La ansiedad nos lleva a la desesperación. Sin esperanza, la fe se marchita. Cuando la esperanza desaparece y la fe no ofrece respuesta alguna, la caridad deja de ser amor, para convertirse en complicidad. Cristo llama a ese pequeño rebaño, al resto fiel que le sigue sin desviarse del Camino. Camino que es Cristo mismo que se ofrece a nosotros para que podamos ir hacia él, cargados con nuestra cruz.
La vida es más que alimento y el cuerpo es más que ropa. La postmodernidad no ofrece apariencias y shows que nos hacen creer que lo importante es lo cotidiano, la vida que se publicita ante los demás para ser admirandos. Vivimos en un continuo simulacro que todos sabemos que es falso. Vivimos en una obra de teatro en la que aceptamos representar un papel frente a la tramoya que nos sirve de excusa. ¿Por qué nos preocupamos de tantas cosas que nos son el Reino de Dios. Reino que NO ES de este mundo, aunque tantos segundos salvadores nos vendan reinos de este mundo, reinos ‘pret a porter’, diseñados a la medida de cada momento socio-cultural.
Cristo nos pide que vendamos todo lo que nos impide confiar en Él y sólo en Él. El verdadero Tesoro es Cristo, el Logos, la Verdad. Hagamos bolsas que no se deterioren. Bolsas que son nuestro corazón, entendido como centralidad en el ser unido a Cristo. En esta bolsa reposará el Tesoro no se agota, ni necesita ocultarse tras apariencias, ideologías, shows, respetos humanos y servilismos deshumanizadores. Dejemos que los ciegos que pretenden dirigir nuestro andar se pierdan en la oscuridad de la noche. De nada vale que intentemos señalar que la Luz es Cristo, porque ellos temen la Luz. Sus tenues y falsos faroles ideológicos no son la Luz. Luz que siempre está dispuesta a llenar nuestra vida, abrimos nuestro corazón. Faroles, que para hacerse ver necesitan de la oscuridad, no de la Luz de la Verdad.