La izquierda, cómo no, ha pedido a la fiscalía que investigue si el párroco de la iglesia de San Bartolomé y San Jaime, de Nules, ha incurrido en delito de odio contra el colectivo homosexual por la publicación en la hoja parroquial de un poema satírico que pone en solfa a un sistema educativo que ha claudicado ante la ideología de género. Lo primero que se deduce de la lectura del romance es que el autor no es, desde luego, Fray Luis de León, pues la rima está más cerca de la de Gloria Fuertes y el ritmo es directamente el de Paquito el Chocolatero. Pero lo cierto es que la simplicidad del pareado facilita su comprensión respecto al soneto por aquello de es más sencillo degustar un plato de cocido que una emulsión de humus.
Lo que quiero decir es que al autor se le entiende todo. Y puesto que me parezco a Borges, no en lo bien que escribo, si no en lo bien que leo, doy fe de que el texto no se fundamenta en la inquina, sino en la obviedad. Claro que defender la obviedad, hoy, te complica la vida, porque, si la defiendes, o eres facha o eres homófobo. Facha si aseguras, con la historia en la mano, que Cataluña nunca ha sido una nación. Y homófobo si afirmas desde el sentido común que todos los modelos de familia son respetables, pero no todos son naturales. Me explico: aunque un comanche diga que ha cabalgado durante cuatro lunas, la tierra sólo tiene un satélite. Aunque la izquierda diga misa respecto al matrimonio entre iguales, la Iglesia sólo reconoce sacramentalmente la complementariedad de los distintos.
De modo que al romancero anónimo que denuncia el adoctrinamiento se le puede reprochar su predilección por la métrica fácil, pero en modo alguno sus conclusiones, de las que se puede discrepar sin pedir censura. A mí no me ofende el madridista que se burla del Cholo porque, aunque me desagrade, considero que está en su derecho. Por eso, me asombran que quienes se sienten molestos con el poema clamen al cielo, vía obispado de Segorbe, para que se reprenda a un sacerdote que se ha limitado a poner en imprenta lo que muchos piensan. Y ahí está el quid. Lo que realmente persigue la ideología de género es que nadie piense lo que piensa. A eso se le llama fascismo. Y el fascismo es una asignatura de nueva implantación en las aulas. Habrá quien afirme que ya existía con Franco, pero lo cierto es que en mi escuela no nos enseñaron, porque habría sido falso, que Dolce & Gabbana eran menos hombres que el sastrecillo valiente.