Mirémonos a nosotros ¿Quién dice lo que “hay que hacer” y no hace lo que dice? Todos. Todos nosotros tenemos la tendencia a señalar lo que se debe de hacer y tan sólo aparentamos cumplir lo que nosotros mismos decimos.

El Señor nos advierte que las palabras halagadoras y el aspecto amable deben juzgarse por los frutos que producen. Debemos entonces apreciar a alguien, no por cómo se presenta en palabras, pero tal y como realmente es en sus actos. Pues a menudo bajo apariencias de ovejas se disimula una rabia de lobo (Mt 7:15). Y así como los espinos no producen uvas, ni los abrojos higos..., nos dice Jesús, no es en esas bellas palabras que consiste la realidad de las buenas obras; todos los hombres deben ser juzgados según sus frutos (v.1618)

No, un servicio que se limitaría a pronunciar bellas palabras no es suficiente para obtener el Reino de los Cielos; no es aquel que diga: «Señor, Señor» quien será el heredero (v.21). ¿A qué rimaría una santidad que se limitaría solamente a la invocación de un nombre, si el camino del Reino de los cielos se encuentra en la obediencia de la Voluntad de Dios?  

Debemos poner de nuestra parte, si queremos alcanzar la felicidad eterna. Debemos dar algo de nuestros fondos propios: desear el bien, evitar el mal y obedecer de todo corazón los preceptos divinos. Seremos reconocidos por Dios como suyos por una actitud como esta. Conformemos pues nuestros actos a su voluntad en vez de glorificarnos de su poder. Porque despreciará  y rechazará aquellos que se alejaran ellos mismos de Él por la injusticia de sus actos.
(San Hilario. Comentario del Evangelio según san Mateo, 6:4-5)

Es terrible ver lo fácilmente que hablamos de misericordia y dos palabras más allá, increpamos al hermano considerándolo indigno. Es muy fácil decirnos a nosotros mismos que estamos haciendo lo que debemos, pero incumplimos el mandamiento que Cristo nos indicó: amar al prójimo como a ti mismo. ¿Me veo maravilloso y estupendo? Pues debería mirar a mi hermano como si fuera, al menos tan maravilloso y estupendo como me veo yo mismo. ¿Veo las pajas en ojo ajeno? ¿Cómo no va a ver las pajas en ojo ajeno quien conoce la viga porque le llena su propio ojo? San Hilario nos dice algo muy interesante: Miremos nuestros actos, sobre todo los que hacemos cuando nadie nos ve. ¿Qué frutos producen? ¿Concordia? ¿Unidad? ¿Paz de corazón? Tal vez nuestras actitudes generen división, repudio y dolor de corazón. En ese caso, somos de los que dicen y no hacemos.

Acordémonos que “pronunciar bellas palabras no es suficiente para obtener el Reino de los Cielos” y busquemos actuar sin ser vistos. Oremos donde nadie nos vea, hagamos el bien sin que nadie sepa que somos nosotros los autores. La época que vivimos está teñida de marketing por todas partes. La misma Iglesia busca vender un producto y no termina de saber qué es lo que vende. Lo que Cristo nos legó: negación de nosotros mismos y humildad, no se puede vender al mundo, porque lo repudia. Entonces nos dedicamos a vender apariencias bellas, pero vacías. Tan vacías como las acciones de quien habla y no hace lo que él mismo dice.

Dice San Hilario que “Debemos dar algo de nuestros fondos propios: desear el bien, evitar el mal y obedecer de todo corazón los preceptos divinos”. Mal empezamos si empezamos por buscar trampas que justifiquen incumplir los preceptos de Dios. Buscar complicidades, atenuantes, subjetividades que nos permitan hablar y no cumplir, no es lo que Dios desea. Si ellos dicen y no hacen, seamos de quienes cumplimos en silencio, sin ser vistos. De esa forma, Dios, que todo lo ve, será el único testigo de nuestros actos.