qué es paja social y grano sustancial en estos temas. Lo mismo podríamos decir en otros muchos aspectos en los que invertimos esfuerzos, mientras dejamos lo sustancial escondido en una urna de museo.
Cuando Cristo nos pida cuentas de qué hemos hecho con los Tesoros que nos ha prestado, seguramente le digamos, avergonzados, la misma media verdad que dijo el receptor de un único talento: “lo guardé para no perderlo”. ¿Cómo vamos a decirle que lo tendíamos escondido porque nos daba vergüenza socio-cultural mostrarlo y utilizarlo? Siguiendo el texto del Evangelio:
“… a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes”