Claro que se mete en todo, y se meterá. Es su deber; no es que deba meterse a nivel científico o técnico o político, pero sí en el campo de la moral; juzgar de la moralidad de los actos humanos es muy propio de la Iglesia; además de ser un derecho irrenunciable, es un deber. Jesús dijo a sus apóstoles: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt. 28, 18-20). Esto es lo que hace la Iglesia cuando enseña la moral  de Jesús.
 
Si la Iglesia ha recibido esta misión del Señor )puede callarse y sobre todo ante los cristianos cuando está en juego una dimensión moral importante en la que los políticos cristianos están ante la aprobación o rechazo de una importante ley inmoral como es, nada menos, que permitir un asesinato en masa de miles de seres inocentes? La Iglesia habla y seguirá hablando porque es su deber.
 
Ante una situación como ésta, decir que la Iglesia se calle y que no se meta en todo, es perder el tiempo. Se mete y se meterá anunciando a los cristianos y a los que no lo son, las actitudes morales en cualquier asunto que tenga una dimensión moral. Y lo mismo puede hablar de un caso de corrupción generalizada, que de injusticias flagrantes, que de falta de libertad y de responsabilidad y de todo acto humano, todo desde el punto de vista moral, no político. La Iglesia tiene el deber de enseñar, orientar y evangelizar. A todos los católicos y, por tanto, también a los Diputados católicos.
 
Durante estos días se nota como un ataque frontal a la Iglesia por parte de ministros y prohombres de la administración; acusaciones e insultos y descalificaciones abundan. Hablan de fallos y deficiencias de sacerdotes y obispos... Y vienen los insultos y las descalificaciones y tergiversaciones. Dan la sensación de que desearían que nos metiésemos en la sacristía y que nuestra voz no sonara en la calle. Y en cuanto a razones para cambiar la ley, no aportan ninguna sólida, pero ni una.
 
Resumimos brevemente algunas de las que aportamos desde la Iglesia:
 
Si no damos por supuesta la aceptación del Concilio Vaticano II por quienes se dicen católicos, apaga y vámonos. Tanto los obispos como cualquier católico que se precie de serlo, debemos aceptar las enseñanzas del Concilio, ya que es una expresión del Magisterio de la Iglesia y no vale aquello de si me convence o no. La Iglesia no es como un parlamento en que cada uno tiene sus opiniones y se guía por ellas y las defiende y las vive con plena libertad. El católico, si no acepta la enseñanza moral de la Iglesia, se sitúa al margen de la Iglesia. Así de claro. Y el Magisterio ha dicho en el Concilio Vaticano II: «La vida desde su concep­ción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (G. et Spes, n°51). Así de claro también.
 
Y no entro ahora en que si los derechos del niño, ni en que si se le puede asesinar sin más, ni en que si las jovencitas de 16 y 17 años pueden asesinar a su hijo ya concebido, sin consultar con sus padres, ni en que si se le pude asesinar cuando está a punto de nacer porque viene con deficiencias. Todas las razones que aportan los partidarios de la ley van en contra de las elementales leyes de la lógica. Con ello demuestran un muy bajo coeficiente mental en lo referente a la moral, tanto natural como evangélica.
 
No quiero acabar sin referirme a otra cuestión, y es que se dice que por parte de los socialistas va a haber disciplina de voto. Es lógico que a la hora de votar cada partido tenga una línea coherente de voto. Pero en casos tan irracionales como éste no hay disciplina de voto que justifique que un cristiano vote a favor del proyecto de ley que se presenta. Lo que los partidos llaman disciplina de voto, lo llamamos los católicos fidelidad a la fe. Fidelidad que nunca puede subordinarse a propuestas contrarias a la fe.
 
A la hora de votar una ley como ésta, la conciencia de un diputado católico puede entrar en conflicto con lo que pueda pedir el partido. La conciencia no tiene precio. Un cristiano debe ser antes hombre de conciencia que hombre de partido. Si la disciplina de partido le exige apearse de sus convicciones de fe, no hay disciplina de partido que valga si quiere actuar como hombre de fe.