Artículo publicado hoy en el Diario Idel, edición de Jaén, página 29

Camina la ciudad de Jaén hacia el ejemplo de localidad limpia de humos quemados por motores de coches, motos y demás vehículos de tracción mecánica. La entidad universitaria ha repartido un puñado de bicicletas eléctricas para subir las cuestas de una ciudad situada en la ladera del cerro de Santa Catalina sin soltar humos contaminantes. El consistorio está revolucionando las directrices del tráfico rodado, evitando que el centro comercial, sea pisado por ninguna rueda de automóvil salvo taxis y servicios de socorro.

En el Vaticano  se  dejará de vender tabaco, a partir del 1 de enero, a pesar de ser una fuerte puerta de entrada de dinero a las arcas pontificas. La limpieza de los aires es una meta  conseguir en estos tiempos que corren.
Con todo, el mejor modo de limpiar la atmósfera siempre ha sido la lluvia natural caída del cielo regando nuestros campos y ciudades. Agua que solamente cae por la mitad norte de España, mientras en el  resto la sequía es pertinaz, como se decía en los años cuarenta, y colabora a que nuestra inmediata cosecha aceitunera sea pobre en calidad y cantidad, ya que el fruto del oro verde está engurruñido y débil.

En las iglesias abiertas al culto llevamos días rezando la oración para pedir al Señor que la sequía  nos abandone y deje paso a los temporales pluviosos, que en Jaén siempre nos han llegado desde el oeste de nuestra provincia.
Ya los niños no cantan aquella canción popular: “Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva; los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón y rompa los cristales del paseo de la Estación.”
Ahora, ni los grandes ni los pequeños, ni rezan ni cantan, porque les basta con mirar al tipo del tiempo en la pantalla televisiva; o llevar en el aparato del móvil la aplicación del tiempo, que predice con mucha más certeza la climatología que el viejo almanaque zaragozano.

El tema no está para bromas. O llueve cantidad y calidad ahora en el final del otoño y el invierno, o tendremos que racionar el líquido elemento  para el uso humano, el industrial y urbano. Así que hemos de implorar al Señor con fe y perseverancia la llegada de lluvia beneficiosa.

El mismo Jesús fue un gran observador del clima, cuando afirmó que en el momento  que se ven que las nubes se levantan afirmamos que lloverá; o que cuando sopla el viento del sur sabemos que el calor será atosigante.
El Señor aprovechó esta observación para invitarnos a que sepamos leer los signos de los tiempos, que tanta importancia concedió el Concilio Vaticano II. Una de las señales de estos días es que la sociedad del consumo, del bienestar, de la comodidad, de la pasividad...nos está degradando la atmósfera, los ciclos de lluvia y sequedad y las fases naturales de la producción campesina y el despiste de las emigraciones de aves.

Hoy creemos más a la matemática ciencia meteorológica, que a la acción divina a quien acudían nuestros abuelos, cuando soportaban un largo tiempo de sequía, o de maldades de una lluvia destructora. Debemos recuperar el equilibrio entre la fe en Dios y la información que nos suministra el  hombre del tiempo, que suele ser gente simpática. ¡Agua, Señor¡.

Tomás de la Torre Lendínez

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Muchas gracias.